Quizá lo necesitaba.

Algún día echaré la vista atrás
y ojalá no me invada la pena
y no observe el paso del tiempo deshaciéndose,
ni las horas derretidas
como si estuviesen dentro de uno
de los relojes famosos de Dalí
de la persistencia de la memoria,

ni el tiempo perdido como un zumo que se
derrama al alcanzar el borde de la mesa
y llega hacia el suelo para acariciarlo
gracias -o por culpa- de la gravedad.

Ojalá nadie se atreva
a llenarme los oídos de espirales de sonidos
formados por palabras que dan a entender
que he perdido los años
escribiendo sobre hombres
que se estiraban, se retorcían, punzaban, bailaban
y me estrechaban el pecho,
concretamente el corazón.

Porque ahora lo pienso,
de manera remota,
como si predijera el futuro,
como si alguien me lo fuese a preguntar,
como si me lo fuese a preguntar yo misma
y no quiero saber mi respuesta
ni mucho menos mi reacción.

Porque escribo, de eso no cabe duda,
y porque escribo todo lo que se me pasa
por el corazón, los ojos
y se me enreda entre los dedos
de estas manos que teclean
y se mueven como arañitas
que le suben a una por lo pies hasta el cuello
y provocan picor en la piel,
y una se rasca y se rasca con fuerza
pero sólo alivia hasta que salen unos diminutos puntitos de sangre
o hasta que cierra el telón un punto final y seguidamente
un suspiro de aquellos que ensanchan los pulmones de vida,

de la misma vida que cada día se desintegra
dentro de nosotras mismas y nosotros mismos
tras ver las noticias en el telediario, en Internet
o leerlas en papel de periódico.


Porque escribo, y también asumo, que escribo y me dejo llevar;
mi cerebro en pleno éxtasis lleno de ideas, de olas que sacuden,
de árboles que se mueven de derecha a izquierda
a favor -o en contra- del viento,
saca a bailar a mis manos y yo no soy más que un títere
o una marioneta, no más que un trapo de colores
con una sonrisa en la boca y que parece una persona,

pero en ese momento no lo soy,
porque soy como una ventana abierta
de la cual no deja de entrar o salir aire,
una brisa marina intensa y fresca
que le calma a una la sangre
y le hace cerrar los ojos como síntoma
de la felicidad que puede palpar en cada centímetro
de piel.

Así que espero que ojalá nadie se atreva
ni yo nunca siquiera a decírmelo,
porque a pesar de querer,
de querer dejar de escribir sobre alguien
que no sea yo;

querer con la mano en el pecho
cerrando los ojos con fuerza,
y querer desnudarme si eso va a conseguir
que deje de escribir sobre alguien,
y arrancarme la dermis y epidermis
si aquello fuese capaz también de hacerlo,

yo no sé escribir sobre mí misma
o todavía no he aprendido
o todavía no ha brotado en mí esa semillita;
aún no ha empezado a crecer,
quizá aún no he llorado lo suficiente por los hombres,
quizá aún me falten rotos
y descosidos
y dolores y cardenales
que se sienten por dentro
y no salen hacia afuera.

Porque a pesar de quererlo,
también quiero escribir sobre alguien,
y lo sé porque siento unas ganas locas
irrefrenables que me arañan,
que me cogen del pelo,
que me oprimen el tórax,

que hacen que mis propias venas salten
como si estuviesen encima de camas elásticas,
o en un circo
o en un parque de atracciones y fuesen
unas chiquillas que acabasen de descubrir
la sensación irresistible -para algunas y algunos-
provocada por la adrenalina.

Por eso ojalá nadie se atreva,
ni yo misma.

Aunque quizá mire al pasado
y me vea contenta
con las heridas supurando sentimientos
compuestos por letras,

como si estuviese enhebrando una aguja
y con ese hilo invisible y eterno
formase las palabras
que forman tu nombre
y todo aquello que desencadena
reacciones químicas dentro de mi sangre
cada vez que te veo
y después tú me miras.

Porque quizá mire y me dé cuenta
de que he perdido las horas
escribiendo sobre seres que no van a leerme,
que tan sólo han sido trámites en vida,
protagonistas silenciosos, sumisos, arrinconados,
pero a la vez puestos en un altar que yo he mimado
y llenado de flores,

puentes que conducen hacia el olvido
aunque sean caminos de extensos kilómetros
que parece que nunca van a acabarse,
y quizá piense en lo triste que he sido
-y no que he estado, pero quizá también
eso incluso-,
en lo triste que resulta
para aquellos y aquellas que no entienden
no haber dedicado todos aquellos años
a escribir sobre mí misma.

Pero quizá también puede que ocurra,
que mire y me dé cuenta
de que nunca antes había sido tan libre,
ni había escrito tan tranquila,
ni me había confundido con el viento,
con el agua, con el sol,
con las propias hogueras que arden cada junio.

Quizá ahí entonces me dé cuenta
de que estaba encaminada hacia ese abismo,
que me lancé con fuerza y ganas
hacia ese remolino de temblores, dolores
y durezas, de palabras y silencios,
de sueños, sentimientos e ilusiones
acunadas con amor, acariciadas con mimo
y que quizá no había otro modo,

que yo debía escribir fuese como fuera,
y encontrar la inspiración
en aquello que me encarcelase
pero que a la vez me descubriera la libertad
en la soledad;

es difícil entenderlo, yo supongo,
pero quizá yo necesitaba eso,
escribir.

Podría encontrar otra manera de explicarlo
pero ahora mismo no quiero buscar estas palabras
porque no me representan;
ahora mismo quiero quedarme aquí
entre estas letras que se cogen de la mano.

Porque quizá yo debía encontrar este camino,
el de la escritura,
y escribir sobre alguien
antes de aprender a hacerlo sobre mí misma
antes de dedicarme palabras
y acariciar mi silueta,
y dibujarme el perfil
y quererme con todas las letras
presentes del verbo.


Escribir,
sobre lo que llena y quema,
lo que muerde y arde,
lo que brota y aprieta con fuerza
dentro de la piel.

Escribir, siempre ha sido eso;
aunque sea triste, no importa.
No hay ahora
ni hubo nunca otro modo

de ser tan libre,
de sentirme un pájaro
que encuentra el cielo infinito
dentro de la jaula
y se enamora de la sensación.

Por eso mismo yo escribo sobre ti
y sobre aquellos en los tiempos pasados,
aunque ni tú ni ya ellos,
ni aquellos de los que todavía no conozco sus nombres,
vayáis a leerme.

No necesito ni que me alimentes,
ni que me abras la puerta de la jaula
ni me mientas haciéndome creer
que me estás cantando,
ni mucho menos me piropees;

lo único que necesito para sentirme libre
es que sigas respirando.

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