Entradas

Mostrando entradas de abril, 2017

Como si allí estuvieras tú.

Aún paso por tu casa y te busco en las ventanas como si tú estuvieras desde dentro buscándome en la calle, observándome, mirándome a la cara. Como si allí estuvieras tú, al otro lado de la puerta, tan cobarde y callado como yo. Con una de las manos acariciando la madera que separa nuestros cuerpos mientras el orgullo nos aleja. Aún paso por tu casa y te busco en las ventanas como si allí estuvieras tú, pero siempre estás sin luz. Y yo avanzo como puedo entre malezas y tinieblas, echando la vista atrás, buscando tus ojos en lo oscuro y que un brillito se te escape y me haga sonreír. Como si estuvieras dentro de tu casa buscándome en la calle, buscándome en el mundo, y fueses tan cobarde que ni salieras a arroparme y tan sólo me miraras desde allí.

No habrías podido.

Yo dormí a los pies de un callejón que conducía a tu puerta, y quizá a tu cuerpo. Y no pensé que así pudieras salvarme de todas las cosas. No habrías podido saberlo. No habrías sabido hacerlo, tampoco. Y aunque hayamos sido niños y estado tan cerca, y tú siempre un poco más que yo incluso, no habrías podido saberlo. Y yo aún entonces, habría seguido siendo la misma. El mismo cero a la izquierda, la misma niña invisible, la baldosa partida, el viento ante el cual cierras la puerta. No habrías podido saberlo, y de haberlo sabido, tampoco habrías podido salvarme de todas las cosas.

Lo que pasa es que no sé si tú lo sabías.

Lo que pasa es que tus palabras eran alimento. Algunas nutrientes, que enriquecían los huesos de mis miedos y los hacía crecer, hasta llegar a la adultez, pasando por una juventud insoportable, de pensar demasiado, realizarse preguntas y desconocer por completo. De salir por las noches a beberse mi sangre, poblarme la mente y luchar contra el sueño que quería protegerme del tormento de los días. Pero algunas de tus palabras también fueron azúcares refinados, y mis sentimientos aniñados, impulsivos, que correteaban con la boca sucia y extasiada y las manos temblorosas por un extraño nerviosismo, devoraban tus palabras y el veneno llenándose de caries los dientes. E ignoraban, mientras disfrutaban de la droga, inconscientes que se avecinaba un futuro de llantos por culpa de tus letras unidas, convertidas en marañas de palabras por tu corazón cobarde. Pero tus palabras también fueron energía y mi orgullo, tan pequeño como un guisante que se acomodaba en mi

Estas canciones.

Estas canciones son lo único que tenemos, lo único que ha forjado un nosotros, aunque nunca lo haya habido ni nunca vaya a haberlo porque tú no quieres. Estas canciones son lo único que nos une, aunque tú no lo sepas y yo esté tratando de aceptarlo. Aunque tú no te acuerdes, aunque tú no estuvieras en alguna de ellas, sino tu ausencia, y aun así sigues estando. Ahora escucho una de ellas y no me duele. No me duele el corazón, ¿acaso debería? No debería, no, no deberías partirme tanto o más de lo que ya lo haces. Ahora escucho una de ellas y siento calma, es una especie de paz leve que se me dispersa en el pecho. Y no me duele, porque aquel momento quizá dolió un poco, porque no bailamos juntos, porque yo quise que vinieras; pero no duele porque te imagino sonriéndome de lejos, bailándome en la distancia y mandándome un beso de tus labios con tus manos. Ya he escrito sobre esto varias veces, te voy a llevar siempre en el pecho. Quizá con la puerta c

Los espejos.

Yo no puedo fotografiarte porque tú no me dejas. Entonces, pienso en los espejos. En qué pensarían ellos si tuviesen vida cada vez que te pones delante y te miras. Y te afeitas. Te lavas los dientes. Te peinas. Te vistes. Te desnudas. Te lavas la cara y vuelves a mirarte con esos ojos del mundo que reflejas. Yo pienso en los espejos. En qué sería mirarte tantas veces al día, sin que te dieras cuenta. Verte las legañas y los bostezos. Las pestañas de cerca. La lengua, el paladar, la piel, los lunares, las heridas, los complejos. Y pienso entonces también en tu cama. En cómo se sentiría cada noche al tenerte en brazos, y poder extenderlos para entonces abrazarte, mientras tú sueñas y pueblas otros mundos, y le quitas a la oscuridad el miedo que se palpa. Pienso en el sol cuando sale y es el primero que te atraviesa el iris y las retinas. Y en la luna que es la última que te arropa antes de bajar los párpados. Y en tus manos que te tocan. Y en tus pie

La vida.

Esta mañana me desperté con prisas, esperé a alguien que acabó no llegando, llegué al banco y volví a esperar pero esta vez no a un ser, sino a la vida. Quise ayudar a una mujer sin que ella me reconociese el acto; y me pregunté cómo es posible que los ancianos estén tan solos siendo tan vulnerables y frágiles como hojas que son mecidas por el viento en un mundo de personas que no se preocupan por el resto y sólo miran dentro de sus ombligos. Me puse en su piel, qué me ocurriría a mí dentro de setenta años, mas no quise saber. Hoy no. Era demasiado temprano para empezar a aceptar el dolor y que me escociesen las heridas. Fue entonces que me refugié y me dejé guiar por mis pasos sedientos y mis manos nerviosas hacia los libros, y allí mi sangre se calmó. Seguí hacia casa y fue entonces que les vi; que eran 4 y reconocí a uno de ellos por su camisa y la forma de su cuerpo. Eran tus amigos, y estudié sus cuerpos desde lejos, uno a uno, sus brazos, sus p
Si el amor no es casa ni siquiera en la mía, ¿a donde deberé agarrarme a qué pilares a qué raíces cuando el viento sople tan fuerte que parece que va a arrastrarme hacia la otra punta del mundo?

Esto no es crecer.

Siempre duele un poco que lo que un día estuvo, hoy ya no esté, no se mantenga y tú intentes aferrarte con todas tus fuerzas a algo que no existe. La vida parece que es eso, ser destinada a un abandono que sólo tú sientes, lleno de espinas. Y a veces, sólo necesitas poca cosa. Muy poca cosa, pero nadie saber leer, ni mucho menos comprender tus necesidades más simples. Calor y cariño, las dos empezando con c, con c de un corazón que bombea tranquilo, cuando no lo hace fuera de sus órbitas. A veces tan sólo necesitas volver a sentir lo que sentías, antaño, cuando la infancia te soplaba en la cara, la mano de tus padres estaba a un palmo de tus manos, aquello era el roce del cariño que hoy ya no cabe entre las paredes de esta casa. Cuando tu conciencia no te atormentaba y no sentías ganas de llorar por el poco amor que entra y todo el que sale, que tiende a desestabilizarte cada día, aunque no sepas gritarlo. Tampoco es pedir tanto, creo. No sé a cuánto

Olvido en día gris.

Hoy el cielo está gris y parece que presencia un olvido, o un inicio de éste, o un intento. Porque a veces uno lo intenta y se dice con ganas "hoy voy a olvidarte"; y después el pecho y el mundo, también la vida, le hace un imposible. Hoy el cielo está gris y parece que alguien hubiese emborronado sus recuerdos, en la memoria del cielo, para que fuese más fácil. No sé si llegó a conseguirlo, sólo sé que yo fracasé en cada intento de dejar de quererte en cada madrugada. Anoche la playa estaba en calma, brillaban las luces a lo lejos y los dos faros bailaban emitiendo destellos como si estuviesen buscándose entre las embarcaciones. El agua acariciaba la arena, sonaba de fondo música serena y yo no sé dónde tú estabas; pero como siempre, ardiendo en mi pecho. En el bar de siempre una pareja se besaba, y se miraban sólo a ellos como si el resto del mundo no existiese. Yo te buscaba tras la puerta, tras el cristal entre los desconocidos; el

No te llamaré amor.

No te llamaré amor; te llamaré terremoto, flecha, luz al final del túnel que impide el llanto. Porque cuando sé que vienes el corazón me tiembla, cuando sé que estás cerca un temblor me sacude y entonces, te miro, y encuentro la calma y me dura un segundo. Comprendo la brevedad de un instante, de un sentimiento, la fugacidad de una flecha atravesándome el pecho. Como si fueras un terremoto y yo el mundo; y me sacudieras sin saberlo con tus ojos tristes y tu rostro serio. Entonces de pronto tu sonrisa se estira; unos seres diminutos con sus manos diminutas tiran de tu boca, de tus labios, y se preparan cuando tus ojos confirman que se han vuelto a encontrar con los míos. Un encuentro de sonrisas, y vuelvo a comprender la fugacidad de un segundo, y siento el instante haciéndome eco como si alguien golpease con fuerza un bombo y el sonido se esparciera por mi piel formando ondas como una piedra cuando cae al agua; y en ese instante siento tu luz com

La luz en mi cara.

El otro día mientras me escribías mi padre me miraba, y yo necesitaba disimular la sonrisa. Hacerme la tonta, la dura, como si no pasase nada, como si en ese momento en el corazón no me estuviese pasando de todo. Porque, imagina, que hubiese visto toda mi luz, mi padre, y hubiese dicho "oye, chico, ¿qué haces, que iluminas a mi hija?". Tú imagina, seguro no sabrías qué contestarle. Y yo tampoco sabría muy bien qué decirle pero un cosquilleo me recorre cuando recibo tu buena ortografía. Cuando tardas en escribirme y de pronto, parece que quizá por timidez, pero también por picardía me dices que prefieres mis manos. Y entonces, mi sangre entra en revolución, me sube la marea y llega el verano; y me desespera tener tantas ganas y tener tanto miedo. Porque me dices que te gustaría sentir mis manos en tu cuerpo y yo quiero cubrirte la cara, las espaldas; el cuerpo entero de besos. Porque tú llevas a Cristo, serio, y yo no creo tanto en eso;

Primerísimo primer plano.

Me sigo complicando la vida contigo porque no sé hacer otra cosa, si me haces perder el sentido. Porque anoche te vi, en televisión, desde el balcón de mis ojos. Y mi corazón se encontraba: feliz; y la cámara no te enfocaba. Enfocaban al cuerpo de Cristo, pero no a ti, mientras yo te seguía mirando serio, elegante y tan guapo. Con la cara llena de besos y los ojos llenos de pestañas que deseo soplar hasta que te quedes dormido. Porque anoche te vi, y he vuelto a soñar contigo, y esta vez era yo quien te besaba. Esta vez era yo quien buscaba tu boca y tú seguías mis pasos; porque actuabas extraño y eras valiente para decirme que querías besarme pero no sabías cómo. Entonces he despertado martirizada, después de besarte, queriendo seguir a tu lado. Pero ya no estabas; y en el camino a casa he recordado tus besos en mi mejilla que parecen bombas de pasión y ganas. Y en el camino a casa he venido pensando en tus ojos, que a veces cuando estás ser

Desconozco cuánto.

Desconozco cuánto tiempo tardaré en olvidarte, y si lograré hacerlo algún día. Y si lo logro, por favor, necesitaré un premio para adornar mi pecho y mi estante. Y si lo logro necesitaré recordarme que te olvidé, de veras, y que no lo fingí mientras te llevo como una telaraña en mi cabeza. Y si lo logro,  desconozco cuánto tiempo tardaré en caer en ti de nuevo. Porque si me miras es probable que estallen cien cristales desde mis retinas. Y tu alma entre dentro de mi sangre, encuentre su refugio en mis costillas y ya no sabré cómo olvidarte porque se me habrá olvidado. Desconozco cuánto existe entre tu boca y la mía, y quizá para olvidarte necesite que otros me toquen, me nombren, me usen como si fuese de trapo. Pero no quiero; yo no quiero. A veces ni siquiera quiero que me toquen tus manos, porque aún tus huellas siguen grabadas en mis carnes de cuando las pusiste en mi cintura. Desconozco cuánto tiempo

A ti no.

Esta noche he soñado contigo y no te lo puedo decir; porque me niego a seguir mis huellas, aquellas que otras veces creé para contar tus lunares. No te lo quiero decir porque una parte de mí me recuerda que mis ojos no quieren ver que no me quieres, y quizá eso sea lo que más duele de tener el corazón roto. No saber verlo, no querer verlo; seguir sintiendo, vibrando, latiendo por alguien que no te ve ni como tú te ves en tu mejor momento. Esta noche he soñado contigo, que por fin me decías de salir, y yo emocionada te dije que vale. Pero entonces desperté y volvimos a no coincidir, ni siquiera en el mundo de los sueños. Yo no sé a dónde me llevan estos pasos pero la televisión me recuerda a ti a veces; y sobre todo las canciones. Sobre todo estás en las canciones y mientras bailas y sonríes, yo no sé ver que yo no soy tu aguacero; tu tormenta, tu brisa, tu llama en el pecho. Yo no sé, siempre he vivido lo mismo; la misma desilusión constante una v

Algunas noches.

Algunas noches como ésta te imagino, imagino que los ojos te pesan como persianas que desean cerrarse. Que me escucharías como si estuvieras soñando, me pondrías cara de niño y yo te besaría la cara para que pudieses dormirte. Algunas noches como ésta nos imagino en el bar de la esquina, con los nervios correteando como niños felices por la mesa mientras se juntan nuestras manos. Nuestras manos que ya se conocieron, volviendo ahora a encontrarse, sentirse, leerse. Algunas noches como ésta te imagino deslizándote por el pasillo, quitándote la ropa con cuidado, como si bailaras para mí. Y es que algunas noches como ésta observo cómo se retuerce el humo de mi taza y sólo sé imaginarte cómo te vas quedando dormido cuando llegan las doce de la noche, como ahora.
Y vos con tu boca me dirás "¿tenés novio?", y mi cabeza pensará "está justo aquí, en frente mía", y mi boca dirá "no, ¿y vos qué?" y el paso de los días morderán "¿cómo voy a tener novio si te quiero a ti?" y tu lengua acariciará un "yo, aquí estoy" y no sabrás decir: contigo. Porque conmigo no será, pero ojalá sí lo fuese.

Lo que eres y lo que no.

Sé que ese no es tu coche, que esa no es tu risa, que esas manos que se mueven no son tus manos. Sé que esa sombra que se marcha no es tu sombra y que esos pies que se acercan y me pisan no son los tuyos. Lo sé porque tú no me pisarías los pies porque cuando pudiste me acariciaste las piernas. Y sé que no hemos bailado juntos, al menos todavía, y que esos que bailan sin mirarse ni encenderse con el tacto como cerillas, no somos nosotros. Sé que la respiración que me llega al oído a pasos de tortuga no es como respiras. Y lo sé, no por otra cosa, sino porque cuando me hablas voy entendiendo cómo eres. Porque no sé cómo duermes, pero un poco sí cómo andas. No sé cómo besas pero un poco sí cómo bailas y cómo ríes... Sé cómo abrazas y cómo haces sentirme. Y aunque no sepa otras cosas, tus sueños y temores, qué no te deja dormir y qué sí poner los ojos tristes, sé cuándo no eres porque te he imaginado. Y porque cuando creí empezar a conocerte en

En esta cama.

En esta cama he temblado por ti, no he podido dormir por los nervios de tus palabras y haberte sentido tan cerca del pecho, casi que me atravesabas. En esta misma cama he soñado contigo, decenas de veces. He recorrido tu casa cogida de tu brazo, he ido a verte a la iglesia, nos hemos mirado en un bar como si el mundo dejase de importarnos y me has besado en la calle. En esta cama te he imaginado cientos de veces, tu manera de cerrar los ojos y después abrirlos por la mañana. Cómo te pintará el amanecer la piel cuando aparezca en la ventana, y cómo quedará tu olor y tu respiración en mi almohada a escasos milímetros de mi nariz y mi oído. En esta misma cama te he deseado, te he querido y he sufrido por ti. Te he echado de menos y he dudado, me he debatido si hablarte. Y en esta misma cama, justo en esta misma siempre, he decidido no seguir queriéndote y como siempre, de manera irrevocable inevitablemente, he vuelto a hacerlo. Sin saber por qué pero