No te llamaré amor.

No te llamaré amor;
te llamaré terremoto, flecha,
luz al final del túnel
que impide el llanto.

Porque cuando sé que vienes
el corazón me tiembla,
cuando sé que estás cerca
un temblor me sacude
y entonces, te miro,
y encuentro la calma
y me dura un segundo.

Comprendo la brevedad
de un instante, de un sentimiento,
la fugacidad de una flecha
atravesándome el pecho.

Como si fueras un terremoto
y yo el mundo;
y me sacudieras sin saberlo
con tus ojos tristes
y tu rostro serio.

Entonces de pronto
tu sonrisa se estira;
unos seres diminutos
con sus manos diminutas
tiran de tu boca,
de tus labios, y se preparan
cuando tus ojos confirman
que se han vuelto a encontrar con los míos.

Un encuentro de sonrisas,
y vuelvo a comprender la fugacidad de un segundo,
y siento el instante haciéndome eco
como si alguien golpease con fuerza un bombo
y el sonido se esparciera por mi piel formando ondas
como una piedra cuando cae al agua;
y en ese instante siento tu luz
como si me hubieses lanzado un flash sobre los ojos.

Y durante ese tiempo,
ese leve instante, antes de esfumarse como humo
que se escapa de los labios del que fuma,
nos veo a nosotros.

Me veo cubriéndote la cara
de caricias y besos, cubriéndote el cuerpo
con mis manos, tú cambiando tu rostro serio
iluminado por mi presencia,
por hacerte crecer un rosal en el pecho.

Me veo, durmiendo a tu lado,
mimándote y queriéndote,
mientras te quedas todo el tiempo a mi lado.

Y a mí no me falta nada,
sólo que tú lo sientas,
y ya veremos después qué hacemos,
si regarte el jardín cada día
servirá de algo.

Porque no sé qué pasa,
¿cuánto tiempo puede eclipsarte
una sonrisa el pecho?
Porque me arrastras,
y el corazón me salta,
y yo me dejo.

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