Lo que pasa es que no sé si tú lo sabías.

Lo que pasa es
que tus palabras eran alimento.

Algunas nutrientes,
que enriquecían los huesos de mis miedos
y los hacía crecer, hasta llegar a la adultez,
pasando por una juventud insoportable,
de pensar demasiado, realizarse preguntas
y desconocer por completo.

De salir por las noches a beberse mi sangre,
poblarme la mente y luchar contra el sueño
que quería protegerme
del tormento de los días.

Pero algunas de tus palabras
también fueron azúcares refinados,
y mis sentimientos aniñados, impulsivos,
que correteaban con la boca sucia
y extasiada y las manos temblorosas
por un extraño nerviosismo,
devoraban tus palabras y el veneno
llenándose de caries los dientes.

E ignoraban, mientras disfrutaban de la droga,
inconscientes que se avecinaba un futuro
de llantos por culpa de tus letras unidas,
convertidas en marañas de palabras
por tu corazón cobarde.

Pero tus palabras también fueron energía
y mi orgullo, tan pequeño como un guisante
que se acomodaba en mi ombligo,
se aferró con sus garras diminutas
a éstas como un muerto de hambre.

Y empezó a dar pequeños bocados,
hasta que creció y así quedó mi cuerpo,
como una cárcel, un hospital,
un manicomio que refugiaba a seres
con sentimiento de culpa,
pero que no eran culpables,
quizá sólo un poco.

Y no trato de decir que todo lo que me escribiste
fue de un modo deliberado,
siendo consciente del impacto que en mí
encendías.

Pero deberías haber sabido que uno debe
saber medir sus palabras porque cada corazón es único.
Porque algunos tiemblan con un aleteo de pestañas,
y otros ni siquiera con un beso en los labios.

Por eso deberías haberlo sabido,
porque a pesar de todo yo intenté que no ocurriera,
pero no pude y tú seguías poniéndome alimento en las manos
mientras me hallaba con hambre insaciable.

Por eso deberías haberlo sabido,
que mi cuerpo era un centro de miedos calmados con sedantes,
que enloquecían por las noches
si los alimentaba con pequeños problemas diarios.

Que mis sentimientos estaban enclaustrados
en sus habitaciones, con las puertas cerradas
mirando al mundo a través de pequeños agujeros
en las paredes sin poder deslizarse por las salas
destrozando todo a su paso.

Y mi orgullo, sin embargo, era un chiquillo sin hambre,
condenado al destierro por el resto, destinado al abandono
por no poder conseguir que comiese y creciese
como los demás para volverse un adulto.

Por eso deberías haberlo sabido,
porque uno no sabe el tremendo terremoto que provocan
unas palabras no sentidas contaminadas de ilusiones
ni unos gestos adictivos.

Pero debe andar con cuidado,
pisar de puntillas, y poco a poco ir acomodando
el pie entero según uno pueda soltarse
en el suelo firme o resbaladizo.

Es por eso que lo digo,
porque no sé si tú lo sabías.
Porque cada uno siente diferente
y enloquece por distintos motivos.

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