Entradas

Mostrando entradas de 2016

A usted.

Que hoy se cierren sus párpados cuando el mundo se levante, que su cuerpo me responda cuando quiera. Y a usted, que se acuerde de que existo, en alguna parte, algún principio, algún paréntesis de esta historia.

Nunca sabrás encontrarme.

Hubo un día que pasé junto a una pareja que estaba dándose muestras de amor bajo un árbol y pensé que el amor era silencioso. Muy íntimo, muy sentido pero intensamente con las yemas de los dedos y los ojos encendidos. Me alegré por que se hubiesen encontrado, porque se trata de una casualidad cósmica que tan sólo sucede algunas veces. Me alegré por ellos. Tú nunca sabrás encontrarme.

Seguramente.

Seguramente no soportarías a alguien que llorase tanto como yo. A alguien que quisiera desconectarse el corazón y la cabeza, para que el cuerpo se le moviera sólo por inercia como yo. A alguien que se refugiase en la belleza y la viese colarse entre las grietas y esconderse, como yo. Seguramente no serías capaz de entenderme y yo tan sólo tengo la manía de que me gustaría poder contártelo todo.

Puedes decirle a esta tormenta.

Puedes decirle a esta tormenta que se calme, que tú tienes el nombre de todos los relámpagos. Puedes decirle a la lluvia que afloje esa furia, que deje de repiquetear salvajemente sobre los cristales de esta habitación vacía. Que ya la escucho, refunfuñir con fuerza, pero no por ello dejas de ocupar mi mente como una embarcación lenta que cruza un océano. Puedes decirle al cielo que no estalle como si fuese a romperse el mundo, que no se astille, que por más ruido que produzca e intente impedir que no pueda oír mis propios pensamientos no lo consigue. Puedes decirles que paren, porque por más que lo intenten tu nombre va a seguir sonando más fuerte en mi cabeza. Porque cuando estalla tu nombre en el cielo cuento uno, dos, tres, cuatro, para ver si vienes y me ruges en la oreja, y rompes las ventanas y me calas hasta el tuétano.

Aún es pronto, todavía.

Puede que a veces esté triste por causas desconocidas, aunque no es que sean desconocidas, sólo es que no las quiero conocer. Y puede que a veces, como ahora, tenga una hoja en blanco sobre la que empezar a crear, sobre la que empezar a escribir sobre ti. Y en el fondo, tanto quiero decir, que tan sólo quiero lanzarme al vacío de la hoja para bailar sobre tus ojos. Porque quizá hoy esté un poco triste y la noche esté poco estrellada y ya Neruda haya dejado de escribir sobre el amor que se nos rompe cuando perdemos a quien nos cura. Y he caminado sola hacia casa, no había nadie en los portales, eran las doce y el frío  yacía en mis mejillas. Y mi estabilidad mientras tanto se mantenía perdida, mi mirada permanentemente ausente; las calles mojadas y las luces en los cristales reflejándose en mis retinas. Y entonces en la soledad de la calle y en el vacío de la noche me he dado cuenta de que nadie ve y nadie sient

Quiero, pero no de esta manera.

No es que no quiera noches de pasión contigo ni abrazarme a tu cuerpo desnudo. Porque quiero, pero no de esta manera. Porque antes quiero junto a ti mañanas soleadas, en las que el cielo azul brinde sobre nuestras cabezas. El sol, entonces, te deje las mejillas tostadas y yo necesite morderte para hacer que te rías. Porque antes también quiero ver tardes reflejadas en tu espalda, con el sol cayendo entre las montañas como una vela que se apaga sin el soplo de unos labios. Así que no pienses que no quiero noches de pasión contigo, porque claro que las quiero, pero no de esta manera. Quiero tenerte latiendo en mi pecho con tu oído encima y yo hacer lo mismo tantas veces como quiera. Y también quiero hacerte reír en todos los idiomas, de todas las maneras de este mundo, y verte en todos los colores que se pueda. Y sentirte con la brisa de los suspiros de cuando el viento sopla y mece las hojas; y sentirte con la lluvia cuando las nubes se derrumban

Te prefiero así en la distancia.

He pensado que no quiero ni clavos ni tornillos, ni sustitutos que me hagan olvidarte. Que te prefiero así, en la distancia, sin saber lo que es dormir con tus "buenas noches". Porque sé lo que es despertarme tras haber soñado contigo, y el hambre insaciable de escribirte. Y prefiero el deseo de recorrer una ciudad entera para tan sólo cruzar miradas, antes que la remota idea de ni siquiera querer verte. Y eso que es probable que tengas a alguien anclado entre los ojos, que te escribe al llegar a casa y entonces tú sonríes y ya te quedas tranquilo. Y a pesar de todo, de que ni siquiera te bombee el corazón de golpe cuando tus ojos me encuentran por sorpresa, y que no vayas cada semana al mismo sitio sólo por si voy... A pesar de que tú no sientas, yo te prefiero así, en la distancia. Porque cuando te veo te escribo durante días enteros de fiesta, y la vida pasa tranquila e insípida hasta que vuelvo a verte.

Un segundo.

Puede sonar ridículo, y lo sé, pero tan sólo me apetece correr por las avenidas, llenarme las rodillas de rasguños y de sangre; dejarme la voz en las esquinas de escasa luz y callejones, sólo para encontrar tus brazos, correr a tus brazos, agarrarme a tus brazos, y quedarme allí junto a tu cuerpo, yacer junto a tu cuerpo latiendo los dos juntos aunque tan sólo dure un segundo. Con eso me vale.

Así los días pasan cuando no estás.

Al mediodía el sol brillaba y calentaba como unos ojos que echan chispas. Se balanceaba entre los asientos y bailaba con las sombras en el pasillo del autobús. Cayó con la tarde hacia las montañas, camuflándose tras ellas en sus trincheras hasta desaparecer en el abrazo. Entonces llegó la luna y se encendieron todas las luces de la feria y la ciudad. Ahora la noria, multicolor, gira sin descanso como lo hacen las agujas del reloj de mi muñeca. Y llegará el momento en que las luces serán apagadas y te cubrirás de sueño los párpados. Y verás, así pasan los días cuando no estás alrededor de mis ojos.

Cuando te acercabas, yo.

Cuando acercaste tu oído a mi boca para escucharme mejor por el ruido, tú estarías concentrado en mis palabras sin embargo yo pensaba en lo cerca que estaba de tu oído, de tu cara, de tu boca. Cuando me mirabas a los ojos y el sol se reflejaba en ellos, tú te fijarías en los míos en algún momento, yo en cambio me preguntaba si eras tú quien producía todo el brillo. Y estoy segura de que era cierto. Cuando me hablabas tan de cerca que podíamos rozarnos, tú no te darías cuenta, pero yo estaba tan nerviosa que me sentía ridícula, y te hice reír unas cuantas veces. Tiré de tu risa como quien desnuda a un cuerpo en la noche. Y me quedo con eso: Tu risa. El mayor trofeo jamás ganado. Hacer que se curvara tu boca ni siquiera entra dentro del libro de los récords porque a nadie antes se le había ocurrido lo bonito que resulta hacerlo. Cuando acercabas tu cuerpo al mío tú tan sólo estarías concentrado en poner tu mano en mi cintura, pero yo visualizaba todo el r

Agradezco que llegaras.

Cuando llegas todo el oleaje se concentra en mi abdomen y suben los caballos galopando hasta mi pecho y es tu sonrisa la arena. Es también tu mirada, son tus ojos, porque te miro y se me vuelcan las ganas de querer llevarte a todos los rincones de este mundo para que la felicidad se te refleje en la cara. Son también tus jerseys en invierno, que podrían servirme de trinchera pero con tu cuerpo dentro porque no te quiero fuera ni siquiera de mis entrañas. Tu sonrisa me deshizo los nudos, tu mirada me desató la piel, y tu mano en mi cintura dejó huella dando cuerda dentro de mi ser. Desde entonces no ha dejado de llover aún menos cuando llegas. Pero yo deseo que se marchen las nubes, que tu sonrisa no me empañe las gafas y que no te sueñe todas las noches. Y que tampoco pido tanto. Que si se te apipa un ojo sea mi culpa, y si no, no quiero querer ni quiero quererte tampoco. Porque me pillaste sin preparar, como siempre, y te colaste por todos mis lados.

Recuerdo hace un año.

Recuerdo que hace un año, aunque quizá tú ya no te acuerdes, no hicieron falta palabras, ni siquiera conocerte. Compartimos unas pocas y la más cercana a ti fue tu nombre. Eso me bastó para encontrarte sin saber lo que me esperaba. Y es que no han dejado de llover palabras desde entonces, aunque tú no lo sepas; aunque no te deje entrar a este baile para que se nos junten las manos. Recuerdo que el Big Bang se concentró en mi pecho y las piernas me temblaban como si estuviese sufriendo mi propio terremoto. Después mi mano bailó sobra la pista de baile de la palma de la tuya; y aquel abrazo intenso me cortó tanto la voz que tan sólo podía hablarte en susurros y mirarte la cara. Porque fue como si me abrieses la puerta de tu cuerpo, y me dejaras desfilar latido a latido por el pasillo hasta llegar a tu corazón. Y sentí que los relojes se paraban y la arena dejaba de caer, pero un segundo después el tiempo siguió avanzando. Un año después recuerdo aquella no

(Aunque tú nunca llegues a leer nada)

Aunque tú nunca llegues a leer nada tengo una solución a todo esto. Porque son las luces cambiantes de tus ojos cuando me miran, y el chinchín de tus mejillas cuando se estiran y me sonríes. Y son tus manos también, dos faros que se alejan de mí cuando intento llegar a puerto. Y el fallo es mío por mirarte y no cerrar los ojos, pero, ¿le habría dolido menos a Salvatore no mirar el Paradiso cuando estaba en llamas? Yo tan sólo le encuentro una solución a todo esto. Córtame estas manos y calcíname este corazón que salta, ríe, baila y sueña cada vez que no te ve lejos. Y si mi corazón es una hoguera, échale más gasolina para que prenda un fuego que me calcine las vértebras, y hasta el tuétano de los huesos. Porque aunque tú nunca llegues a leer nada sería la mejor solución a todo esto.

Los viernes y domingos.

Creo que todos los poemas suenan mejor si son escritos para que tú nunca los leas, aunque lleven tu nombre. Y me parece terrible porque tú imagina: no te hablo, no te escribo, pero pienso en ti todos los días. Y si el sueño de la otra noche fuese real iría a verte a la iglesia todos los viernes y domingos. Incluso compraría entrada para disfrutarte desde el balcón de mis ojos embobada. Porque eres como un suspiro  que se me ha pegado a los pulmones formando ya parte de mí. Y yo no quiero que te vayas aunque no estés conmigo.

Te está besando una mujer.

Te está besando una mujer de piernas largas, que es el centro de la diana a la que todos apuntan y con la que todos quieren bailar algunas veces al año. Esta mañana te habrá acelerado el corazón, al encontrártela despierta, intensa y destilando vida en cada respiración mientras tus ojos la miraban tranquilo. Esta tarde te habrá sonrojado las mejillas cuando el sol comenzaba a decir adiós entre los grandes edificios. Y esta noche te estará sacando a bailar como nunca lo he hecho yo, porque le he pedido que por mí bese la suela de tus zapatos. Y después cuando se desplomen las horas sobre tus huesos y tus ojos decidan apagarse como lámparas en su mesita, y te acompañe a la cama y admire cada parte de tu cuerpo desnudo, le he pedido que también bese por mí la planta de tus pies sin hacerte cosquillas. Porque te está besando una mujer a la que conozco, que hace un año me abrazó a mí en forma de persona de un metro y setenta y tres centímetros. Una mujer que es

En el borde de los labios.

Algunas veces me he dado cuenta de que tienes una canción en el borde de los labios. Dulce y cálida, como me noto yo cuando me envuelves, haciéndome sentir como un murciélago en su cueva. Tu boca me mira y se relame como si fuese una orilla sacudida por las olas, y yo me dejo llevar en los silencios que nos unen. En el reflejo de tus labios veo unos dedos que se mueven como arañas mientras bailan sobre las teclas de un piano; mientras un río suena dentro de ti. Cuando me miras empieza a fluir desde tus ojos hasta tu pecho, y se esparce por tu corazón que es mi montaña. Humedece tu naturaleza y huele a lluvia, y a una mezcla de lavanda y jazmín. A veces al cerrar los ojos veo cómo el río fluye y se desliza con musicalidad por las venas de tus brazos, que van a parar en mí cuando cruzas por mis sueños como esta madrugada. Sentí mucho no haberte besado aquella noche cuando te brillaban tanto los ojos; por eso esta noche, que estabas tan tierno y me mirabas, me

En nada, se lo dije.

Hace tiempo que no creo. En nada, se lo dije. Ya no sé qué creer de este mundo. Concretamente, le diría, que desde que el frío de mi corazón empezó a producir estalactitas que gotean en mi alma. Acostumbrada a los senderos de las líneas de sus manos, ahora tan sólo me encuentro perdida entre el barro y la lluvia. Los bosques se han teñido de tonos otoñales, y toda sensación de calor que quedaba silenciosa en el ambiente se ha marchado a alguna parte que desconozco todavía. Si pudiera la seguiría, me agarraría por su espalda hasta sentirme diminuta y me dejaría llevar como si fuera una hoja recién caída de una rama que ve futuro en el viento. Quizá los pájaros al emigrar se la llevaron en sus alas, a modo de equipaje. O se marchitara entre los transeúntes con sus paraguas y chubasqueros. El gris de la ciudad me invade en cuerpo y alma, me empaña las retinas y apenas hay tres o cuatro o cinco caras amarillas en las que iluminarse. Suena música extraña que im

Dirás que no es verdad.

Dirás que no es verdad, pero la propia sangre mancha cuando el amor no le corresponde a uno, los recuerdos dejan huellas en el alma que el paso del tiempo no alcanza a borrar, el frío mata y desgasta los huesos hasta hacer de ellos astillas, el amor late hasta crear nuevos fuegos que después son hogueras que calientan o se enfrían, y la soledad no se marcha aunque no existan vacíos dentro de ti. Y seguirás diciendo que no es verdad, y será por la necesidad contradictoria que te crece de las venas y arraiga tu ser de principio a fin, aunque tú sepas que no es así porque lo habrás notado algunas veces hasta sentir lo inevitable entre los dedos incapaz de actuar ante las ruinas. Y yo te digo que es verdad, que aún te echaría de menos si estuvieras, aunque no aquí. Y es que algo muere en vida dentro de mí porque no estás.

Lo nuestro que no es nuestro.

Las horas y los recuerdos van de la mano cuando cae la noche; dudo de si estoy soñando, sé que estoy despierta. Mis ojos no te ven y se entrecierran; mi mente mientras tanto dibuja mecanismos de retorno que me lleven hasta ti. Intento desenredarme de tus brazos, de tu pelo, de tu cuerpo, de tu boca. Dejando de pensarte, de buscarte, de escribirte, de mirarte creyendo que no pasar por tu lado es síntoma de olvido. Acabo matando mis ganas. Se me empieza a apagar toda la luz. Se me agota el sentir, aunque no del todo. Siempre queda ese poso que provoca reacciones en cadena si se dan los encuentros, que hacen que me tiemblen incluso las pestañas por tu voz. Pero supongo que lo nuestro, que no es nuestro, que es más mío y sólo mío, y es mío por temor al abandono; por no querer abandonar algo que ha nacido entre malezas... Algo que es digno de título largo de libro, de esos en los que la lengua coge carrerilla... Supongo que tiene un fin, pero no sé dónde está. Y

Nada, salvo ésto.

Hay momentos en los que uno se siente tan insignificante que teme que al respirar comience a evaporarse, y nadie legue a tiempo y desaparezca. Y al fin y al cabo, después de ese sentimiento, después de esa sensación... No significará nada. Absolutamente nada. Salvo polvo en suspensión que nadie ve  si no pone los ojos.Y ya nadie los usa...  Los llevan como cuencas vacías, como simples adornos. Y todo se resume en absolutamente nada, porque dejas de importar. ¿Porque acaso importaste en algún otro momento? Y te resquebrajas y te escondes como un atardecer entre las ramas. Y ya no queda nada, salvo ésto.

¿Y entonces?

¿Y entonces qué piensa hacer cuando también le tiemblen las pestañas? ¿Piensa seguir como si nada hubiese ocurrido? ¿Acaso será la vida capaz de seguir su cauce? No debería, pero los dos sabemos que acabará pasando. Y usted, si logra pararse en el acto, se quedará congelado en un instante mientras los demás arden con sus fueguitos de vida. El tiempo vuela pero por usted no pasa, las prisas le sacuden y a los otros les tienden la mano. Ya no hay trenes, ni siquiera esperas. Tan sólo instantes que le hacen sentir ridículo, porque se encuentra solo observando el mundo de los otros, que ni ellos aprecian. Trate de pestañear dos veces seguidas, pero hágalo despacio. Y se acabará yendo de su vista, aunque su vida seguirá marcando. Y le seguirá dejando huellas imborrables aunque deje de mirar.

Algo en lo que eres.

Hay algo en lo que eres... Tan hipnótico. Efímero y magnífico. Fugaz. Que baila sobre el ras del gran abrazo, que junta tierra y mar. Hay algo en tus maneras, en la forma de moverte dibujando un semicírculo. Tan calmado y tan valiente. Tan pacífico. Tan azul y taciturno, como el mar.

Pero olvidé su nombre.

"Hay en mí más recuerdos que en mil años de vida". - C. Baudelaire Y los hay, más recuerdos. Como aquella vez que parecía  que iba a bailar en los charcos, pero sólo pensaba precipitarse hacia el abismo de nubes que el agua reflejaba en el suelo. Le olía a lavanda el cuerpo entero, por haber estado danzando por el campo violáceo haciendo de cada tallo un pincel y de su piel un lienzo. Abrazaba destilando todo el amor de su corazón cada vez más marchito, y se enredaba como la hiedra a un muro que está a punto de derrumbarse. Crecía y crecía cada vez más hacia el cielo, sin mirar nunca a la luz por no cegarse. Tenía el pelo rubio camomila; de jazmín perfumaba sus sueños. Y si la veías sonreír, en el preciso instante en que sus labios comenzaban a curvarse, podías notar cómo su boca giraba como una noria iluminando la noche. Y los hay, más recuerdos. Más que en mil años de vida. Pero olvidé su nombre. Y quién

Me pregunto.

Me pregunto cómo será el poder hacerle reír toda la noche. Verle bailar entre las luces desenfocadas. Pero lo que más me pregunto, de lo cual siento que jamás recibiré respuesta, es cómo será ser como él y quienes le rodean. Veréis, es sencillo, ni ellos ni él mismo parecen darse cuenta. Pero cuando él sonríe, se alumbra la habitación entera.

No me pidió que me fuera.

No me pidió que me fuera, tampoco que me quedara. No me pidió anda, absolutamente nada y yo fui caducando con el tiempo como los árboles de hoja caduca y los alimentos por no haber nacido perenne. ¿Pero quién aguanta tanto tiempo sin moverse? ¿Quién es capaz de mantener el equilibrio durante una espera interminable? ¿Quién puede vivir en una cuerda floja, en ser funambulista en las alturas con el vértigo mordiéndole los talones? No me pidió que me fuera ni tampoco que me quedase. Y yo estaba y no estaba. Era extraño. Estaba en sus ojos, escalaba por sus rizos y en su boca cuando bostezaba ligeramente. Pero no en su mente, no en su piel. No estaba en su lista de bailes de ensueño, no me conocían ni sus guardaespaldas. Tampoco conocía los bosques de su vello, los escondites de su cuerpo, las esdrújulas de su sombra. Así que no me pidió que me fuera pero me habría gustado saberlo; si quería que yo estuviera o si quería que no regresara. De tanto darme la

Tu boca.

Recuerdo el día en que nos vimos, en que me vi reflejada en tus ojos y tus labios se curvaban como si alguien tirase de unos hilos finos para que yo te viera sonreír. Deseé fotografiarte desde todos los ángulos existentes y aún por descubrir; deseé fotografiarte durante toda la vida si me hubieras dejado y concedido el placer. Habría jurado que en tu boca, cada vez que ésta se curvaba como si fuese a dar otra vuelta una noria repleta de luces; cada vez que se dibujaban al lado de tus mejillas unas ligeras y bellas arrugas: habría jurado que en tu boca, que en esa sonrisa que florecía de la tierra fértil, se encontraba el número áureo. El número de oro, la divina proporción, la misma que se encuentra en todas las espirales de la vida que me retienen, la misma que encontraron en la Monalisa de Da Vinci. Es por eso que cuando tu boca se curvaba aquel día, era capaz de ver cómo se recalculaba un infinito número matemático sin que tú fueras consciente. Deseé que m

Malentendido.

He visto cómo me miras y no me miras. Tus ojos son cuencas vacías, una pecera esférica que contiene en su interior a un pez ciego y aturdido. He visto cómo me hablas y no me hablas; pensaba que tu voz se dispersaba en el espacio que separa nuestros cuerpos y tocaba fondo, pero no llega ni siquiera al portal de tus labios. Porque no me hablas, no abres la boca, ni me acercas los brazos. He visto cómo me buscas y no me buscas, si no soy yo quien lo hace primero, quien mira a ambos lados. He visto cómo me abrazas y te he sentido en mi pecho; he sentido que abrías todas las puertas secretas de un inmenso museo para que entrase el aire y lo inundase todo. Pero que yo lo haya sentido en este corazón sensible al tacto, en este cuerpo que cuenta y memoriza el número de besos que caben en el tuyo, no significa que tú quieras provocarlo. No significa que tú sientas lo mismo. Tan sólo significa que te he malentendido todo el tiempo. Deberías saber cómo mirarme sin hace

No tendremos nada más.

No sonrías así, por favor, no lo hagas. No sonrías así que me pierdo, al menos no cuando esté cerca porque después no sabré volver. He ido caminando hacia ti en línea recta, pero El Principito tenía razón, no he llegado muy lejos; lo más cerca a la barrera que separa nuestros cuerpos. No he encontrado el centro de tu corazón ni el pasillo de estrellas al que conducen tu ojos, ni siquiera esa pasarela de madera sacudida por las olas del mar que hay al finalizar tus brazos. Sí, en tus manos, que podrían haberme llevado a cualquier otra parte si hubieras decidido ser valiente, dejarte llevar por el pecho y hubieras salido a buscarme. Y eso que creí que en alguna ocasión serías capaz de correr detrás de mí y cogerme del brazo, de decirme "espera" o nombrarme a gritos para que me diese la vuelta. Y eso que también creí que no volvería a verte, y algunas veces algunas calles ayudaron, y nos llevaron a encontrarnos y a siempre querer verte más. Y aunque sé

Ayer te vi.

Ayer te vi; sabría reconocer tu silueta de espaldas, de perfil e incluso desde cualquier ángulo agudo, y sólo tú sabes revolucionarme el corazón. El aire me acaricia la cara mientras te recuerdo, cierro los ojos y siento la calma, y pienso que ojalá pudiese tener tu sencillez muy cerca para preguntarme cómo puedes estar tan ciego para no verte como eres, tal y como yo lo hago. Porque no son mis ojos, eres tú mismo. Y ayer pudiste haberme acariciado la cara, o no haberlo hecho, y preferiste mis piernas y eso es algo que no olvido. No comprendo qué sientes, qué quieres, qué esperas. No entiendo qué te apetece conmigo, sólo verme y abrazarme y sólo a veces cuando ocurre, o cada día y te aguantas las ganas y las silencias, las mismas que yo grito. No sé si quieres pasar tiempo conmigo, verme más de cerca y hablarme hasta en silencio, no sé si deseas seguir buscándome o nunca lo has pretendido y era el alcohol quien escribía. Cada vez que te veo sueño contigo, y s

Lleno de sueño(s).

Llegas cada día cansado, lleno de sueño, como si la vida agotase tus reservas y no dejara nada para mí. Pero entonces duermes, y sueñas, y te recuperas y te vuelves a llenar de luz. Lo supongo, porque de día nunca te he visto, y ya de noche deslumbras. Yo te prometo que si pudiera, te pondría las manos alrededor en forma de abrazo, para que nunca pudiese la oscuridad hacerte cosquillas. Y te imagino cansado y bostezando, pero lleno de sueños aún por cumplir, frotándote la barba en la que me acurrucaría, con las estrellas de la noche en tus ojos. Y tan sólo te deseo tumbado dejando que tus dedos se pierdan por mi pelo y descubran caminos, mientras esté yo acariciándote la piel. Que me peines con ternura, nos respiremos de cerca tanto que podamos ser capaces de compartir el mismo oxígeno, y abrazarnos en un lugar minúsculo pero nuestro, porque tú lo llenas todo con tan sólo sonreír. Tan sólo quiero verte dormido y lleno de sueño(s), y que quieras cumplirlos jun

No puedo dormir.

No puedo dormir y eres el motivo, como siempre me pasa; porque no me pasa nada contigo. Tiemblo por los nervios de la última vez que nos vimos y me arde el pecho aquí mismo, ¿acaso te ocurre lo mismo? Te has frotado contra mi cuerpo en forma de abrazo como si fuese cerilla hasta acabar de prenderme, provocando en mí un gran incendio. Yo, que tan sólo quería bajar unas escaleras interminables acariciando tu espalda y besando tus brazos. Me digo que el amor es necesario, lo siento aquí en el pecho que me enciendes y arde como un condenado. Me digo que todo necesita de él para sentirse vivo, y pienso que ni la vida pestañea cuando pasas por delante por si se lo pierde y no vuelve a vivirlo. Porque la paz que tan sólo encontraba en el mar también la encuentro contigo, y nadie nunca antes había sido capaz de provocarme decirlo. Porque paz es mirarte las pupilas y en ellas encontrarme y no saber de suspiros. Y me alegra, te juro que me alegra, saber que estás

¿Sabía él que deseaba ser su mujer dragón?

¿Sabía él que deseaba ser su mujer dragón? ¿Y que me moría por abrazarle por la espalda aun siendo completos desconocidos? ¿Sabía él que estaba tratando de acariciarle la espalda, que nos bailábamos siguiendo el mismo ritmo, que levantábamos los brazos a la vez y cantábamos lo mismo sin saberlo? ¿Sabía él que me moría de ganas de llenarle el cuello de besos y el cuerpo de abrazos? ¿Sabía que quería esconder mis dedos en su barba? ¿Y que deseaba mirarle fijamente las pupilas hasta que se me pulverizasen los ojos? Creo que nunca llegó a saberlo, pero también deseaba pegar mi nariz a su piel para llenar con su colonia mis adentros.

La otra noche.

Te recuerdo tal y como eras la otra noche, estabas dándole la última calada al cigarro vestido de azul. Con esas manos, esos brazos, esos ojos y esa voz que tanto me conmueven. Pensaba sorprenderte y para mi sorpresa lo hiciste tú, que me cogiste por banda, y me cambiaste los esquemas y no pude ni moverme. Me tendiste la mano y la mía fue a la tuya como si hubiesen mantenido en secreto un plan de fuga y el mundo se nos escapase de las manos dejando paso a otro mejor. No veía a tus amigos, los míos se alejaban y en ese mismo instante sólo estábamos nosotros o no sé si alguien más. Me recuerdo entre tus brazos, y me sobran las palabras por cómo me temblaba el corazón. Y recuerdo a nuestras bocas susurrándose al oído, y lo impacientes que estaban nuestros ojos por mirarse una vez más. No conseguí dormir por culpa de los capullos de los gusanos de seda de mi estómago que muy pronto de madrugada comenzaron a revolotear convertidos en mariposas, que jugaban recién

Quiero todo de ti.

Quiero hacerte reír hasta que la vida escuche tu risa de fondo, porque igual que Luis Alberto habla de tu risa, tu sonrisa también es una ducha en el infierno. Quiero hacerte reír hasta que se te formen dos hoyuelos, uno en cada mejilla, y sirvan como charcos de agua para que puedan beber los pájaros. Quiero verte hasta que Neruda sólo me hable de ti al oído y que me abraces tan fuerte que me vuelva adicta a tu piel. A tu cuerpo, a tu olor. Quiero mantenerme dentro de ti como si fueras nido y yo un pájaro recién nacido que necesita calor. Quiero todo de ti, porque si me alejo me voy envenenando más a cada paso que doy. Tú tienes la cura, amor; la medicina es tu risa, tus ojos, sentirme dentro. La medicina son tus besos y empieza por tus labios.

Cuando estoy contigo el tiempo corre.

Cuando estoy contigo el tiempo corre en dirección contraria a nosotros, y yo siento que entre nosotros está todo quieto y alrededor todo se desenfoca. Cuando estoy contigo el tiempo avanza tan veloz que cuando te miro de frente no te miro, no tanto como me gustaría para poder pedir la nacionalidad de tu ojos. Avanza el tiempo tan deprisa que cuando te hablo al oído te cuesta escucharme y nos hablamos entre susurros como si el mundo estuviese sufriendo un ultimátum. Y aunque el mundo fuese a acabarse, como golpe de suerte tu voz me desviste los oídos y tus besos me encienden las mejillas y viajo a un limbo en el que pierdo la consciencia del tiempo, el espacio y nuestra lejanía. Y no recuerdo tus manos, ni su forma ni tamaño. Ni su tacto ni si encajan con las mías. Y no recuerdo tus ojos ni si reímos a quemarropa porque el tiempo corre mientras bailan las agujas por la pista. E intento estudiar cada centímetro de ti, desde los rascacielos de tus pestañas a la

Sé mi casa.

Sé mi hogar, mi guarida, mi refugio. Sé mi casa. Que los ladrillos sean tus brazos y me cobijen del frío y me acaricien de madrugada. Que los pilares sean tus besos y mantengan firmes las esquinas de mi alma. Que las ventanas sean tus ojos y tu boca la puerta para recibirme siempre que esté buscando las llaves; siempre que llegue cansada del mundo para hacer de éste un lugar habitable.

A veces lo agradezco.

A veces agradezco que no me hables. De verdad lo hago, y es probable que por ello esas veces no me entienda ni yo misma. A veces agradezco que no me escribas de carrerilla, con las ganas de leerme entre las manos porque mi corazón no sabría esconderse en las trincheras y se revolucionaría con tu guerra, se ilusionaría, y tus intenciones me lo partirían a pedazos. A veces agradezco que no me hagas ciertas preguntas, más aún insinuantes, porque no me quedarían labios que morder por no decirte lo que pienso y andar buscando más excusas e inventando. Cuestiones como que por qué escribo tan triste, que cómo es que nadie me gusta, que por qué tengo así los labios y te busco por las calles. A veces agradezco que no me preguntes qué voy a hacer cierto día por si no pretendes llevarme a algún lado y yo me pongo mi vestido favorito, y me dejo el pelo suave, y me pongo guapa de algún modo y me dé cuenta después de que no vienes. Que tampoco lo pretendes, que tan sólo p

Lo que mereces.

Por ti no fui capaz de nada. Sólo de esconderme, echarte de menos y quererte aunque tú no lo creyeras. Por ti no fui capaz de viajar, de soñarte despierta y vivirte muy cerca sintiendo tu aire entre mis dientes. Por ti jamás lo fui, jamás me conseguiste de ese modo, pero por él soy capaz de tantas cosas que nunca antes habría imaginado. Capaz de bordear un país a nado, de dormir debajo de una tormenta aunque les tema y casarme con la muerte si pudiera. Porque convierte los días en viernes, el amor en un baile de disfraces y la vida en una fiesta. Por ti habría llenado cuadernos enteros pero no fui capaz de escribirte con mi puño y letra y besarte con bolígrafos del rojo de mis labios. No fui capaz porque no lo merecías antaño; y ahora tampoco debería dejarse la vida un pájaro en un cristal por sólo verte. Ni un pez debería dejarse morir en tu acuario, ni un gato debería volver a tu puerta, ni una gata humana a arañarte la piel con orgasmos. Tan sólo m

Te estoy esperando.

Te he estado esperando como se espera a las cosas que uno sabe que no van a volver en la vida. Te sigo buscando por calles, bares y ruinas pero tus colillas ya no existen sobre el asfalto. He imaginado que pasaba y sonreías y me retenías entre tus brazos y te enredabas a mí como una madreselva y trepabas y reptabas como planta y serpiente como si yo fuese fachada, casa o edificio. Y he creído que algunas noches te oía aullar como los lobos por mí como si me hubiese convertido en luna, sin saberlo. Y he sentido en la noche al desvestirme que tus manos suavemente me quitaban el vestido, con la calma de la brisa y la paz de una playa a solas en la noche. Y me he visto llorar por las esquinas en las que te busco sin descanso y me he despertado con la marca de tus colmillos en el cuello, como un licántropo de la noche, bestia en celo hambrienta de erotismo. Y aún te sigo buscando, te estoy esperando, con los brazos abiertos y el pecho encendido.

Desde aquella noche.

No lo soñé porque aquella noche ocurrió. Ocurrió mientras el mundo se paraba entre nuestros ojos. La luna se encontraba a medias, con su sonrisa traviesa y su vestido de luces cubriendo como un manto el cielo oscuro. La luna brillaba dibujando una sombra blanca, yendo al revés del mundo, sobre el mar. Tus ojos centelleaban en la oscuridad y una multitud de fuegos artificiales brindaba en el cielo, y crecían y morían y antes de ello bailaban en tus ojos que estaban puestos fijos en los míos. Tu espalda parecía de seda, y entre caricia y caricia con las yemas de mis dedos sentía que podía acariciarte la vida incluso si me dejaras. Ahora que te noto lejano, que te quiero morder las mejillas y besarte en los labios, he llegado a creer que soñé aquella noche. Pero no lo soñé porque aquella noche ocurrimos, y desde aquella noche tan sólo a ti te quiero mirar.

Ya no lo creo tanto.

Mi abuelo un día me dijo que este mundo es un enredo, y yo le creí porque es mi abuelo. Yo le creí porque ha vivido sus años y porque le creo sabio y que sabe lo que dice porque lo ha sentido de verdad. Yo lo creí en su día pero ahora no lo creo tanto. Mi abuelo es un ser humano y el ser humano se equivoca. Como tú y como yo. Como yo al elegirte sin quererlo, como tú al no mirar en mi dirección. No sé si el mundo es un enredo, ya no lo creo tanto, porque nosotros no lo estamos. No te veo, no te siento. No estamos enredados aunque este mundo sea tan pequeño y me cuesta tanto coincidir contigo que para verte tengo que cerrar los ojos, para verte en sueños.

Si quieres te cuento.

Si quieres te cuento... Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si me hubieras dicho "amor" desde un principio. Que quiero ver atardecer contigo y que el sol intente hacerte sombra y no pueda. Leerte la vida en voz alta, contarte con detalles todo lo que sueño contigo y que parece que cuando sonríes feliz se te apipa un ojo como a mí se me achina la vida cada vez que te veo. Que por mucha guerra que me montes, después me miras y es todo paz. Es todo mar en calma. Si quieres te cuento también, por ejemplo, que ayer te imaginé tocando la guitarra con una pierna subida. Tenías los dedos bailándote sobre las cuerdas y los rizos bailándote en el aire. Si quieres te cuento lo bonito que fue tenerte "escribiendo..." y que quiero quedarme a dormir en tu espalda mientras el viento me acaricia. Y que volveré a escribirte el día que te vea y que espero que ese día llegue pronto porque quiero verte... aunque tú no quieras.

Sueños.

Hace un tiempo volví a soñar contigo. Eras tú con poca barba, bebiendo cerveza, jugando al billar vestido a rayas. Eras tú y yo te miraba sin saber disimular, y quitaba y te ponía la mirada encima de forma tan descarada, cincuenta veces en un mismo segundo. Tú también me mirabas pero veías más pared que persona, más a la nada que a mí y tampoco sé si había alguien detrás. Eras tú y yo te miraba y no sabía con qué cara hacerlo, pero tan sólo eso quería; mirarte y no apartar de ti la vista y disfrutar de cada milímetro tuyo. Observarte con los ojos encendidos, como quien disfruta de un museo en soledad y lo tiene todo para sí mismo. Admirarte, sin poder tocarte, porque me arderían los labios si te rozase la cara. Ayer volví a soñar contigo. Me llenabas de besos el cuello y de caricias los brazos. Nos escondíamos juntos y el mundo no importaba, el mundo éramos nosotros y lo demás tan sólo era un decorado y un sinsentido; los demás tan sólo eran fantasmas.

Te voy a.

Te voy a atar a mis costuras para que no puedas moverte, no te vayas, no te puedas alejar. Te voy a guardar en mis comisuras  para que no te lleve el aire ni tampoco te pueda besar. Te voy a amar, adorar, soñar,  besar, morder, lamer, hablar, beber, querer, saborear, rozar, abrazar, mirar, querer. Te voy a tener en mi regazo en las  madrugadas para no notar que el mundo es más extraño cuando se difumina tras tus pestañas. Porque como yo te voy a, nadie. Y como yo te he, nadie te va a, ni siquiera un poco.

En negrita, cursiva y subrayado.

Dijo que algún día me apuntase el darme una vuelta, o dos, o tres, y desde entonces mi cabeza da vueltas en forma de sueños que nunca se cumplen. Y de tanto soñar ya sé que no va a volver. Que no me dará vueltas reales. Ni en moto ni de la mano. Y si supiera que tan sólo me basta el quedarnos muy quietos, en una esquina, en un escalón o en el suelo sentados, para que me dé vueltas su risa y esa forma tan onírica de reír... Pero es algo que no puedo contarle. No porque no quiera ni me atreva a hacerlo ni me muera después, sino porque cerrará su boca con llave y no sabré si por dentro algo se le habrá incendiado. Pero si supiera que me da vueltas su risa, me habría dicho que mejor se lo apuntaba él, en negrita, cursiva y subrayado.

Este mundo de locos.

No sé si he soñado contigo o te has dado un paseo por mis sueños sin pretender dejar huella. Pero llevo dos noches soñando contigo y despierto con tu mirada fija clavada en mis pupilas y la piel erizada como si la hubieses rozado. Y me pregunto por qué no sueñas conmigo cuando yo sí lo hago, para que me sientas a tu lado al despertar y el resto del día me eches de menos. Pero te sueño y no me sueñas y me muero de dos formas a la vez. Y también te pienso, todo el maldito rato. También te pienso porque pensar en ti me ha traído de vuelta a este mundo de locos que escriben lo que piensan, que sueñan lo que escriben. Que sienten con las manos, como yo.

A ti.

¿Por qué tu? ¿Por qué no yo? ¿Por qué me permito soñar contigo? ¿Por qué dedicártelo todo? Desde llantos hasta suspiros. ¿Por qué a ti y no a mí? Tú que no estás nunca, yo que estoy siempre. ¿Por qué no puedo escribirme a mí misma? ¿Y por qué si lo hago es por ti? Y eres tú. ¿Por qué dedicártelo todo? Los versos malditos, los besos no dados. ¿Por qué escribírtelo a ti? Aquello que tus ojos no tocan, aquello que no sienten tus manos. ¿Por qué siempre a ti? Pues verás, es sencillo. A ti porque no hay otro, a ti porque me puedes. A ti por ser de la manera en que tú eres, y eso que no eres para mí.

Te juro que no vuelvo.

Deberías aprender a no esconderte, a decir las cosas tal como son porque las mentiras siempre duelen más si están teñidas de azul o cualquier otro color. Deberías aprender a poner las manos antes de romper, a rozar levemente diciendo adiós; un adiós que brota en los ojos y acaba silenciado en los labios. Deberías aprender a decirme lo que hay tal como es, lo que no hay y nunca podrá ser entre nosotros. Porque tengo demasiadas ilusiones por segundo dando vueltas a tu alrededor, que se marean por no quedarte quieto ni un segundo. Deberías aprender a cortarme las alas y desmaquillarme el corazón, que estoy cansada de que Cupido siempre apunte en cualquier dirección. Ahora te ha tocado a ti, pero dentro de un tiempo no serás tú. Tampoco te lo creas tanto. Deberías aprender a matarme las ganas que me crecen antes de ni siquiera querer ver cómo se estrellan. Deberías aprender a decirme algo, aunque sea que me vaya porque te juro que no vuelvo, aunque me duela.

El corazón como el café.

El corazón como el café también se enfría. A veces imagino que me invitas y no llegas y el camarero me avisa de que tiene que echar el cierre. Y me entra la locura de esconderme en una esquina y esperarte sabiendo que no vas a aparecer. Y otras veces imagino que apareces y el corazón empieza a hervir, que la piel se me derrite como la cera de una vela y al rozar mejilla con mejilla te dejaré una quemadura. Y me sube la felicidad de golpe como el alcohol cuando no he probado bocado porque sólo tengo hambre de ti. Porque sólo me sacias tú, o eso imagino, y me matas de hambre. Y me matas y te olvidas de que llevas mucho tiempo sin verme, y pienso que ya se te habrán olvidado mis pupilas. Porque llevo más de un mes sin fumarme ni beberme tu aire en el ambiente y tengo mono de ti. Y te echo de menos a la vez. A la embriaguez de verte, pero no al tembleque de pestañas y taquicardias mal llevadas que no llevan a ninguna parte. Y no recuerdas cuándo fue la ú

"No eliges la lluvia que te va a calar hasta los huesos."

Una vez alguien me caló tan profundo que aprendí a vivir bajo un diluvio con una pulmonía abrazada a los pulmones. Tardé años en secarme y que acabara aquel deshielo, aunque aún hay días que me noto por dentro como si mi corazón tuviese goteras y me hubiesen salido humedades en la piel. Y llegué a creer que ya casi estaba seca, hasta que apareciste tú como un aguacero y no me diste tiempo a protegerme ni a agarrar el paraguas con fuerza. Fue como caer en unos brazos que no estaban ahí para agarrarme pero evitarlo fue imposible cuando sabes que al mirar a alguien de forma distinta ya te has perdido para siempre. Y me invitaste a una copa que yo rechacé porque los te quieros se me habrían quedado pegados en los vasos; pero lo que tú no sabías es que ya me había bebido hasta el poso de tus ojos. Lo que tú no sabías es que ya me habías invitado al verte sonreír porque me embriagaste en cuanto moviste los labios y llegué a creer que mientras me mirabas, por un mome

Me pasa.

Me pasa que quiero hablarte pero no contestas, y me dejas en "visto" sin verme, y te marchas y te olvidas. Me pasa que quiero verte y no sé dónde estás; que quiero verte y a la vez no quiero porque de todo a lo que no encuentro explicación, eres tú lo más inexplicable. Me pasa que me apetece conocerme todas tus calles de memoria; sin yo saberme las de la ciudad en la que vivo. Y que derrumbes todas las barreras que me impiden ver tu mundo. Me pasa que tus manos se mueven como arañas entre mis recuerdos, tejiendo telarañas en cada recoveco de mi memoria. Me pasa que creo que conduces todas las motos que escucho y eres cualquier motorista y cualquier conductor. Me pasa que hace un mes que no te veo y me está pareciendo tres vidas; que me pregunto si los vasos cobran vida cuando posas tus labios sobre ellos para beber, si todo lo que tocas siente el mismo cosquilleo que provocaron tus manos en mi cintura. Me pasa que me pregunto si tus ojos cuando du

Es su boca un diccionario.

Es su boca un diccionario y una gala de celebridades. Un diccionario de un idioma que aún nadie conoce. Las palabras, nuevas, se desenfundan el traje de burbujas y se despliegan en letras que se visten de etiqueta y brillan, porque están llenas de diamantes. Cuando va a decir una frase, antes la piensa y la ordena en el vestuario donde las letras se maquillan y se arreglan. Se preparan una tras otra y pasean en fila india agarrándose a la de delante convirtiéndose en palabras para no perder el orden. Conforme habla, las letras danzan con elegancia y sus trajes de gala por la alfombra roja de su lengua, flasheadas por el brillo de sus dientes. Y son estrellas desconocidas que aún nadie entiende pero que suenan diferente porque es su boca un diccionario y una gala de celebridades que nadie quiere perderse. Porque las palabras no suenan igual si salen de su boca, ni se parecen.

Le quiero y le odio a la vez.

No me digáis que no le quise porque adoré el lunar de su cara hasta convertirlo en mi luna. Morder su barbilla, besar su nuca, soplarle las pestañas, acunarle los sueños y entregarle las estrellas una a una. No me digáis que no le quise porque siempre volvía y daba igual adondequiera que fuese, que ya no volverá a hacerlo. Querer que me complique la vida y a la vez tapiarme los sentimientos, para que no entre ni salga nada. Y cuando digo nada, es nadie. Porque él antes volvía y eso nadie lo hace, y por eso le odio y le quiero a la vez.

Tu corazón es casa.

Dime cuántas veces he jugado al juego que jugábamos de niños, convirtiéndolo en un juego de mayores. Cuando los dientes se nos caían y las pupilas nos brillaban de más, dime cuántas veces he jugado a taparme los ojos y correr en círculos hasta llegar a ti. Y ahora que soy un poco más mayor porque el corazón me ha crecido y tú a su mismo son volviéndote gigante, dime cuántas veces he jugado a taparme los ojos y correr en círculos hasta llegar a tu piel poniendo las manos en tu pecho y gritando "casa" hasta que me oyeran los vecinos. Y si quieres te digo cuántas veces he jugado y he sentido en él el mareo provocado por el vértigo de mirarte a los ojos y verme en su reflejo, como si fuera una hormiga, diminuta, y me estuviese preparando para entrar dentro de tu cuerpo como si aquella fuese la misión más revolucionaria de todos los tiempos. Dime y si quieres te digo que alguien va diciendo que el corazón es una puerta que se abre y se cierra a gusto de

Para que no lo hicieras tú.

Necesité bailes y faldas de vuelo, y me sobraron ganas de llorar. Necesité olvidar lo que era un beso, la danza de tus labios al hablar. Necesité escuchar canciones tristes, partirme el alma y no salir. Y aunque lo hice por instinto, por inercia y corazón, todo lo hice por no caer en ti. Necesité borrones sin cuentas nuevas, tachar segundos de mi reloj para que el tiempo pasara y me diese cuenta. Necesité ponerme triste cuando quería estarlo para romperme por mí misma y... Para que no lo hicieras tú.

La vida es eso.

La vida es eso. La vida es un paseo de domingo a pleno sol en mediodía, encontrar la calma del mar en unos ojos que te miran, sonreír por el color carmín de las mejillas y al escuchar la risa, inspirar. Retener todas las fuerzas con las que las olas arrasan en la orilla y que los pulmones brillen por tener incrustados pequeños fragmentos de sal. Llevar un barco interno, controlar el timón uno mismo y llevarte a ti como bandera, clavado en el corazón como si estuvieses a la deriva. La vida es eso, y mucho más.

Sólo sé escribir triste.

Quiero llorar y me faltan pulmones para retener aire porque tú ocupas mucho sitio. Y bebo agua porque este corazón arrugado no se hidrata aguantándome las ganas por culpa de esta soledad. La soledad de no tener a nadie para escucharme, abrazarme, quererme. Nada. Ni no soy yo, quién. Si fueses tú, cuándo y dónde. Siempre escribo triste y siempre escribo sobre ti. Quizá porque no sé escribir feliz, sólo triste. Quizá porque sólo así sepa ser. Y aunque no sea excusa, quizá tú tengas parte de culpa o quizá la culpa de todo. Y quizá, o no sé porque todo se tambalea tanto que no sé nada ya. Sólo que tú no estás y la vida no está para pedir cosas. Aún menos personas. Es que no.

Yo antes no salía.

Antes no salía ni tampoco estaba dentro de mis planes hasta que te descubrí un sábado cualquiera. Recuerdo que una noche te abracé y después tú lo hiciste más fuerte apretándome contra tu caja torácica y rodeándome con tus brazos de Dios del Olimpo. Recuerdo que sentía mi pulso en mis oídos pero no tu corazón, no tus latidos; ni sístole ni diástole. En ese momento pensé que deberíamos vernos más, también sentirnos y oírnos. Dejar que nuestros cuerpos se deleiten con palabras y gestos mientras nuestros ojos se miran como dos luceros fijos, embobados porque nunca antes habían visto nada igual. Pero cuando te veo me entra taquicardia, y cuanto más cerca te tengo más me cuesta respirar. Y no sé cómo eres capaz de arrebatarme el oxígeno sin mirarme ni cruzar palabra con mis labios. No sé cómo eres capaz pero me pesa el corazón cuando te hablo y veo que no sientes lo mismo y me muero un poco más. Nosotros que podríamos hacer de esta cama un paraíso y que esta vid

Y tú tan seco.

No podrías ser el clavo ni aunque quisieras, porque no existe herramienta que te saque de donde estás. Tienes reservado el ático de mi alma y no lo estás sabiendo aprovechar porque me cortas las alas. Pero soy un pájaro con ansia de libertad que imagina cuánto cielo debe haber en tus labios. Así que soy el pájaro que abre la ventana y se tira pensando que vas a estar debajo por si caigo, o vas a estar arriba por si echo a volar. Como quien se tapa los ojos con las manos porque no sabe dónde esconderlas y ya ha tirado todas las piedras y no queda tiempo, ni siquiera quedan fuerzas para algo más. Me tiro a la piscina tantas veces que me arrepiento la mayoría, pero casi siempre suele ser un poco tarde para echarse atrás. La piscina está tan llena de agua que el frío se me agarra a los pulmones. Y mientras yo tan empapada, tú tan seco.

Eres para tanto.

Soy un cúmulo de amores imposibles. No intentes entenderme, el ayer es hoy todavía. El mañana un futuro descuidado sin sonrisa ni tus formas de moverte entre las luces de la lejanía. Soy un cúmulo de amores imposibles y tú sí eras para tanto. Y aún lo eres. Yo por ti sería un acto de rebeldía en la más pura paz mundial de tus ojos, aunque me costase la vida contarlo meses más tarde. No sé sobre qué estoy escribiendo, se me escapan las manos deseando jugar con las tuyas, pero sí sé que es sobre ti. Eso no ha cambiado después de tanto tiempo. Aún te sigo viendo entre los agujeros de los sueños. Esos rotos que dejan pasar la luz mientras mi corazón se tiñe de un color carmesí. El otro día te quise hablar y se me fue la vida en un suspiro de tus labios, y estaba yo pensando sobre esas cosas que uno no dice pero las piensa mucho rato. Y las calla, y las escribe cuando no puede más. Y el otro día, al preguntarte "¿qué te sobra?" aún en bajito te s

El sexo de la risa.

Irene dice que existe, incluso escribió un libro, por eso creo que tiene sentido que todo esto te lo diga aunque nunca te lo diré. Te pienso hacer reír hasta que te duelan las mandíbulas y al día siguiente al hablar, del dolor me recuerdes. Que te duelan tanto que vamos a pensar que existe el sexo de la risa y que nosotros hemos sido todo este tiempo vírgenes. Te voy a hacer reír, que bailar ya lo haces solo, porque aún no me conoces.

Lleva dos noches lloviendo.

Lleva dos noches lloviendo. No sé si estarás durmiendo en tu cama o esta noche duermes con otra o con "ella" o estás deshaciendo el amor. Permíteme decir que sólo el amor nos haría a nosotros. Así que no sé dónde estás y no sé si quiero saberlo. No sé de qué color es tu pijama, ni siquiera cuál es tu color favorito. No sé si tienes hermanos y compartís sueños cuando estáis dormidos, no sé si estás durmiendo ahora, y estás solo, y tienes frío. No sé cómo llevas la barba, tampoco si la has afeitado o si pareces un vikingo. Ni siquiera sé a qué sabe tu boca ahora mismo, si a menta, fresa o eucalipto. No sé a qué huele tu cuello, no sé si estás vestido o duermes desnudo dejando al descubierto tu ombligo. No sé de qué color son tus ojos ni cuántas guitarras tienes, ni a qué hora te sonará la alarma mañana ni en qué piensas cuando abres los ojos. Ni qué te quita el sueño, ni con qué soñaste anoche ni con qué lo haces ahora. Y me pregunto si alguna vez

Toda esta locura.

Dime cómo se le llama al hecho de buscarte en cada esquina al cruzar, en cada coche que se acerca y acelera o frena y me cede el paso. En cada portal al que me aproximo, en cada playa que piso, en cada bar por el que paso sabiendo que no vas a estar. Dime cómo se le llama al hecho de jugar a tratar de identificarte entre las sombras de los desconocidos, al hecho de esperarte en cualquier lugar sabiendo que no llegarás. Me estoy volviendo experta en esperarte con el corazón taquicárdico perdido sin motivos, porque tu mirada no está cerca y aún así me remueve un cierto nerviosismo. Me estoy volviendo experta en imaginarte entre fumadores donde ni siquiera hay humo, donde ni siquiera nadie fuma, donde ni tan siquiera alguien pide fuego. Me estoy volviendo experta en volverme loca por alguien que no me llama, que no me escribe, que no me escucha. Dime cómo se le llama a todo esto. Dime cómo. Y al menos ponle nombre a toda esta locura.

Personas-tesoro.

Creo que quien bien te quiere, te hará llorar de la risa y ella lo hace hasta el punto en que es extraño. Puedo resumir su nombre en una letra pero a ella es imposible definirla en tan sólo una palabra. Ella, que es musa como la noche, como la luna por la magia que desprende con tan sólo un pestañeo. Musa de Leiva y mar de su capital, musa de Carlos en el reino de Antoni que le dedicó una calle infinita como sus piernas y un libro -puede que el más especial-. Ella que es esa luz que no necesita interruptor ni recargarse con luz solar porque haya oscuridad o luz sigue brillando. Esa luz que un día te encuentras y ya no vuelves a estar a oscuras por completo nunca más porque nunca se apaga. Ni estando lejos. Porque en los días grises ella hace que el sol salga, y que brille incluso cuando llueve; y el arco iris no es más que otro puente de tantos que nos comunican y nos mantienen cerca a pesar de la distancia. Porque además de ser persona, maga y puente;

Aquel profundo sueño suizo.

Me habría gustado quedarme a vivir en su boca. Sus dientes no eran perfectos, no seguían una línea recta pero con ortodoncia habría perdido su esencia. Me pidió perdón por no poder poner tildes y me enviaba guiños que hacían que me derritiera. No me dio tiempo a fijarme en sus manos porque me caló como cala la lluvia en primavera con tan sólo hablarme en castellano; también lo habría hecho en alemán. Y es que hablaba en su español aprendido, despacio, poniendo orden en su cabeza para no cometer errores cuando yo todos se los habría perdonado. Le brillaban los ojos como si alguien estuviese lanzando fuegos artificiales dentro de su cuerpo y me cegó por completo con su eclipse total. Había un silencio entre palabra y palabra y podía ver cómo cada letra pasaba por su lengua en fila india de una en una agarradas por la espalda sin perder al compañero. Cada vez que me escribía a lo extenso el corazón se me hacía agua pero caí de aquel profundo sueño suizo, de a

¿Qué vamos a hacer?

¿Qué vamos a hacer? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué va a ser de todos los besos  que no nos estamos dando?  Que se están muriendo de frío por no entendernos, que por no entenderte me estás matando. ¿Qué vamos a hacer? Nos estamos erosionando como montañas sin la necesidad de tocarnos cuando deberíamos fluir como ríos, dejarnos fluir,  y querernos como antes. Como antes y ahora no. O ahora sí y no lo sé. No sé si me quieres, no sé si yo lo hago por los dos. Dices que sufres pero no te mueves, te quedas ahí en el mismo sitio anclado, taciturno, cobarde cuando yo quiero  que te muevas, y bailes y lo pienses, y después de pensarlo mil veces me digas te quiero. Este no saber qué hacer, de querer tenerte cerca y no poder me está afectando más de la cuenta y ya siento que no puedo. Que no puedo más y tú no entiendes. O no quieres entender. Que tus manos están perdiendo los trazos, las huellas dactilares, los caminos, de n

La última vez -que nunca es la última-.

La última vez nunca es la última si se trata de escribirte. De describirte al observarte, imaginarte en cualquier lado, admirarte con los ojos y dibujarte con palabras. Nunca se me ha dado bien llevar un pincel sobre la mano, prefiero llevar una cámara y llenarte de fotos el cuerpo como si besos se tratara. Pero el erotismo de trazar las curvas de tus brazos desde tus clavículas desnudas me conmueve, tanto o más que fotografiarte tantas veces hasta que las fotos se muevan calcando tu formas de moverte entre las sombras. No habría hecho mal al rechazarte esa copa si te hubiese pedido a cambio, que compartieses tu boca conmigo. El alcohol habría sabido fantástico, y mi lengua habría bailado con la tuya hasta perder el ritmo y el equilibrio. Me oprime la impotencia de querer morderte con los ojos. De querer encontrarte las ganas enredada en tu barba, encontrarte las cosquillas y clavar en ellas banderas; sentir las ganas de no querer soltarme en tu mandíbula y las

Toda la culpa es tuya.

Toda la culpa es tuya y toda la culpa la tienes tú; lleva tu nombre y apellidos y se calza tus zapatos. A veces empieza por el pie izquierdo y se pone de mal humor. Se peina lentamente los cabellos, y cuando no, los lleva al viento libres y enredados. Lleva el corazón como diadema y camina dejando por la calle el rastro de tu olor. Toda la culpa la tienes tú y toda la culpa es tuya por llenarme los oídos de palabras y los ojos de amapolas. Por mirar a todos lados con la mirada estrellada y sonreír como un niño cuando le entregan su regalo tan esperado. Por tener los ojos como el cielo en la noche de San Juan y hacer que quiera vivir en tu boca. Por ser arte en todas tus formas desde las pecas invisibles a los meñiques de los pies. Y por eso toda la culpa es tuya y toda la culpa la tienes tú; por morder con tus dientes y sonreír con tus labios.

Digo.

Digo que no quiero volver a verte pero me recorre un escalofrío al pensar que puedo hacerlo. Y digo que no te quiero ver pero espero que aparezcas, y no apareces y me entristezco. Digo que no quiero volver a hablarte y finjo que no quiero que lo hagas, pero espero a que me escribas, y espero y no lo haces. Y espero y me derrumbo. Digo cosas que no debo, callo todo lo que debería gritarte. Escondo todo lo que es un no pero sí, me muero por todo lo que quiero que sea sí y es un no. La taquicardia empieza a tocarme la percusión en el corazón y me derrito lentamente por tus pasos que están lejos y te busco entre las sombras y no te encuentro, y antes de encontrarte me voy. Cuando pienso en ti siento que mis pulmones están encarcelados, que me falta el aire, que te lo has llevado. Cuando pienso en ti se me hace un mar los ojos y la orilla se me aleja de la cara, y no hago pie y está muy hondo. Cuando pienso en acercarme siento que te desintegras si te roz

Nunca más.

Hoy es la última vez, me niego a continuar. Hoy es la última vez que te escribo, y ojalá fuese así pero sé que no. Porque si te veo la cara, se me parte la vida. Y no hablo de tu boca, sólo de tus ojos. Si te veo la boca se me escapan los latidos en forma de suspiros y el corazón se me sale de las órbitas. Porque sé que si te veo te voy a seguir escribiendo, porque no sé no hacerlo, ni no sé intentarlo. Porque sé que si te veo voy a volver a caer en las redes que nunca me lanzaste, y por eso no quiero verte, y por eso sí quiero hacerlo. Porque deberíais habernos visto, cómo yo le miraba desde la lejanía; porque no me perdía de él ni siquiera un pestañeo. Miraba serio al infinito, iluminado por los focos, creyendo yo que toda esa luz venía de él y no de ningún alumbrado. Deberíais habernos visto, que mientras yo le miraba y no perdía de vista ni siquiera el blanco de sus ojos, él durante un segundo buscó entre todos mis ojos camuflados -y si no fue así

Soy experta.

Soy experta en muchas cosas. En perder y que me pierdan, aunque alguien nunca me perderá del todo porque si no estoy siempre vuelvo; y, a veces, eso ni siquiera. Pierdo oportunidades y soy experta en perderlas. Como cuando me invitaste a una copa con señas y negué con la cabeza pero me acerqué a ti. Pero ya era distinto, el tiempo entre los dos se había reducido y desconoces cuántas veces me arrepiento de lo mismo, de haberte negado esa copa aunque de ella no hubiese bebido. Porque por ti habría fingido estar ebria y te habría lanzado sonrisas de más envueltas en redes que se enganchasen a tus pies y se atasen a tus manos, para tenerte a mi lado más minutos de la cuenta y hubieses perdido esta cuenta con unas copas de más. O como cuando me dijiste dónde estabas y me preguntaste si iba a ir a por mi beso, sin yo saber a cuál te referías, y no fui. Y no me fui de donde estaba, y no corrí hacia tu cuerpo para rodearte con los brazos o que tú me rodearas y me

Él no lo sabe.

Él no lo sabe porque es el dueño de su boca, y no la conoce tanto como quien la admira de frente con las pupilas dilatadas. Él no lo sabe y por eso desconoce el magnetismo que provoca por las venas la danza de sus labios al hablar. No lo sabe porque no es quien camina en línea recta con las manos y descarrila por la forma en que se mueve cuando anda. No conoce tanto su piel como quien imagina su textura y se pregunta a dónde llevan las huellas dactilares de sus manos. Y es posible que con esas manos atase lazos invisibles en mi cintura, que sólo él -sin saber cómo- sería capaz de deshacer para -sin quitarme la ropa- dejarme desnuda. Él no lo sabe y por eso desconoce las cosquillas que provoca en el mundo cuando ríe -como si de cien mil aleteos de mariposas se tratase, causantes de terremotos en la otra punta-. Él no lo sabe, pero si se viese reflejado en un espejo sonriendo tal y cómo sonríe a la vida, incluso él mismo se haría perder el equilibrio y hast

Y qué es la vida, sino arte.

El mundo necesita a más personas que miren a otras como si fueran obras de arte. Como yo te miro, para admirarte, como si tú fueras el mar. Ver cómo brillan tus labios al enmudecértelos como si el sol se estuviera reflejando sobre el agua cristalina. Disfrutar del vaivén de tus pestañas que suben y bajan como se van y vuelven las olas. E incluso salpican con pequeños haces de luces y sombras. Encallarme en tu mirada fija como si se tratase del horizonte infinito, en la línea recta que desdibujan tus ojos. Admirar tu sonrisa marcada en los extremos a modo de paréntesis mostrando tus hoyuelos como si fuesen pozos de agua y la vida fuera un desierto. Desear mirarte durante horas porque a escondidas por el rabillo del ojo me sabe a poco, si por miedo a que me descubras ya de pensarlo me sonrojo. Y es que desconozco la coherencia cuando te miro y me embobo por el magnetismo que me envuelve por tu piel. Desconozco lo que es lógico si te tengo a centímetros y c