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Mostrando entradas de junio, 2017

Las dos y media.

A veces, en noches como ésta, a estas horas cuando tan sólo escucho el pitido fino del silencio, miro hacia adentro, miro hacia mí misma para descubrir lo que hay dentro, descubrirme sensaciones; toco mis paredes, descubro en el tacto irregularidades que provienen de otro cuerpo que me dejó huellas. Una mano en la espalda, hace semanas, que aún sigue fresca sobre mi cemento, una mano que sostenía mi costado, que lo acariciaba con calma, que me traducía lo que no salía de los labios, ni siquiera de los ojos; una mano a la que yo le di un guión, a la que yo le asumí un valor deseado por provenir de su dueño. Una ilusión, al fin y al cabo, que debería consumirse pero que no lo hace, porque no es una estrella fugaz. También descubro la sombra de una boca sobre la que guardo un arsenal de pacifistas que sólo quieren proclamar el amor con palabras. Yo callo, suspiro, cierro los ojos. Dejo de rebuscarme porque también encuentro el dolor. Cierro los ojos

Coches, casas y algunas personas.

No sé escribir como si la vida no se me fuera a escapar en cada bocanada de aire. Quizá es por eso que parece que escribo siempre triste con la melancolía entre los incisivos. Anoche, cuando por fin llegué a casa, con el sol tras la espalda, el naranja de fondo y la resaca de una taquicardia en el corazón, mi abuelo volvió a preguntarme una cosa. De esas cosas que me llevan hasta ti, que me reconducen, que te traen a mí como si el viento volviera a soplar dibujando espirales. Y me preguntó "¿qué has visto?". Yo, tras una pausa larga rebuscando en el saco de las palabras cuando a una no le sale qué decir, dije que coches, casas y algunas personas caminando por la calle. Y no mentí porque era cierto, pero también callaba, y callé y me guardé tu nombre dobladito como si fuese un pañuelo, y no en el bolsillo, ni en la boca, ni sé tampoco si en el corazón. Pero me guardé tu nombre y me callé la boca, y respondí tan sólo eso, que coches, casas

Todas aquellas cosas que no van a pasarnos y nos están pasando ya.

Esta mañana el aire me acariciaba la cara y yo sentía paz y quería dormir al sol aunque me abrasase por sentir la necesidad de que el viento me silbara en el oído y se deslizara por mi piel devolviéndome a la infancia, de cuando era niña y mamá me llevaba en moto a la piscina, y yo me agarraba a ella con fuerza rodeando su cuerpo con mis bracitos mientras estaba sentada detrás de su espalda, la que ahora admiro con cariño con los mismos ojos con los que yo supongo ella me miraría la primera vez que un señor o una señora desconocida en el hospital me llevó a sus brazos. Y es que ayer hablando de recuerdos con el resto de la familia, desenvolví los míos de aquellas tardes de las que sólo recuerdo eso, la sensación de felicidad cuando el aire me acariciaba la cara. Yo podría haber recorrido así el mundo, mamá, y mis veintidós años también, toda mi vida si hiciese falta, tras tu espalda y agarrada por tu cintura y, por supuesto, con los ojos cerrados. Despué

Quizá lo necesitaba.

Algún día echaré la vista atrás y ojalá no me invada la pena y no observe el paso del tiempo deshaciéndose, ni las horas derretidas como si estuviesen dentro de uno de los relojes famosos de Dalí de la persistencia de la memoria , ni el tiempo perdido como un zumo que se derrama al alcanzar el borde de la mesa y llega hacia el suelo para acariciarlo gracias -o por culpa- de la gravedad. Ojalá nadie se atreva a llenarme los oídos de espirales de sonidos formados por palabras que dan a entender que he perdido los años escribiendo sobre hombres que se estiraban, se retorcían, punzaban, bailaban y me estrechaban el pecho, concretamente el corazón. Porque ahora lo pienso, de manera remota, como si predijera el futuro, como si alguien me lo fuese a preguntar, como si me lo fuese a preguntar yo misma y no quiero saber mi respuesta ni mucho menos mi reacción. Porque escribo, de eso no cabe duda, y porque escribo todo lo que se me pasa por el corazón, los ojos y

Hogueras.

Como todas las noches del año, aquella comenzó atardeciendo; por un lado el sol se puso, se tiñó el cielo de naranja y de nubes que acompañaron como si fuesen su tropa en el camino. Empezaron las sombras a moverse, a deslizarse por la arena, y a confundirse las unas con las otras. Los cuerpos, ya entonces difuminados en el ambiente, empezaron a bailar alrededor de sus hogueras. Y éstas, una a una, comenzaron a prender haciendo que con el paso del tiempo el fuego amansara. Los cuerpos prendieron las hogueras con sus manos con el fin de quemar lo antiguo, lo pasado y el pasado, para darle la bienvenida y un abrazo a lo nuevo que puede saborearse en los labios. Yo imaginé que no te vería, estaba bastante segura; pero de pronto sobre las maderas aparecieron tus amigos. En mi pecho una gran hoguera empezó a prender como si mi sangre estuviese compuesta por gasolina, y mis ganas de tener tu silueta en mis pupilas hacían que mi corazón bombease c

Deberías saberlo.

Deberías saber que alguna vez en sueños me llamaste "cariño", me besaste en la calle en la profunda oscuridad de la noche; que aún el pecho me vibraba, y aún las manos me latían, y aún se me encendía toda esa luz que tus fósforos de aire y de miradas frotaban sobre las palabras que querían escapar por mi garganta para precipitarse sobre tus labios. Deberías saberlo, que alguna vez en sueños nos miramos cientos de veces y no hizo falta decir nada. Sólo recuerdo eso.

Bonitas vistas, las tuyas. Tú.

Bonitas vistas, te digo, mientras te adjunto además un corazón atravesado. Que es el mío, aunque tú no lo sepas, por cada vez que con una frase lo envuelves todo. Llega hasta mi pecho una especie de burbujeo extraño que hace evidente que de éste incluso salga purpurina, no sólo sangre de la que lleva las letras de tu nombre agarradas de la mano. Bonitas vistas, te digo, porque con una fotografía me dejas sin habla, pero no para que deje de hablarte sino para que invente un nuevo idioma; el tuyo y el mío, para que con una mirada nos digamos lo importante; nuevas palabras para decirte lo nunca dicho porque las aprendidas desde niña no me salen por la voz. No eres un paisaje, eres un cuerpo lleno de órganos, tejidos, arterias, venas, células...; también sangre. No eres un paisaje pero podría ver montañas sobre tu piel, árboles en tu pecho y sentir el viento soplándome las pestañas desde tus labios. No eres un paisaje pero podría ver el mar en tus m

Agradezco que no lo hagas.

La playa está gris, parece que hay una ligera niebla a lo lejos y en mi cabeza suena Turnedo porque Ferreiro siempre vuelve, igual que las olas a la orilla y a los pies de los turistas. Y en el fondo agradezco que no me llames desde las alturas intentando que escuche el sonido del viento. Ni que me envíes vídeos del mar rompiendo, los árboles bailando en el medio del bosque ni fotos de calles mojadas o el cielo azul. Y tu sonrisa de fondo. Y tus ojos dulces. En el fondo me alegro, que tampoco vayas a dibujar mi nombre en la arena de todas las playas que pises, y mucho menos mañana -que cumplo años-. Porque entonces, ya nada podría despegarme de ti. No sé si sería capaz de desengancharme la flecha clavada en mi corazón atravesado. No sé si podría, por eso agradezco que no te acuerdes de mí, aunque yo me encuentre pensando en ti todo el día.

Me estás llenando de recuerdos.

Me estás llenando de recuerdos y no lo sabes, y no me imaginas, y eso es lo que más me hace llorar. Me estás llenando de recuerdos mientras bordeas mi infancia, mis veranos en familia, en la piscina del jardín, saltando encima de las camas, bajando y subiendo los escalones de madera mientras con cada paso los oíamos crujir. Y no me estás imaginando de pequeña, con flequillo y sin flequillo, en bañador, manga corta o chubasquero. Las tardes paseando por el pueblo agarrada a mi prima como si ambas fuésemos una. Las cenas en familia cuando aún estaba mi abuelo, aunque su memoria ya se hubiese marchado. Las tardes tomando algo en el bar de la esquina, comiendo pipas en la tienda de Julita, rodeando la plaza del pueblo...; ahora estará todo cambiado. El silencio que nos sacudía cada vez que papá nos llevaba al cementerio, y me ponía triste por ver tumbas muy pequeñas de niños que en la tierra ya no estaban jugando. Y quizá lo que más me duele no sea

Quizá me muera de ganas.

Quizá me muera de ganas de encontrarte de pronto y de preguntarte sobre el paraíso, el norte y sus vacas; y que por tu lengua pueda ver las olas, las montañas, los bosques y sentir la frescura de mi infancia en tus ojos encendidos. Imaginar mientras me miras y me hablas, y tu boca se abre y se cierra como si estuviese bailando para mí; el acento acariciando tus oídos. Imaginar mientras me cubres con tus brazos y me besas en la cara como si acercase los pies a la orilla y la ola me saltase hasta las piernas de golpe -porque ojalá siempre me asustes de ese modo-. Imaginar entonces el Cantábrico mojándote los pies, su agua congelada y tu porte; imaginar cómo eres, qué cara pones cuando tu niño pequeño se muere de frío y tu hombre adulto se hace el valiente. Imaginar que has vaciado el aire de tus pulmones y le has dado de comer a los bosques que mantienen verde el paraíso. Porque ahora sí es un paraíso; te está besando mi infancia, te están comiendo a

Así me siento yo cuando eres arte.

Escribir por ejemplo, que los acantilados te cubren las espaldas, el viento es cuidadoso para no arrastrarte, el mar azul allá a lo lejos te susurra, los árboles verdes te arropan la mirada y el sol... El sol hace que brilles mientras sonríes mirando a la cámara, y a mí me duele el corazón de sur a norte como si cientos de hormigas, de arañas, de escarabajos, de cucarachas me lo mordisqueasen con rabia. Porque así me siento cuando no te fotografío y eres arte. Cuando no te hago reír y tu risa en una fotografía hace eterno el instante... Porque seguro que si acerco el oído aún se puede escuchar el eco flojo y lejano de tu risa, y ver las arruguitas que se te forman a los lados de los ojos cuando eres feliz; porque así me siento yo cuando tú eres arte y yo no puedo admirarte ni de cerca, ni de lejos. Y tengo que sentir cómo cientos de bichos invisibles me mordisquean el corazón haciéndome sangre, la misma por la que corre tu nombre sin descanso.

Quizá es porque no quieres.

Veo que estás en línea, en la línea que nos separa y me siento una funambulista a punto de saltar que no sabe si hacerlo. Pienso dónde estamos, qué sucede, y me pregunto por qué cuando más comunicados estamos, no hablamos nada. Podríamos sentirnos al instante; escuchar el sonido del estallido de la risa en tu boca, tus comisuras estirándose; imaginar tus pupilas dilatándose lentamente como flores que se abren buscando el sol del nuevo día. Podríamos estar sintiéndonos ahora, acercándonos a través de mensajes, palpándonos las ganas, mordiéndonos los labios, sintiendo el corazón palpitante contra las costillas; pero a ti las palabras no te muerden en las manos. Pero a ti las palabras no te muerden en los dedos para hablarme, y eso es duro aceptarlo, pero te retratas y te muestras  y yo lo veo sin vendas ni esparadrapos, del tirón, de cuajo,  y suena en mí un eco similar al sonido que hace una tela vieja cuando se resqueb

Podría dejar de escribirte pero tengo un pueblo en las manos.

Podría dejar de escribirte pero no sé hacerlo, porque las palabras siempre están en mis manos jugando como chiquillos y chiquillas como si fuesen la calle y como si fuese verano todo el año. Las palabras siempre están corriendo descalzas de un lado al otro como si mis manos fuesen la playa y la brisa les calmase. Algunas letras, que se usan poco como la uve doble, la ka o la equis, se esconden en mis uñas. Se esconden porque se sienten solas, se sienten sucias, y yo cuando las enjabono les repito, que ese no es su sitio, que vayan a jugar con las demás en los nudillos o entre el espacio que separa dedo y dedo. Y sé que podría dejar de escribirte pero tampoco sé si quiero. Las palabras siempre han sido habitantes de mis manos, de mis uñas. Ahora, que estas últimas las he pintado, las recorren como estrellas que pisan la alfombra roja con todo el glamour del mundo. Y salen las palabras más brillantes, como fascinación, cariño, o belleza. Amor siempre va

Despacito.

" Despacito ", dice todo el mundo, y a mí se me viene a la boca tu cuerpo, se me vienen a la boca tus ojos y me arde la boca, y yo finjo, que no me duele y que el olvido está cerca. Y que el olvido es un favor que le hacen a una y a uno; un favor que atraviesa y escuece que se desencaja y pincha y agujerea como un valiente punzón. " Despacito " dice todo el mundo, lo cantan los niños, lo dicen los altavoces de las tiendas, de los autobuses, de los coches. Y tú sonríes en las fotografías y tu boca me dice otra cosa; y yo te pienso sin querer pensarte y mi cuerpo me dice otra cosa. Otra cosa que no es " despacito ", sino " calma, que tú puedes ". Porque no eres ningún laberinto, pero yo sí quiero bordearte, acariciarte por dentro las esquinas y perderme para buscarte y buscarme entre tu olor a tientas todo el camino. Despacito me quitas la venda, cada vez que me arrastro a escribirte y no reflejas amor, ni ganas,