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Mostrando entradas de junio, 2013
                                                                          ...Supongo que al final simplemente                                                                                       las personas se olvidan                                                                                               de aquello que prometieron                                                                                                             un día.

Yo también.

Y supuse que si él podía olvidar...                                                      ... yo también. ... Claro que a mí me llevaría mucho más tiempo.

El cosmos de mi alma es el caos de tus pupilas.

Es triste darse cuenta de a quién le importas una pizca y a quién no. Y es que al final... te acabas dando cuenta. Te acabas dando cuenta de que sólo eres alguien en quien las personas no piensan ni se preocupan. Que sólo eres alguien fruto del aburrimiento y del no saber qué hacer. Y es triste. Muy triste. Es triste que tú siempre estés para alguien y que te preocupes por esa persona y esa persona nunca esté para ti. Es triste. Tú siempre estás para el mundo, y el mundo nunca está para ti. Es triste darte cuenta de que si no es por ti, puedes estar el resto de tu vida sin hablar con esa persona. Es triste. Muy triste. Pero más triste es que...                                     ... cuando le hayas comenzado a olvidar... Volverá.                               Y entrarás en este caos constante que es la vida.

Historia de un tú y yo. Real.

Imagen
Era una calurosa tarde de verano en Torrevieja. Carlos, uno de los protagonistas de esta historia de dos, paseaba en bicicleta por la calle Joaquín Chapaprieta. Como otra tarde cualquiera. Por otro lado, Juana junto a sus dos hermanas Ana y Rosario, estaba en la puerta de su casa tomando el aire. De pronto, una de sus hermanas le susurró algo al oído y Juana giró la cabeza para mirar al joven que venía en bicicleta. Era Carlos. Ella no le conocía a él y él tampoco a ella. Las miradas de ambos se cruzaron durante una fracción de segundo, y en ese preciso momento, aunque Carlos no conociese a aquella muchacha, sabía que le había cazado. Sabía que su corazón ya tenía dueña. Pasados unos días, Carlos (que anteriormente se había enterado de cómo se llamaba la dueña de su corazón), se acercó a casa de ésta. Tomó un trago de coñac y tocó a la puerta. Cuando Carlos consiguió tener por fin a Juana delante suya, le dijo algo parecido a: "Juana, me has cazado. Me gustas. Y me gustaría que