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Mostrando entradas de junio, 2014

Hablemos del odio con el que te quiero. Porque te quiero más que te odio. Por eso te quiero... Y no te odio.

Hablemos de lo imposible que es coincidir contigo en el espacio. También del tiempo que llevamos sin hablarnos. Hace mucho que las máquinas de escribir no se calientan con el roce de tus dedos escribiendo sobre nosotros, escribiendo sobre mí. Hablemos de lo difícil que es echarte a un lado y seguir avanzando sin acordarme de ti cada vez que me miro las manos. Dime qué puedo hacer si no dejas de alejarte todo el rato. Si me pinchan en el costado todos los acordes que grababas para mí. Si ya no tengo el corazón vallado como antes, el muro de hormigón se fue cayendo a pedazos cada vez que tus palabras no iban para mí. La valentía se escapó de mis labios para colarse en los tuyos y besarte por fin. Ahora tropiezo con cada piedra que sale a mi paso y odio no encontrarte aquí. Odio extrañarte como te extraño, odio haberte grabado en mi regazo. Odio que me lanzases desde lo más alto y dejases impactar mi huesos contra tus huesos, mis versos contra tus cuerdas,

Reinventarme.

Por ti sería capaz de reinventarme. En música para tus oídos, poesía para tus ojos y voz o tinta para en tu cuerpo cicatrizar. Alcohol para tus labios, sangre para tus órganos, venas, arterias y capilares o papel para fumarme el veneno de tu piel. Costillas para cubrir tus pulmones y tu corazón, arte para besarte en los museos y salas de exposición. Pero prefiero todavía más que tú me conviertas en canción o en versos sobre los que hacerme el amor y después convertirme en sol para verme amanecer sobre el colchón. Y si no me sueñas hoy, por ti sería capaz de reinventarme. En mil millones de estrellas para que alguna puedas ver brillar. Y recuerdes, así, que un día te dije que por ti, brillaría hasta cegar a toda la humanidad. Y sólo por ti, para que sólo tú pudieses verme más.

Lágrimas de tu mar.

Sin haberse producido alguna perturbación entre tu arena y mi mar... Entre tus olas y mis ganas de sentir cómo la playa entra en calma tras tu tormenta de sal... Mis ganas de besar se convirtieron en besos que sabían a lágrimas. A lágrimas de tu mar.

Dentro de mí.

Aunque tú no lo veas, puede ser que yo tan sólo sea una casa con paredes vacías que no se puede habitar. Que está cerrada desde hace un par de años por derribo y soledad. Que no se puede vender, ni tan siquiera regalar. Nadie es el rey del mundo y cuesta una fortuna de arreglar. Nadie tiene el suficiente dinero del mundo, ni tampoco las ganas, para mi corazón amueblar. Aunque tú no lo veas, sigo en pie. No me derrumbo. Por si algún día vuelves, y al irte, vuelves a mirar y me ves como nunca antes me habías mirado. Y tal vez, en un casual, te dé por pedir créditos como un loco. Te dé por convertirte en jeque árabe, o en dedicarte a la banca, o ser Bruce Wayne, y salvarme a mí del mundo. Te dé por hacerlo todo, absolutamente todo. Dejarte la cabeza, la paciencia, y la razón por mí. Para amueblarme y vivir en esta casa, dentro de mí.

Imposibilidad.

Ni todas las mañanas son fáciles, ni todas las tardes duras, ni todas las noches imposibles. Porque hay días en los que nada más te levantas, observas que el camino va muy cuesta arriba. Y te pilla con las legañas en los ojos y sin zumo de naranja con vitaminas. Y también hay noches en las que caes rendida en la cama y no te da tiempo a pensar en la imposibilidad de la vida. Por eso, hay mañanas tan difíciles como noches posibles. Y sólo tú puedes hacer mis mañanas fáciles, mis tardes blandas y mis noches posibles. Siempre posibles. Porque la única imposibilidad es no quererte cada día más hasta romperme en mil pedazos y volver a construirme.

Insecticida.

"Quiéreme o no me quieras pero si me vas a querer, quiéreme bien, quiéreme fuerte. Porque las cosas más bonitas de la vida, hay que vivirlas fuerte. Por eso quiero que me quieras así, para siempre." Le dijo en forma de susurro al oído una noche de septiembre. Y es que el amor no es suficiente si las mariposas vuelan a contracorriente sin motivo aparente. Por eso, prefirió el insecticida. Porque el veneno desciende, una muerte fácil, sencilla. Y las mariposas se convierten en polillas. Abres la boca y escapan como murciélagos de una guarida. Y se esconden en los armarios, y la gente les tiene miedo. Y se acabaron las mariposas. Y se acabó el amor. Ella también se escondía porque le tenía miedo. Le tenía miedo a quererle aquella noche de septiembre y que le dijera que no, que no le quería para siempre.

Prefiero ser un soñador.

No hay ser humano ni extraterrestre que prefiriese mirar por la ventana para ver la naturaleza si la tenía a ella delante. Porque el mapa más bonito de todos era su cuerpo y ella, el mejor paisaje. Descubrir continentes nuevos bajo su piel era todo lo que yo pedía en esta vida. Pero ella no quería que yo fuese su explorador. No quería que yo fuese su fiel turista. Un turista que visita una ciudad por primera vez, se enamora de todos y cada uno de sus recovecos, incluso de sus vacíos y se autoproclama habitante al quedarse a vivir en ella, la ciudad con nombre de mujer. Yo quería ser su habitante. Yo quería que me abriese la puerta. De su corazón y de su vida, de todo lo que ella quisiera. Dejé de beber rubia la cerveza para no acordarme de su pelo. Dejé de tomar cítricos para no acordarme de su olor. Dejé de fumar para que el baile del humo no me recordase a sus bailes de madrugada de pie desnuda sobre mi cama mientras yo me consideraba el hombre más privilegiado del m

La Luna y su puente Madrid-San Vicente.

Marina me dijo una vez que desde Madrid no se veían las estrellas… Por eso decidí subirle la Luna, para que la viera. Una noche le subí la luna a Marina para que la viese desde Madrid ya que allí no se ven las estrellas. Por desgracia aquella noche se estrenaba una obra cuyas protagonistas eran las nubes y no cabían lunas en el escenario… no las querían a ellas. Marina me dijo que tenía que subir yo también para iluminarla mejor con mi luz pero aquella noche me quedaba un poco lejos... Así que me quedé observando la Luna como nunca antes lo había hecho. Viendo lo bonita e inalcanzable que era (y es),  pensé en lo increíble que era que alguien hubiese dejado sus huellas en ella. La tristeza llegó a mí al preguntarme si la luna nos echaría de menos, si querría vernos otra vez. Tal vez se hubiese sentido utilizada como si un hombre la hubiese besado y hubiese hecho que se sintiera especial y se hubiera escapado de madrugada. Marina, en cambio, pensaba que se había sent

Marina.

Marina me dijo una vez que nunca había visto amanecer o atardecer, pero el día que me hizo Inmortal, pude ver amanecer a través de las palabras y parecía mentira que ella nunca hubiese visto uno. Ella es un caos. Un caos con c de cara, a de amiga, o de optimismo y s de sonrisa. Es la chica que se olvida de las maletas en sueños. Pero te sonríe y hasta se te olvida que se pueda olvidar incluso de ti en un aeropuerto. Te sonríe y hasta se crea un poco de cosmos en el Universo. Los planetas cuchichean entre ellos y dicen “¡Va a vernos Marina! , ¡Todos a sus puestos!”. Plutón se sonroja poniéndose de color rojo corazón, se sonroja pensando que igual desde la distancia infinita, aunque qué es infinito hablando del Universo, Marina le ve y le lanza una sonrisa de esas que ella tiene, de Universo. Y quién sabe. Igual Marina se enamora de él y obliga al Universo a que Plutón sea considerado de una vez por todas Planeta. Porque

Modo Roma.

Buscaba París en sus labios mientras me acordaba de aquella madrugada de noviembre en la que me invitó a bailar S’aimer D’amour en mitad de la calle y me besó junto a la Torre Eiffel. Me sentí tan infinita que casi detono la bomba de mi corazón, rojo, como aquella noche mis labios. No lo hice porque me hallaba atada como un lazo entre sus brazos. Y sé que si hubiese detonado aquella noche y nos hubiésemos hecho pedazos, nuestros pedazos desgastados de tanto roce de manos habrían encajado como un puzzle usado. Pero no lo hice porque prefería estar entre sus brazos sintiendo sus labios en mi frente y su rostro en mis manos. Tenía la teoría de que brillábamos como dos astros cuando estábamos juntos y éramos grises cuando estábamos separados y que así no funcionábamos. Que yo era la llama y él el candelabro. Y acabamos anteponiendo el plural a nuestra primera persona del singular y caí en picado desde el rascacielos de sus labios. Y me quedé vacía como una casa sin paredes, m