Ahora el corazón me vuelve.
Envidio a quienes tienen el placer de tenerte y pueden observarte a través del balcón de sus ojos. Yo, en cambio, me revuelvo entre la pena y el llanto, entre el ocaso y las estrellas, en la profundidad de la noche. Recuerdo, entonces, que una sabia me dijo, que ni el dolor ni la pena duran eternamente. Y que tampoco los recuerdos son siempre olvido; y ahora lo recuerdo, porque sólo reconozco mis pasos si he dejado letras sin sentido antes. Ahora el corazón me vuelve al sitio, como si se recolocase solo sin necesitar tu aroma. Y ahora que el silencio acaricia y que los monstruos susurran, metería en un frasquito el sonido del mar bailando en la noche. Porque el corazón también es una cárcel en la que se llora; y no siempre llorar es desahogarse, a veces también es ahogarse dentro de uno mismo. El frasquito no dejaría que me pusiese triste, porque ahora el corazón me vuelve al sitio y escuece como si las olas me llegasen a la orilla.