Los espejos.

Yo no puedo fotografiarte
porque tú no me dejas.
Entonces,
pienso en los espejos.

En qué pensarían ellos
si tuviesen vida
cada vez que te pones delante
y te miras.

Y te afeitas. Te lavas los dientes.
Te peinas. Te vistes. Te desnudas.
Te lavas la cara y vuelves a mirarte
con esos ojos del mundo que reflejas.

Yo pienso en los espejos.
En qué sería mirarte tantas veces al día,
sin que te dieras cuenta. Verte las legañas
y los bostezos.

Las pestañas de cerca. La lengua, el paladar,
la piel, los lunares, las heridas,
los complejos.

Y pienso entonces también en tu cama.
En cómo se sentiría cada noche
al tenerte en brazos, y poder extenderlos
para entonces abrazarte,
mientras tú sueñas y pueblas otros mundos,
y le quitas a la oscuridad el miedo
que se palpa.

Pienso en el sol cuando sale
y es el primero que te atraviesa el iris
y las retinas. Y en la luna que es la última
que te arropa antes de bajar los párpados.
Y en tus manos que te tocan.

Y en tus pies que te mantienen.
Y en tu corazón que te calma y te acelera,
que te brota y te sacude.

Yo no puedo fotografiarte
porque tú no me dejas.
Y entonces sales serio en las fotos
que te haces.

Y los espejos no se quejan,
no te lloran, no te cuentan chistes verdes.
Y tú no ríes, como si no tuvieras
la sonrisa más ancha, más sincera y más sentida.
Como si no escondieras la sonrisa del niño
que fuiste, que acaba de descubrir el mundo.
Que empieza a poder verlo, con todas sus luces
y colores y siente la infinitud de un instante en el pecho.

Y yo sigo pensando en los espejos.
Y es que, estoy segura,
de que guardan un millón de fotografías tuyas por dentro.
Cada vez que te reflejas suena un "click" pletórico.

Y las miran cuando no te tienen delante
y se dan cuenta de que no hay una sonrisa en tu boca.

Pero yo creo, que dejan que te pongas serio,
con los ojos tristes, porque no se dan cuenta.
Pues en el momento en que apareces
ellos no pueden evitar mirarte como yo lo hago,
y eso es, a fin de cuentas, embobados perdidos.

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