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Mostrando entradas de junio, 2015

Ojalá hubiésemos sido niños juntos.

Ojalá te hubiera conocido de pequeña, y ojalá nos hubiéramos conocido, cuerpo a cuerpo, poco a poco, a medida que íbamos creciendo. Ojalá hubiera podido construirte una casa del árbol en mi caja torácica, porque habría sido mejor que la que desean todos los niños cuando son pequeños, porque este árbol habría crecido entre mis costillas, cubriéndome con el paso del tiempo el corazón con todas sus ramas. Ojalá nos hubiéramos conocido siendo unos niños inocentes. Empezando a devorarnos como si fuéramos el postre o la merienda, como fruta fresca joven, aún inmadura, sin saber que al llegar a adolescentes ya nos habríamos convertido en nuestro plato principal y preferido. Ojalá hubiera paseado con la señal de tus colmillos como si se tratara del mejor tatuaje obtenido en una bolsa de patatas. Como si tus colmillos fueran la bandera, tú el astronauta y yo la luna. Me habrías conquistado hasta las trancas. Ojalá hubieras sido mi verano y mi invierno. Mi mejor año; y poder

Lo que yo nunca tuve.

Lo que yo nunca tuve fue una espalda de desierto con arena de playa tropical. Siempre tuve acantilados con vistas a ningún lugar y volcanes que conducen a tendencias suicidas. Un mapa geográfico condenado a estar marcado de punta a punta por puntos calientes, un mapa que ni Cristóbal Colón se habría atrevido a cruzar aunque la búsqueda de especias se hubiera tratado de vida o muerte. Un desierto que ni los dromedarios ni camellos se atreverían a pisar. Ni los cáctus a crecer. Ni los extraterrestres a aterrizar con sus naves. Ni nada. Ni nadie. Ni mucho menos tú. Supuse que las vistas desde cualquier maravilla del mundo, no podían igualarse ni de lejos a las de su escote, y que no había mar más azul ni más placentero en el que bañarse que no fuera el de sus ojos. Si la tenías cerca, te costaba ser tú mismo y comportarte porque te producía taquicardia su mirada de felina y su manera de enmudecerse los labios antes de hablar. Cuando estabas a su lado, te olvidabas d

De esas guapas.

A veces perdemos el norte por la persona equivocada  y el sur ya no nos conduce de vuelta al camino que nos lleva a nuestras propias pisadas. Y te pierdes. Y nadie te encuentra, porque ni tú mismo sabes dónde estás. Supongo que era ella guapa,  pero no de esas guapas que son guapas y ya está. No, de esas guapas que miras con tal intensidad que se te saltan los plomos y gastas en cuestión de segundos varios carretes de retina. Supongo que es por eso que te habrías ahogado en el mar, entregándole tu vida a Neptuno por ella si éste la hubiera raptado para convertirla en sirena. Supongo que por ello dedicaste tu vida a la fotografía; no te bastó con inmortalizarla con todos tus carretes de retina. Era tan guapa, tan guapa de esas...  De esas que supongo que yo para ti nunca sería.

No te darías ni cuenta.

Podría dedicarte toda una carrera discográfica de principio a fin que siguiese toda mi trayectoria de joven a vieja. Podría dedicarte tantos libros que podría empapelar paredes, e incluso ciudades enteras. Llenar bibliotecas, y aún así, no te darías ni cuenta. Podría escribirte un poema sobre que nunca podré ver tus lunares. Ni podrán mis dedos caminar por tus clavículas, ni por tus costillas, ni por tu esternón. Que no podré tatuarte el alma con mis huellas ni besarte las ojeras. Podría escribirte una canción sobre que no podré hacer que se te marquen los paréntesis de la sonrisa, ni cogerte de los mofletes, ni contarte las pecas ni verte sonreír. Podría susurrarte en sueños cada noche que tiemblo por la imposibilidad que supone tenerte y la facilidad de quererte hasta morir. Podría cantarte que nunca podré esconderme en tu ombligo, ni podrán protegerme tus manos ni podré llamarte mi hogar. Que nunca sabré a qué te saben los labios, ni cuántos b

San Juan.

De él no sé hablar sin mencionar la conexión de poder andar por los cables que nos separan con los ojos cerrados sin caerme. Esa conexión que puede que sólo exista la noche de San Juan frente a las 364 siguientes. Porque hay personas a las que ves una única vez al año y con las que existe esa conexión extraña y especial de la que sólo tú eres consciente, y que sin conocer a esa persona realmente, sabes que cumple los años un día antes que tú, que las sirenas desde algún lugar de este mundo piden auxilio para que les salve y que es un rascacielos humano con pestañas kilométricas que podrían ser perfectamente toboganes. Porque la noche del 24 de junio es la única noche en la que puedo observarle en su balcón siendo más él que nunca durante algo más de cinco minutos. El caso es que mientras todo ardía, yo le miraba a él. Mientras los fuegos artificiales gobernaban con sus destellos el cielo y asustaban a los perros, yo le seguía mirando a él. Y si acabara de venir de la guerra y yo f