A veces ocurre.

A veces ocurre,
que se te escapan las manos
hacia alguien que no lo merece,
y lo compensas escribiendo
sobre recuerdos e ilusiones
que nunca verán la luz.

Y te agarras las manos como puedes
para que éstas no se escapen,
como animales en celo
que llevan el descontrol en sus carnes.

Y por mucho que lo intentas,
que pretendes manejar la situación,
crear planes, trazar la claridad y comprenderla,
ignorar que eres humana,
un saco de ganas y el corazón te late,

a pesar de ello,
porque además reconoces
porque sabes que mereces
distanciarte de todo aquello que te duele,
que te parte, que te asfixia y te encoge;
y porque sabes que mereces
aproximarte a lo que te hace burbujitas
en el pecho,

a pesar de ello,
a veces ocurre,
que por más que te niegues
llega un momento exacto del día,
un segundo en la noche,
en que todo lo anterior que había sido organizado,
todos los esquemas trazados aunque parecían claros,
por un momento, un segundo, ya no lo parecen.

Por un segundo todo aquello es desplazado
y no parece tan loco ni tan mala idea
el hecho de dejar que las manos se escapen
hambrientas hacia su destino.

Pero también olvidas que no vives lo que quieres,
sino lo que te pasa. Y esto es distinto.

Y lo que te pasa parece que tiene alergia a lo que deseas,
y tú no lo entiendes y crees que estás entendiendo mal todo
cuando te lanzas a la piscina valiente,
con el coraje entre las paletas
y te la encuentras sin agua y una grieta en el corazón.

Y es por eso que no entiendes
por qué el cosmos lo permite,
que todo funcione distinto a tus ilusiones,
a pesar de que tu pecho sea una fábrica
de ganas que se desgastan por el camino
hacia la soledad de siempre.

En ese momento la soledad abraza
y te encuentras contigo misma,
como siempre ocurre.

Entonces supongo
que debe existir ese momento,
aunque tanto duela y aunque no comprendas
lo que ocurre, porque te hace abrir los ojos,

supongo que debe existir para darte cuenta
de que esperar más no tiene ningún sentido.
Y porque necesitas saberlo,
que no habrá una mano que te sostenga,
ni que desee sostenerte.

Y que tampoco habrán unos ojos esperando
a que tus pies se acerquen,
ni unas ganas gemelas a las tuyas encendidas
como velas que se funden.

Porque parece que hay otros planes
que aún no entiendes,
y aún lo estás intentando descifrar todo
ante las grietas que se forman.

Por eso admiro ese coraje y esa valentía,
de continuar leyendo jeroglíficos,
intentar descifrar enigmas,
aunque no entiendas lo que pone
ni lo que ocurre,
sólo para aprender a quererte
y a esperar menos de lo que se mueve
fuera de ti.

Por eso creo que se necesita ese momento,
en el que te detestas por avanzar un paso,
y en ese mismo en el que te rompe
una desilusión,
por ver que no han sido tus pies,
sino que de nuevo esa flecha inconexa, equivocada,
te devuelve cien pasos hacia atrás.

Y no seré yo quien se pierda;
pues a mí me perdieron.

Yo no puedo avanzar más hacia adelante;
el sendero sólo sigue si alguien me presta su mano.

Pero después de tantos golpes una aprende,
aunque sea un poco,
y aunque a veces vuelva a caer en las manos
de aquellos que no desean sostenerme,

porque soy humana
y porque el viento mece,
y el mar lleva hacia su centro
para arrastrar y romperte,
y aun así, después de todo eso,
parece que te deja entera.

Es por eso que prefiero
no seguir el sendero,
me pesa la venda,
me escuecen las ganas;

es por eso que prefiero dar la vuelta,
volver a pisar mis huellas,
seguir mis propios pasos
e irme conmigo misma.

Porque aún me estoy conociendo
y sólo yo sé entenderme,
aunque a veces no me entienda.

Pero también sólo yo
conozco ese coraje,
porque a veces ocurre;
y porque también sé bucear
dentro de mí.

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