La marea.

Este nosotros que tengo atravesado
en la garganta jamás llevará
tu nombre.

Me he despreocupado de olvidarte
y he corrido ajena al mundo por la playa,
mientras en la orilla la espuma lo peinaba todo.

He recordado tus pisadas
en otras huellas grandes y fugaces,
que estaban a punto de desaparecer
por las olas,
de zancadas valientes de extraños
que caminan cuando el temporal afloja.

Cuando el viento no mece,
sino que empuja.
Cuando la marea sube y cubre
hasta que ahoga.

La marea me ha subido al cuello,
me ha envuelto en terciopelo
y se ha convertido en soga.

He recordado que tus besos
nunca supieron llegar a mi cuello
ni encontrar el camino a mi boca.

No supieron seguir las pistas
que dejé por mi cuerpo porque
nunca serás un explorador nato.

Las migajas de pan que dejé por mis piernas;
las gaviotas fueron ágiles pero tú
nunca serás un pájaro.

El cuenco de agua que abandoné en mi ombligo
por si tus sentidos y tu sed te llevaban hasta él;
pero tú nunca serás un perro fiel
ni sabrás que es amor cuando te curan
con caricias suaves.

Me he despreocupado de olvidarte
porque cuando he pretendido hacerlo
una bocanada de aire me ha traído tu olor,
un desconocido me ha llevado a tus manos.

Me he despreocupado
porque en los lugares del pasado
aún seguías estando presente pero invisible.

Porque cuando no he querido encontrarte
te he visto en la retaguardia de mi pecho;
y he comprendido que expulsarte
del hueco que ocupaste de la forma más extraña
no es asunto mío por más que lo haya intentado.

Me he despreocupado
y he corrido ajena al mundo por la playa,
mientras en la orilla la sal parecía brillar
como lo hizo en tu espalda.

He recordado tus abrazos arcillosos,
que apretaban y dolían,
y pesaban en mis carnes
como rocas de esqueletos milenarios.

Y por fin he comprendido
que este nosotros que tengo
atravesado en la garganta
jamás llevará tu nombre.

Por eso la marea me ha subido a los labios
y trago el agua del mundo para que éste me ocupe
y tú ya no tengas espacio.

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