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Mostrando entradas de enero, 2017

Debería salir / La diana.

Debería salir de esta casa, también de esta cárcel que es este cuerpo. De estos huesos y estos metros de piel. Creerme pájaro para caminar y volar sobre el mar y el suelo para que el viento me despeine las ideas, para después desenredarlas. Debería salir de esta casa para deshacerme de los pensamientos desechables, los sentimientos de trapo. Pero sé que mi propia mente me sigue a todas partes, como si estuviese pegada como un chicle a la suela de mis zapatos. Debería salir de este cuerpo que te sigue viendo tras cerrarse los párpados como si fuesen persianas y dejase el interior a oscuras para que los monstruos regresen. Pero sé que tu presencia me sigue a todas partes, viaja por el aire, está en la lluvia y escuece en los ojos cuando los rayos solares producen destellos y se reflejan en los cristales. Debería salir pero sé que mis pasos me llevarán a tu nombre porque yo te pienso, porque estoy condenada a pensarte. Y por eso no sé si debería salir

Las tripas de mi corazón / Llegando tarde a todo.

Siento que estoy llegando tarde a todo, que yo voy de camino hacia el tacto fino, cuidadoso, el conocimiento lento y el sentir, pero soy la única que va porque los demás están de vuelta. Parece que ellos ya no quieren conocer, ya no desean sentir; ya no sienten, de hecho. Ya nadie puede atravesarles los ojos, clavarse en su pecho. Y yo, que no estoy en la onda, que no estoy en nada y no les entiendo, siento tan intenso que se me rompe el corazón -quiero creer que siempre por el mismo lado-. Porque que me rompas el corazón por el mismo lado será más una ventaja que un inconveniente; algo de lo que podré aprender tarde o temprano. Estaba convencida de que no volvería a verte porque la vida sucede de la manera más planificada para no hacernos coincidir. El bar estaba lleno de gente pero vacío de ti, había hombres solos en la barra bebiendo y mirando a la nada y sabía que ellos nunca me hablarían a mí. Y llegaron tus amigos y se pusieron a mi lado porque era

La marea.

Este nosotros que tengo atravesado en la garganta jamás llevará tu nombre. Me he despreocupado de olvidarte y he corrido ajena al mundo por la playa, mientras en la orilla la espuma lo peinaba todo. He recordado tus pisadas en otras huellas grandes y fugaces, que estaban a punto de desaparecer por las olas, de zancadas valientes de extraños que caminan cuando el temporal afloja. Cuando el viento no mece, sino que empuja. Cuando la marea sube y cubre hasta que ahoga. La marea me ha subido al cuello, me ha envuelto en terciopelo y se ha convertido en soga. He recordado que tus besos nunca supieron llegar a mi cuello ni encontrar el camino a mi boca. No supieron seguir las pistas que dejé por mi cuerpo porque nunca serás un explorador nato. Las migajas de pan que dejé por mis piernas; las gaviotas fueron ágiles pero tú nunca serás un pájaro. El cuenco de agua que abandoné en mi ombligo por si tus sentidos y tu sed te llevaban hasta él; pero tú nunca s

Cinco minutos más.

Yo no sé grandes cosas, desconozco las grandes historias, olvido fechas y acontecimientos  importantes y me faltan vidas para aprender a ser alguien. Pero sé, sé muy bien, lo que siento cuando me miras de frente, cuando estás delante mía mirándome  a los ojos. A veces me pregunto si sentirás lo mismo tú al verme, la felicidad salpicada en la cara como espuma por tenerme una noche más clavada en la mirada. A veces calculo de manera inconsciente el número de besos que podría darte y sin embargo nunca te estaré dando; y me comentan mis oídos que tus labios y los míos tienen besos pendientes y la deuda está aumentando. Pero entonces, ¿qué hacemos? Si yo no puedo quererte. Si tú no me dejas hacerlo. Si tú no me quieres. Porque te hubiese querido tanto tanto hasta que el corazón me explotase. Porque tienes un tipo de tristeza en la mirada a la que desearía hablarle del amor todas las noches. Porque a ti te diría que ojalá pudiese hacerte reír

Mover el mundo.

Una noche soñé con Arquímedes, que decía: "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, empezando por su boca"; y tan sólo lo que hizo fue moverlo para alejarlo de ella y doliese menos la distancia. Al despertarme me quedé pensando que haría lo mismo por ti si pudiera rehacer la historia, pero preferiría empezar por tu boca y todos los besos que llevamos perdidos. Y es que te recuerdo cristalino, e imagino que me dan aliento tus suspiros y que el aire que construyes me acaricia. Y sé que te recordaré toda mi vida, porque soy de aprendizaje lento y llevo el corazón lleno de heridas que no sanan porque nunca sé parar a tiempo. Pero como yo te recuerdo, ¿sabrás tú recordarme? ¿Volver a pasarme por tu corazón entre latido y latido? Una noche soñé con Arquímedes, que acabó moviendo el mundo para alejarse de ella sin saber que la fuerza de atracción les retenía cuerpo a cuerpo.

Contigo tampoco pasará.

No recuerdas los días que nos vimos, las noches que dejamos a medias por no saber manejar nuestras ganas. Yo tampoco me acuerdo, ni siquiera del tacto de tu barba de vikingo, ni de tu sonrisa ancha que parecía la cuerda tensa de un equilibrista entre tus dos orejas cuando nos conocimos. No recuerdo la comodidad de tu mano en mi cintura, moldeando mi piel, dejándome tus huellas en ella sin quiera saberlo. No recuerdo tampoco el tacto de tu barba de unos cuantos días, con tonos rojizos brillantes a pleno sol como si fuera un campo de girasoles. Tampoco del agujero que se te abría en la camisa, dejando entrever tu pecho ahí dentro, mientras yo me imaginaba tu corazón. Las venas marcadas de tus brazos en invierno, valientes sin frío, como si fuesen toboganes. El sobresalto de la piel de mis mejillas al rozarlas tus labios, con tu aliento tan cerca que mi corazón aún estaba en diástole. Yo tampoco recuerdo nada... Es tan sólo una ilusión; a la que también

Por dónde comienza el olvido.

Yo era muy joven y aún así te quería, aunque supiera que te reirías al saber lo que había detrás de mí. De mis gestos inocentes y nerviosos, de mis santas manos, de mi vientre frágil, de mis párpados sumisos. Yo era muy joven y aún así te quería, así sin saber todavía siquiera lo que significaba el amor. Imaginaba tus besos en los labios de otras y no lloraba, no; pero mi corazón se partía en trozos de diminuto diámetro. Imaginaba las huellas de tus dedos, las sombras de tus manos en otros cuerpos y no lloraba, no; pero la tristeza llamaba a mi puerta y se tumbaba conmigo. Y esperábamos, a verte, como si aquello fuera fácil. Y de verdad sí lo era, y qué difícil lo hacíamos. Yo era muy joven y te quería, no sé por qué a ti pero sí por qué motivo; supongo que me eclipsaste en un palacio a oscuras y unos focos de colores a tu lado. Con una luz amarilla entre las manos, con un calor de verano en mis mejillas al acercarme tus besos. Un oasis en la tripa

Libre de ti.

Te he escrito otras veces letras sin sentido, pero no las has leído, nunca, ni siquiera como un fantasma que cruza la alambrada a tientas con paso sigiloso para no asustar a quien desea que esté en ese mismo sitio. Me refiero a mí, después de todo. Yo te esperaba, pero tú no llegaste. Yo te escribía, pero tú no leías, y en cambio sí te removías dentro de mí; dentro de mi sangre, como si te hubieses colado no sé cómo ni por dónde dentro de mi sistema circulatorio. Y sé que algo en mí funciona, que no estoy quebrada como el tronco de un árbol al caer un rayo sobre éste -como tú me hiciste, porque tu amor de plomo cayó sobre mi propio peso y mi coraza frágil- después de todo. Pero no sé por qué motivo ni con qué sustento reacciono para mantenerme sin rozar el suelo todo el tiempo y abalanzarme sobre el abismo que crea charcos tras mis pulmones. Y por eso sólo pienso que de qué me servirá, durante cuánto tiempo, si tú no estás aquí. Si no descansas en mis man

Persecución de dos cuerpos en la noche.

Recuerdo que una noche seguiste mi mano, y ahora sé que podría repetir los mismos pasos hasta llegar a ese abrazo siempre, siempre, siempre. Fue tan bonito aunque tan sólo durase un instante, que no es de extrañar que dude de si de verdad ocurrió o lo soñé. Aquella noche tu mano siguió a mi mano y, mientras tanto, tu cuerpo bailaba solo hacia el mío lentamente. No sé si fue la inercia o el eco de latidos; sólo sé que tuve suerte de tenerte atado a un instante tan efímero. Tu cuerpo perseguía al mío, como un ciego buscando el tacto. Buscando estar tan cerca que nos faltase el aire. Tus manos recorrían mi mejilla, tu voz buscaba mis oídos para meterse por siempre en mi cabeza, formando ondas, para que no pudiese olvidarte ni cerrando los ojos. Y mi pecho, ya en las puertas de tu carne, ya pisando con sonrisa traviesa escalón a escalón, ya correteando por el pasillo como un niño al que se le caen los dientes de leche; buscaba tus latidos y tus ojos

Llenados y vacíos.

Se me llena de veleros la boca si te pienso, de burbujas los ojos si te miro. ¿De qué se llenará mi amor el día que te roce y se junten tu piel y mi ombligo? ¿De qué se llenará mi vida entonces, el día que comiences a ser olvido? ¿De qué se llenará esta espera el día que no te quedes, el día que me haya ido? ¿Sabrás llenar el hueco entonces, que entre nosotros hubo? ¿Lo llenarás de pena? ¿Quizá de llanto? ¿Quizá de todas las caricias que faltaron? ¿Y de amor? ¿Sabrás llenarlo? Se me llena de angustia la garganta de pensarlo. No sé siquiera si podría soportarlo. A ti te diría que no volvieras a llenarme nunca, que no volvieras a arraigarme más las manos. Que me desocuparas el tórax, me desvalijaras la columna y te desenredaras de mis párpados de plomo. A ti te diría que nunca más me pronunciaras, que mi nuevo nombre sería silencio. Que sería vacío, oscuridad y olvido; una telaraña diminuta en la esquina de una casa al borde del derribo. Y que n

Tres vidas.

Algunas noches deseo olvidarte con todas las fuerzas del mundo, pero se me acomoda entre costilla y costilla un recuerdo de tus labios. Sueño despierta que me quedo dormida en tus mejillas, en tu barba de días que es el jardín sobre el que quiero rodar hasta sentirme desnuda. Sueño también que te veo, pero no te veo nunca; y nunca te vas cuando cierro los ojos, cuando se abrazan mis párpados. Recuerdo la última vez que te vi, como si fuese ahora mismo; recuerdo verte bailar, feliz, y en ese momento yo no dejaba de preguntarme cómo sería bailar a tu lado. Me preguntaba si al llegar a casa te desabrocharías primero la camisa o te quitarías los zapatos; y si tendrías a alguien anclado entre los ojos. A qué te sabrían los labios y por qué el tiempo no se para durante horas o años cuando nos abrazamos. Te reías delante de mis ojos con la calma y dulzura de un bebé cuando ve el mundo. Y me mostrabas esa sonrisa amplia que me incendia los bosques, me remue

A ninguna parte.

Habría preferido desearte un feliz año al oído, y que tus ojos -con sus pestañas- brindasen con los míos. Te busqué con la mirada, te sentí lejano y escondido; había cuerpos vestidos de esmoquin, había pechos encendidos; había besos, también abrazos, pero tú no estabas. Si hubieras estado, te habría dicho: "Tú bríndame con tus pestañas, dejemos el alcohol a un lado"; y ojalá que tus manos en caricias por mi piel se hubiesen convertido. Pero no estabas, a eso me refiero. Nunca estás cuando es importante; nunca estás cuando te quiero. Y pensé entonces, pero horas antes: "quizá luego en la almohada me llegue alguna pena". Y al caer la noche, llegar a mi cuarto y desnudarme, pensé que no me lo merezco. Pienso que si pudiera, me quedaría con tu risa, y todo lo demás -te lo juro- sería desechable. Pero no estás, no te has ido; y no te estoy pidiendo que vengas, no es necesario que te quedes. Tan sólo pienso que quizá todo pasa por