A veces lo agradezco.
A veces agradezco que no me hables. De verdad lo hago, y es probable que por ello esas veces no me entienda ni yo misma. A veces agradezco que no me escribas de carrerilla, con las ganas de leerme entre las manos porque mi corazón no sabría esconderse en las trincheras y se revolucionaría con tu guerra, se ilusionaría, y tus intenciones me lo partirían a pedazos. A veces agradezco que no me hagas ciertas preguntas, más aún insinuantes, porque no me quedarían labios que morder por no decirte lo que pienso y andar buscando más excusas e inventando. Cuestiones como que por qué escribo tan triste, que cómo es que nadie me gusta, que por qué tengo así los labios y te busco por las calles. A veces agradezco que no me preguntes qué voy a hacer cierto día por si no pretendes llevarme a algún lado y yo me pongo mi vestido favorito, y me dejo el pelo suave, y me pongo guapa de algún modo y me dé cuenta después de que no vienes. Que tampoco lo pretendes, que tan sólo p