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Mostrando entradas de marzo, 2017

Ahora el corazón me vuelve.

Envidio a quienes tienen el placer de tenerte y pueden observarte a través del balcón de sus ojos. Yo, en cambio, me revuelvo entre la pena y el llanto, entre el ocaso y las estrellas, en la profundidad de la noche. Recuerdo, entonces, que una sabia me dijo, que ni el dolor ni la pena duran eternamente. Y que tampoco los recuerdos son siempre olvido; y ahora lo recuerdo, porque sólo reconozco mis pasos si he dejado letras sin sentido antes. Ahora el corazón me vuelve al sitio, como si se recolocase solo sin necesitar tu aroma. Y ahora que el silencio acaricia y que los monstruos susurran, metería en un frasquito el sonido del mar bailando en la noche. Porque el corazón también es una cárcel en la que se llora; y no siempre llorar es desahogarse, a veces también es ahogarse dentro de uno mismo. El frasquito no dejaría que me pusiese triste, porque ahora el corazón me vuelve al sitio y escuece como si las olas me llegasen a la orilla.

El curso natural de las cosas.

No sé grandes cosas, pero sé algo a lo que me aferro como si el mundo se moviese. Sé que lo que nace en uno mismo y está destinado a salir de éste, por más que uno intente que no ocurra, lo acabará haciendo. Porque así es el curso natural de las cosas: que nacen dentro de un cuerpo y acaban muriendo fuera de éste.

Usted puede estar triste.

Claro que usted puede estar triste, y feliz, pero también puede estar triste y querer llorar. Y salir al mundo y ver que el frío empaña sus ojos y no esconderse por si la consideran débil. Y no preocuparse por que el calor sonroje sus mejillas y sea maquillaje natural. Y claro que usted puede sentirse rota, y usada y decaída aunque no debería, pues no lo merece. Como tampoco debería desear morir al despertar. Porque merece reír y que la vida la mire. Y la lluvia la bese y el viento la envuelva en caricias. Pero lo que venía a decir es que claro que usted puede sentirse triste. Y pueden verla triste, y puede mostrarse dañada y en soledad, y no por ello dejar de ser mujer ni fuerte. Ni valiente, ni mucho menos bella. Claro que usted puede mostrarse triste si así lo siente, pues incluso las flores se marchitan. Y las montañas se erosionan. Y no por ello dejan de ser. Y no por ello uno deja de amarlas. Ni mucho menos deben prohibirse volver a amar p

Todo se acaba borrando.

Todo, y se lo digo, porque lo creo firmemente, todo se acaba borrando. Las huellas en la arena, los mordiscos en la piel, los recuerdos de la mente, las respiraciones en los lugares en los que uno ha vivido. Y si no es el tiempo quien lo borra, la lluvia hará el trabajo, o el viento, o incluso sus lágrimas. Pero todo se acaba borrando, se lo juro. No busque lo eterno, no siga a pies juntillas con los ojos cerrados buscando su encuentro. No existe. Todo se acaba borrando sin dejar rastro para que no se pueda salir corriendo detrás. Porque quién no saldría corriendo tras aquello que siente en el alma reluciendo a lo lejos entre las tinieblas, como un faro fundido, pero que inexplicablemente sigue emitiendo parpadeos con la fe de un niño que espera un deseo con las estrellas en los ojos. Sólo porque el triste corazón se mantiene bombeando en ausencia de bombillas. Aunque entrecortadamente, como si se fuese quedando sin oxígeno. Pero parpadea. A la

Podría dormirme aquí mismo.

Tengo el sonido del viento aún susurrando  entre los palos de las embarcaciones. Podría dormirme aquí mismo. De pie, con los ojos abiertos,  sintiendo las caricias del mar  en los pulmones.  El choque de mástiles,  el sobresalto de la pequeña ola  cuando llega al fin de su viaje  -a la orilla- y comienza su regreso.  La paz reflejada en un ave en el agua  dejándose llevar por el vaivén.  La simplicidad en un pato  mientras la brisa le susurra.  La calma en la musicalidad del viento  y la electricidad en el reflejo  de los mástiles en el agua. Podría dormirme aquí mismo. De pie, con los ojos abiertos,  y es posible que sintiera lejos  el mundanal ruido y sus prisas.

Como una hoja de otoño.

A veces parece que nunca has estado, que no has existido. Que has sido un sueño precioso del que nadie en su sano juicio habría querido despertar. Y yo sabía, yo sabía y en el fondo yo no estaba preparada, que tus ojos empezarían a hacerme daño en el momento en que dejaras de mirarme. Porque yo desconocía cuánto medía el mundo y ahora menos me interesa, porque sin ti se redució a cenizas de un segundo para el otro. Porque contigo era como si el mundo hiciese fila a tu paso y las farolas te alumbraran al pasar todo el camino. Y es que es extraño, pensar que el mundo sea capaz de seguir girando sin ti. Me siento extraña y me duele en lo más profundo, de mi ser, de mi pecho, que no estés. Que desaparecieras así, como una hoja de otoño que es lleva por el viento a cualquier otra parte. A un acceso prohibido y ya jamás pueda volver a tocarte con mis dedos de seda ni adentrarme en tus costillas de marfil.

Las hormigas también lloran.

Las hormigas también lloran, y a veces cantidades inmensas que no caben en sus cuerpos diminutos. Lo sé porque hay días en los que me vuelvo tan pequeña y frágil como ellas, y siento que los pies gigantes me van a pisotear y dejar aplastada en el negro asfalto. Y entonces zigzagueo y zigzagueo, y me escurro entre las grietas, y me escondo entre las flores y sus pétalos, y descanso en los capullos. Y cuando finalmente llego a un lugar seguro, cuando me tranquilizo y el corazón se me calma y la marea vuelve a estar estable, es entonces cuando el silencio explota en mis tímpanos y el agua se me escurre y formo charcos que nadie alcanza a ver. Me consuela que esta sensación también se pase. Como también se pasan los buenos tiempos y el creer que algo jamás va a poder ser arrebatado de tus manos por nada, ni nadie.

Quién pudiese, Barcelona.

Quién pudiese volver a sentir tu acento en el paladar, tu nombre recorriendo por la lengua libre y desnudo y tus colores parpadeando en los ojos sin ningún tipo de miedo por cegar, Barcelona. No es de extrañar que Zafón escribiera incluso sobre tus recovecos, allá donde Marina escondió las respuestas a todas nuestras preguntas. Y por ello debieron hacerle una calla tan larga como su piernas. Debió de ser por eso y no por otra cosa. Y es por eso que hay personas que aman a y en ti. ¿Cómo no irían a hacerlo? Si te has vuelto lugar al que quiero estar volviendo toda la vida. Al que quiero volver cuando me cierro de piel hacia adentro y me pongo a recordar. Quién pudiese acariciar tus callejones flacos y enseñarte los pies en el mar. Quién pudiese viajar hasta ti de nuevo, Barcelona.

A veces / Vuelvo al lazo.

A ti no podría mirarte si tuviese siempre el mar en los ojos. No podría, no preguntes, no hay motivo. Porque a veces siento que en cualquier momento el viento soplará y se verán todas las grietas. Porque a veces siento que todo está siendo llevado por una gran bocanada de aire. Porque a veces, sólo se construyen remolinos, catástrofes ficticias y aún me pregunto si tienes a alguien anclado entre los ojos. Y me pongo triste, me pongo triste y me hago pequeñita. Pero entonces recuerdo que a veces, vuelvo al lazo como a veces vuelvo a ti.

Cuando pasas.

Cuando pasas mi cuerpo cede, mi pájaro desea escapar de su jaula y volar a tu encuentro. Cuando pasas mi corazón comienza a saltarme en el pecho, mis ojos emiten ligeros destellos, mi cabeza se desconcentra. Cuando pasas sucede que el mundo se mueve distinto, cambia su marcha y parece que explota. Incluso, cuando pasas, de puntillas casi sin hacer ruido, el mundo se da cuenta. Mis latidos se vuelven locos, pero ya no me representan. Ni este cuerpo mío que gira alrededor tuyo aunque tú no lo sepas. Porque tuviste la última palabra entre las manos y no supiste utilizarla. Así que, cuando pases, yo entones me habré ido; y algún día, tu paso será tapiz de olvido y no cambiará nada. Sólo la brisa que generen tus pasos sobre el suelo infinito, tan lejos como cerca, aunque yo ya no esté ahí para que me hagas tuya.

Lo que pudo haber sido, lo que quise que fuera y lo que acabó siendo.

Desearía escribirte cada día y que tú me respondieras, riésemos durante horas y al día siguiente tú me buscaras como si fuésemos niños jugando al pilla-pilla que no se cansan nunca de buscarse. Pero eso no pasa, y desfilo entre el todo y la nada, entre hablarte o no hacerlo, desearte las buenas noches o quedarme con las ganas. Me desfilo entre la duda de si contar el tiempo, esperar semanas para volver a escribirte; la misma rutina de siempre que tanto me quema. Desearía que me buscaras, me llamaras; que contigo fuese todo fácil, circular y cómodo, como nadar en un mar que conocemos bien y no es profundo; que no tiene la capacidad de ahogarnos con un par de palabras puestas en el momento erróneo. Porque lo fácil debe ser respirar despacio, coger aire, suspirar lento y poder decir te quiero sin que te tiemble todo el cuerpo por el miedo al silencio que le seguirá a esas dos palabras. Y no sabía si escribirte y al final lo he hecho, lanzándome a la p

He viajado hasta ti / Aquí mismo lates.

He viajado hasta ti ida y vuelta tantas veces como así me lo ha permitido el cuerpo. Y eres todavía más guapo, todavía más relámpago, más trueno, más mar de lo que recordaba. Tus ojos son aún más dulces, no sé cómo no te muerden las hormigas. Tu sonrisa es aún más ancha, tanto que nadie podría llegar a tener complejos, porque se amolda a la misma medida del amor que se le posa delante. Yo, por supuesto te miro, como si representaras la grandeza del mundo, admirando lo vivo. Como si mi corazón tuviese un filtro de café y sólo tú lo pasaras. Y es que, tú no lo sabes, pero aunque he viajado hasta ti tantas veces aún sentirte en el pecho resulta impensable. Pero sí, aquí mismo, justo aquí, en la equis y la cicatriz, aquí mismo lates. Solo, como un tic tac agarrado a su aguja, todo el tiempo que tú quieres latirme, como si fueras un reloj que sigue en marcha aunque se le gasten las pilas.

Recordarnos.

Cuando hablamos el tiempo parece que corre media maratón, y parece que lo hace con tal de que te quedes dormido. Pero entonces, me llamas guapa, y me lanzas un beso de esos de un click de segundo y se me acelera el corazón. Los ojos me hacen chirivías y por dentro los órganos me brillan como si hubiesen dado vueltas en purpurina de colores. Y de pronto me dices "yo querría tus manos", y mis manos se mueven contentas deseando envolverte. Deseando sentirte, como a un hijo que se lleva en el vientre y se siente su vida al tocarlo. Cuando hablamos tus palabras son mi motor, mi aire, y tan sólo me basta una palabra para enloquecer por tu cuerpo. Tan sólo necesito eso, tus palabras exactas en el momento correcto, y así una palabra tuya o una fila de ellas me servirán de alas para echar a volar hasta ti. Y la esperanza se acomoda entre mis vértebras y mis ganas de verte se tejen a sí mismas, despacio, como una anciana en su mecedora arreglando

Nunca lo supe.

Yo no sé qué es el amor, ¿qué es, que yo nunca lo supe? ¿Es acaso ese rosal que florece? ¿O esa nube que se desvanece con el paso del tiempo y el viaje del aire? Nunca lo he sabido y quizá nunca lo sepa; saber que una persona te quiere y tú a ella de vuelta. Yo no sé qué es el amor, soy una ingenua, una niña que siente pero no sabe que es eso. Como un bebé que pestañea pero no sabe qué hace, como un borracho que llora y no sabe muy bien por qué. Yo no sé qué es el amor, pero sí sé bien lo que es quererte; o querer a alguien aunque éste no te quiera. Al menos siempre creí eso, que sabía, aunque nadie nunca me hubiese dicho que así es como se quiere a un ser humano. Nunca supe si quería, de veras, o era otra cosa lo que nacía y se movía en mis adentros, como si me faltase el aire y el corazón me fallase ante un ser que respira y vive y actúa por sí mismo. Libre, sobrevolando mi cabeza, pero que no se acerca a mí y me mira con el significado del m

Las ganas.

¿Cuánto tiempo tardan en extinguirse las ganas de querer hablarte antes de cometer el error y hacerlo? Porque ayer, porque hoy, porque ahora mismo una parte de mí se lanza. Porque ahora, justo ahora, una parte de mí me acaricia y la otra desea correr a tu encuentro. Y otra parte de mí se arrastra y otra me retiene a mí misma Y me dice que no, que no lo haga, que espere. Y mi parte impaciente no tiene tiempo, y mi parte pequeña  no lo comprende, y mi parte más pura  se limpia las lágrimas mientras te mira y se relame. Y mi parte paciente, mi parte tranquila, mi parte serena, me aplauden flojito. “Esto es una guerra”, piensan para adentro.  Y tú no eres consciente. No sabes lo que es querer hablarte y no hacerlo. Tener el cuerpo entero como un campo de batalla. Morderme la lengua, sujetarme las manos, tener fuego en los ojos y sellarme las palabras. “Me quema el pecho”, dice, mi parte más sensible. Y mi parte impaciente

"No quiero dormir solo".

Recuerdo cuando estábamos solos en el bar de la esquina, cuando todos alrededor hablaban entre ellos, de sí mismos con sus historias y batallitas. Tú me dabas a probar tu cerveza y me mirabas, creo, los labios y yo arrugaba la cara con la sonrisa en mi boca al matarme su sabor amargo. Mientras tú, atento y pacífico, sereno y dulce, me hablabas como si lo demás no existiese y tus palabras llegaban como en una nube a mis oídos. Recuerdo que estábamos nosotros entre los desconocidos y me rodeabas como si fuéramos uno. Y yo por dentro saltaba en mi cama, mi corazón tocaba puerta por puerta en todos mis órganos contento mientras mi cerebro se daba de frente contra mi coraza mientras se venía abajo. Y entonces también recuerdo que de pronto me miraste y te iluminabas y la oscuridad al fondo, y en tus ojos había unas chispas de luz demasiado tristes. Fue entonces cuando me dijiste "esta noche yo no quiero dormir solo". Entonces yo escuché campanas.

Anoche pude verlo.

Anoche pude verlo, pude ser partícipe entre todos, que no vieron, que no sabían qué pasaba y tú actuabas lento casi imperceptible tanteando mi terreno. Anoche pude verlo, todo, el viaje de tu mano hacia mi cuerpo. El viaje de tu mano hacia mi espalda. El baile de tu mano por mi lana, el ligero roce de tu brazo por la barra para posarse sobre mí para que no me fuera, para que me quedase allí a tu lado o para ser plenamente consciente de que allí estaba y no era un sueño. Y allí estaba, a tu lado, mientras tu boca ardía en mi pecho, mientras tus dientes me mordían las entrañas. Allí estaba, como en una playa en calma, mirándote la boca muy de cerca, mientras me estabas sonriendo. Anoche tu cuerpo me buscaba y yo dejaba que me leyeras como un ciego, que buscaras mi cadera como si estuvieras aprendiendo a leer en braille, como si necesitaras leer un mensaje en mi cuerpo. Entonces encontraste mi cadera y ahí te quedaste mientras todo alrededor se movía y mis

Podrías ser cualquiera.

Podrías ser cualquier persona. Podrías ser cualquiera y no lo eres. Esa sombra que camina hacia mi frente o esa que me besa las espaldas. Podrías ser cualquiera que camina en estas calles cualquier viernes, de noche, como ahora. Podrías ser cualquiera y no lo eres porque mi corazón no se acelera cuando pasan.

Me encantás.

Me parece un crimen que llevemos tanto tiempo sin mirarnos y tu mirada no sea una autopista vacía que busca mis pasos. Porque mis ojos son un lugar perdido, deshabitado, que buscan en tu boca un hostal de carretera en el que poder dormir. Porque así, como dicen los argentinos, me encantás, todo tú, aunque no seas lugar donde pasar la noche. Me encantás así con tu ojo cerrado cuando miras feliz, aunque no estés y aunque no sepas. Me encantás y hoy creí y ayer también y hace días que lo llevo pensando, que ya había conseguido olvidarte. Pero después he pensado "¿estarás bien?", y te he buscado y visto "en línea". He suspirado por fin, me he quedado tranquila siendo una cobarde. Porque es posible que tú nunca te me acabes, aunque mi corazón se quede quietecito. Y aunque no deambules cada día por mi alma, siempre que una chispa te recuerde saltarán todos mis plomos. Y aunque me quede a oscuras, tú con ese fuego que haces que me br

Me quedo.

Me quedo, aunque sola entre recuerdos, retorciéndome entre las malezas, descubriéndome en los algodones. Y aun así me quedo con que no se vaya de mi nariz tu olor, ni de mis vértebras de hielo. Me quedo con tu risa, desde que te oí reír por vez primera, y me seguiré quedando por siempre mientras tu boca se abra como las puertas de mi alma el día que yo muera. Me quedo con tus ojos que se cierran cuando estiras los labios como una cuerda que se tensa y la felicidad se te esconde entre los dientes. Y aún quise quedarme cuando no te conocía, y cruzabas a oscuras el pasillo de mi vida mientras yo notaba que algo se me encendía dentro. Aquí adentro donde las pesadillas y los monstruos juegan a construirse fronteras, y a derrumbarse con soplidos los cimientos. Me quedo con que me avives la sangre, como si me prendieras fuego, con tan sólo una mirada. Con tan sólo tu boca que me crea un eco en los pensamientos, una espiral de enredos durante horas. M

Quiero ver tu primavera.

Quiero ver la primavera. Pero no en los parques, no en las calles, no en los bosques, no en las ciudades sin fronteras. Quiero ver la primavera brotando de tus carnes, floreciendo en tu vello, enredándose en tu cadera. Quiero ver almendros, cerezos, margaritas, rosas y azucenas. Quiero ver la primavera que florece de colores en tu boca y en tus venas. Quiero ver tu primavera.