Se acaba y todo tiene un fin.

Se acaba. Se acaba el verano, como también se acaba
la vida cuando la muerte viene a poner fin.
Como se acaba el invierno, como las noches en vela,
la colorida primavera o las tardes de abril.

Se acaba, como todo, como tú un día en mí.
Como tus manos por mi cuerpo trepando como raíces
que no se quieren ir. Como tu piel envolviéndome,
haciéndome regalo que quiere ser abierto por los ojos
de un niño feliz.

Se acaba, como cada domingo entre tus pestañas,
cada noviembre sin volver a verte
y como cada canción que hace que me acuerde de ti.

Se acaba como los besos que nunca nos dimos,
los te quieros que no nos dijimos
y las películas que lloré por ti.

Se acaba como la paciencia, como el amor y la tristeza.
Como la juventud. Como también los recuerdos en
un enfermo de Alzhéimer, como la batería
de un móvil que espera una llamada que no llega, que no suena,
que no aparece por la puerta.

Se acaba como la tinta de una máquina de escribir cuando el artista
no puede dejar de hacerlo sobre su musa, como la intensidad de mis
ojos al buscarte creyendo que eres un chaleco salvavidas.
Como el carrete del fotógrafo que fotografía sin descanso a su modelo,
como las ganas, la ilusión y los sentimientos.
Como las lágrimas, la luz al anochecer, como todo lo entero que un día se rompe.
Como un día todo se acaba.

Se acaba y todo tiene un fin como las balas de un fusil.
Como los terremotos, las tormentas, los conciertos, las despedidas
y sus posteriores reencuentros. Como los viajes... Como el verano...
Como el invierno.

Todo se acaba, desde lo más profundo del océano
hasta lo más alto del cielo y el Universo. De norte a sur
y este a oeste rodeando cada punto cardinal con el mismo tacto
con el que siente un ciego.

Se acaba y todo tiene un fin.
Como agosto y su deshielo.
Como septiembre y sus infiernos.
Como tú, como te acabas tú; ya sin mí.

Se acaba.
Y quizá necesite acabarse,
porque para que algo comience, otro algo debe llegar a su fin.

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