Modo Roma.

Buscaba París en sus labios mientras me acordaba de aquella madrugada de noviembre en la que me invitó a bailar S’aimer D’amour en mitad de la calle y me besó junto a la Torre Eiffel. Me sentí tan infinita que casi detono la bomba de mi corazón, rojo, como aquella noche mis labios. No lo hice porque me hallaba atada como un lazo entre sus brazos.

Y sé que si hubiese detonado aquella noche y nos hubiésemos hecho pedazos, nuestros pedazos desgastados de tanto roce de manos habrían encajado como un puzzle usado. Pero no lo hice porque prefería estar entre sus brazos sintiendo sus labios en mi frente y su rostro en mis manos.

Tenía la teoría de que brillábamos como dos astros cuando estábamos juntos y éramos grises cuando estábamos separados y que así no funcionábamos. Que yo era la llama y él el candelabro. Y acabamos anteponiendo el plural a nuestra primera persona del singular y caí en picado desde el rascacielos de sus labios.

Y me quedé vacía como una casa sin paredes, me mantenía en pie gracias a los recuerdos que pesaban como pilares. Cuando me sacaba a pasear al borde del mar y el faro brillaba a la vez que bombeaban nuestros corazones. Cuando me llevó al cine Zarandona de Murcia, me cogió de las manos, me mostró una de sus sonrisas de conquistar planetas y me besó delante de todos. Un beso que duró todo un espectáculo de fuegos artificiales y probablemente también hubiese durado más de 24 fotogramas de una película que jamás se estrenaría porque no saldría de nuestra cama.

En otra época habría muerto literalmente de amor, pero ahora estoy muriendo del roce de sus recuerdos. Me hirió como la misma Hiroshima hirió a sus muertos.

Pensaba que él era mi chaleco salvavidas y me salvaría del mar de dudas de este abismo. Que daría de comer a mis peces y cuidaría mi temperatura para que mis icebergs no se derritiesen. Pero acabó hundiéndome en las profundidades y yo me negué al naufragio. Me negué si no era cogida de su mano.

Porque a veces, ni el amor es suficiente.

Por eso llevo ahora el corazón en Modo Roma, es decir, en ruinas para que nadie las destruya, todavía más, haciéndose el valiente.



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