A veces lo agradezco.

A veces agradezco que no me hables.
De verdad lo hago, y es probable
que por ello esas veces
no me entienda ni yo misma.

A veces agradezco que no me escribas de carrerilla,
con las ganas de leerme entre las manos
porque mi corazón no sabría esconderse en las trincheras
y se revolucionaría con tu guerra, se ilusionaría,
y tus intenciones me lo partirían a pedazos.

A veces agradezco que no me hagas ciertas preguntas,
más aún insinuantes, porque no me quedarían labios
que morder por no decirte lo que pienso
y andar buscando más excusas e inventando.

Cuestiones como que por qué escribo tan triste,
que cómo es que nadie me gusta, que por qué
tengo así los labios y te busco por las calles.

A veces agradezco que no me preguntes
qué voy a hacer cierto día
por si no pretendes llevarme a algún lado
y yo me pongo mi vestido favorito,
y me dejo el pelo suave, y me pongo guapa de algún modo
y me dé cuenta después de que no vienes.

Que tampoco lo pretendes,
que tan sólo preguntabas.

A veces agradezco que no me envíes corazones,
ni cartas ni besos desde los portales. Que no me hables
a todas horas, no me des los buenos días,
las buenas tardes, las buenas noches
ni tampoco me las hagas.

Porque no sé si sería capaz este cuerpo de tolerar
tanta alegría y que todo fuese mentira
y tuviese que vivir encarcelada en esta desgracia.

Y tuviese que sobrevivir entre las ruinas,
los escombros, y seguir manteniendo la sonrisa
para que siga siendo ese sol que brilla aún en cielo nublado,
para que no se llene todo de oscuridad.

A veces lo agradezco,
luego otras, en cambio, todo cambia.

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