La vida.

Esta mañana me desperté con prisas,
esperé a alguien que acabó no llegando,
llegué al banco y volví a esperar
pero esta vez no a un ser,
sino a la vida.

Quise ayudar a una mujer
sin que ella me reconociese el acto;
y me pregunté cómo es posible
que los ancianos estén tan solos
siendo tan vulnerables y frágiles
como hojas que son mecidas por el viento
en un mundo de personas
que no se preocupan por el resto
y sólo miran dentro de sus ombligos.

Me puse en su piel,
qué me ocurriría a mí dentro de
setenta años, mas no quise saber.
Hoy no. Era demasiado temprano
para empezar a aceptar el dolor
y que me escociesen las heridas.

Fue entonces que me refugié
y me dejé guiar por mis pasos sedientos
y mis manos nerviosas
hacia los libros,
y allí mi sangre se calmó.

Seguí hacia casa
y fue entonces que les vi;
que eran 4 y reconocí a uno de ellos
por su camisa y la forma de su cuerpo.

Eran tus amigos,
y estudié sus cuerpos desde lejos,
uno a uno, sus brazos, sus piernas,
por si alguno de ellos eras tú.

El corazón, a varios metros,
me bailaba acelerado;
igual que escribió Milena una vez
"me ha dado un vuelco al corazón,
como siempre. Creo que es por eso
por lo que le sigo viendo,
me acelera el pulso, cada vez".

Las palabras se amoldan
por completo a lo que siento;
pero yo, que reconozco tu cuerpo,
y conozco tu boca;
tu perfil y el tamaño de tus huesos,
la forma de tu cuerpo,
tus gestos, tu sombra...
descubrí que allí tampoco estabas tú,
y no me pareció extraño.

Más bien común,
y caminé hacia casa
pensativa
y maldiciendo
lo imposible
y lo monótono.

Pero entonces yo a esas horas,
y tampoco era tan tarde, las doce más o menos,
aún no sabía cómo el día podría torcerse tanto
y que no verte
sería lo más insulso
que me podía pasar.

Y lo escribo ahora, y no antes
como hubiese deseado
porque la melancolía sigue recorriéndome
las venas,
y pensé que quizá se marcharía
pegado a las horas,
pero no.

Pero no se ha despegado de mi cuerpo
y ha crecido hasta brotarme,
y yo ya no comprendo,
cómo un día puede torcerle a uno tanto
hasta hacerle sangrar
sin que otros lo vean.

Vi a mamá llorar
y eso me hizo pedazos;
porque ella no llora: resiste
y se queja, pero avanza y no llora
aunque el cuerpo
no le aguante sobre los pies.

Yo, en cambio, sí lloro
y quizá menos de lo que me gustaría
pero a veces uno llega tan cansado
que ni llorar quiere.

No comprendo por qué
los mayores no lloran,
del mismo modo que no comprendo
por qué son tan reacios
a encariñarse con un ser nuevo
que te acaricia la vida.

Quizá porque el corazón
que les gobierna el pecho
ya se ha llevado todos los golpes
que podía llevarse;
y no quieren más rasguños.

O quizá porque el crecer
les encoge y no les irriga bien
ni el amor ni la ilusión,
pero en esto tanto no creo
porque hay ancianos que son luz
y reflejo de esto último.

Hoy el pasado volvió,
como siempre vuelve, sin avisar;
con más detalles, más gráfico,
metiendo su uña en mi piel
redondeándome
y agrandándome el cráter
de lo que un día fue una mentira
a la que le salieron pies y manos
y correteó por mi cabeza.

Y es que hoy,
no he podido dejar de pensar
en el hueco que habrías dejado
si yo hubiera cedido
a que terminasen con tu vida.

Y sé que nunca lo habría permitido,
porque ojalá hubiese podido
alargar la de ella
hasta el fin de los tiempos.

Tú no te mereces eso,
ni siquiera que alguien lo piense.
Y no es por tu corazón tan puro,
es por todo lo que eres
siendo tan pequeño.

No puedo dejar de pensar en que estás lejos,
y en cómo te debes sentir.
Solo e indefenso,
un cachorro abandonado,
y triste con ganas de calor y cariño
y que te cubramos de besos.

Y yo lo sé
porque a veces me siento así
pero entonces tú llegas mirándome
y lamiéndome la nariz,
mientras yo veo
que llevas atravesado
el amor entre los ojos.

Y entonces no comprendo
cómo alguien
puede incluso plantearse
el hecho de acabar con tu vida
con una inyección,

como si no fueras un ser
que respira, que ama
sin pedir nada a cambio,
y como si no te merecieras
ser eterno.

Y yo lloro
porque no comprendo
y soy frágil como un cristal
que se tambalea
sobre el borde
de un acantilado.

Y sigue siendo más sencillo
que alguien no pregunte,
sólo ponga el hombro
y extienda el brazo
y las palabras se palpen,
no se escuchen,

cuando vuelva a entrar la calma
o una brizna de aire
y se lo lleve todo...
Porque así es la vida.

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