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Mostrando entradas de julio, 2017

Primera luna llena.

Yo podría aceptar que ayer estuvieras con ella, que pasaras la noche a su lado. Que la miraras y no pudieras dejar de sonreír, con esa sonrisa tan tuya que eriza la piel, que enloquece la bomba que reina en mi pecho. Que deseases que la noche durase horas o días enteros. Que sintieras la miel en los labios cada vez que hablase o le dieses un beso, y que tus manos la acariciasen como si fuese de cera y quisieras hacerte quemaduras de tercer grado. Yo podría aceptarlo porque deseo que recibas amor, todo el que yo no puedo darte, y que te llenen la cara de besos hasta que esté a punto de reventar tu sonrisa. Lo podría aceptar aunque mentiría si dijese que no desearía ser yo la que te hiciese todo eso y la que estuviese a tu lado. Podría aceptarlo, pero sin embargo, no podría que anoche estuvieses solo mirando la primera luna llena del verano. Que te faltase alguien de copiloto, que nadie se agarrase fuerte en tu cintura, que no vieses el reflejo d

Cosas de la edad.

A veces siento necesidades que ni yo misma puedo cubrir, que no sé mantener, ni conseguir hacer posibles. A veces siento la necesidad de hablar, de conversar, de poder decir que me rompo, que me rompo aunque no se me note, y que detesto desear algunos de los imposibles del mundo. Otras veces siento la necesidad de que la vida sea de otra forma, cocinar unidas, salir, planear viajes, tener más complicidad, descubrir el verdadero significado de familia, pero sólo me siento ahogada y sola, entre dos puertas y su pasillo. Algunas otras veces necesito cariño, amor, besos, abrazos, respirar y sentirme plena junto a unas manos y que en un silencio se diga lo demás. Pero entonces mi necesidad también es que estés y que de todo lo anterior seas tú el culpable o el artista, porque te he elegido a ti y no sé bien por qué. Aunque sí lo sé, de algún modo, porque cuando te miro a la cara encuentro todas las razones. A veces siento la tristeza y en lo más

Las batallitas.

La cicatrización, el olvido, la aceptación, la despedida..., todo es lento. El duelo y el paso de la herida, el cambio de su color, las lágrimas que ya no brotan más de una misma. El dolor en el pecho, los suspiros por no caber más vacíos, por no querer sentir más peso, no poder sentir más peso, porque en tu vida soy un espacio de más del que no te das cuenta y dejas pasar, perenne. Unas manos perdidas en los cajones, una intensidad tan fuerte que no te haces idea. Unas ganas de no querer verte pero de buscarte en los bares, las calles, las esquinas... ¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar a alguien? A veces, toda la vida. Otras años, quién lo sabe. ¿Qué puedo hacer mientras tanto? Mientras veo tus fotos y me entra la pena, que se desliza por las paredes de mi pecho, y las mancha del color de mi sangre. Mientras quiero hablarte y no me lanzo, mientras respiro tras haber borrado tu número para no buscarte, para que mis manos no te busquen de noche an

Si te escribo.

Hoy lo tengo claro: Si te escribo es para ordenar el caos que me provocas. Para observar mis sentimientos, palparlos, manosearlos y organizarlos en cajitas de colores. Todo lo que me gustas y te escribo con estas tripas que vibran por tu mirada lo guardo en una caja roja, por el rojo de mi sangre. Las veces que te sueño, e imagino que vienes, o que me hablas, o tan sólo me miras lo guardo en una caja azul; quizá no haga falta decir por qué, así como el mar y el cielo. Todo lo que me duele porque nunca seremos nosotros, nunca habrá un cuándo, un dónde, una costumbre, un valor incalculable, un primer beso, un primer tacto que hace que nos crezcan flores en el pecho, lo guardo en cajas grises, aunque sé que no será el color definitivo. Lo será mientras rocen y escuezan y arañen y agarren y puncen y estrujen. Mientras sigan haciendo que me tiemble la voz, el pulso, me falte la respiración y todo me dé vueltas porque tú estás en el centro del e