En nada, se lo dije.
Hace tiempo que no creo. En nada, se lo dije. Ya no sé qué creer de este mundo. Concretamente, le diría, que desde que el frío de mi corazón empezó a producir estalactitas que gotean en mi alma. Acostumbrada a los senderos de las líneas de sus manos, ahora tan sólo me encuentro perdida entre el barro y la lluvia. Los bosques se han teñido de tonos otoñales, y toda sensación de calor que quedaba silenciosa en el ambiente se ha marchado a alguna parte que desconozco todavía. Si pudiera la seguiría, me agarraría por su espalda hasta sentirme diminuta y me dejaría llevar como si fuera una hoja recién caída de una rama que ve futuro en el viento. Quizá los pájaros al emigrar se la llevaron en sus alas, a modo de equipaje. O se marchitara entre los transeúntes con sus paraguas y chubasqueros. El gris de la ciudad me invade en cuerpo y alma, me empaña las retinas y apenas hay tres o cuatro o cinco caras amarillas en las que iluminarse. Suena música extraña que im