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Mostrando entradas de marzo, 2016

Nunca más.

Hoy es la última vez, me niego a continuar. Hoy es la última vez que te escribo, y ojalá fuese así pero sé que no. Porque si te veo la cara, se me parte la vida. Y no hablo de tu boca, sólo de tus ojos. Si te veo la boca se me escapan los latidos en forma de suspiros y el corazón se me sale de las órbitas. Porque sé que si te veo te voy a seguir escribiendo, porque no sé no hacerlo, ni no sé intentarlo. Porque sé que si te veo voy a volver a caer en las redes que nunca me lanzaste, y por eso no quiero verte, y por eso sí quiero hacerlo. Porque deberíais habernos visto, cómo yo le miraba desde la lejanía; porque no me perdía de él ni siquiera un pestañeo. Miraba serio al infinito, iluminado por los focos, creyendo yo que toda esa luz venía de él y no de ningún alumbrado. Deberíais habernos visto, que mientras yo le miraba y no perdía de vista ni siquiera el blanco de sus ojos, él durante un segundo buscó entre todos mis ojos camuflados -y si no fue así

Soy experta.

Soy experta en muchas cosas. En perder y que me pierdan, aunque alguien nunca me perderá del todo porque si no estoy siempre vuelvo; y, a veces, eso ni siquiera. Pierdo oportunidades y soy experta en perderlas. Como cuando me invitaste a una copa con señas y negué con la cabeza pero me acerqué a ti. Pero ya era distinto, el tiempo entre los dos se había reducido y desconoces cuántas veces me arrepiento de lo mismo, de haberte negado esa copa aunque de ella no hubiese bebido. Porque por ti habría fingido estar ebria y te habría lanzado sonrisas de más envueltas en redes que se enganchasen a tus pies y se atasen a tus manos, para tenerte a mi lado más minutos de la cuenta y hubieses perdido esta cuenta con unas copas de más. O como cuando me dijiste dónde estabas y me preguntaste si iba a ir a por mi beso, sin yo saber a cuál te referías, y no fui. Y no me fui de donde estaba, y no corrí hacia tu cuerpo para rodearte con los brazos o que tú me rodearas y me

Él no lo sabe.

Él no lo sabe porque es el dueño de su boca, y no la conoce tanto como quien la admira de frente con las pupilas dilatadas. Él no lo sabe y por eso desconoce el magnetismo que provoca por las venas la danza de sus labios al hablar. No lo sabe porque no es quien camina en línea recta con las manos y descarrila por la forma en que se mueve cuando anda. No conoce tanto su piel como quien imagina su textura y se pregunta a dónde llevan las huellas dactilares de sus manos. Y es posible que con esas manos atase lazos invisibles en mi cintura, que sólo él -sin saber cómo- sería capaz de deshacer para -sin quitarme la ropa- dejarme desnuda. Él no lo sabe y por eso desconoce las cosquillas que provoca en el mundo cuando ríe -como si de cien mil aleteos de mariposas se tratase, causantes de terremotos en la otra punta-. Él no lo sabe, pero si se viese reflejado en un espejo sonriendo tal y cómo sonríe a la vida, incluso él mismo se haría perder el equilibrio y hast

Y qué es la vida, sino arte.

El mundo necesita a más personas que miren a otras como si fueran obras de arte. Como yo te miro, para admirarte, como si tú fueras el mar. Ver cómo brillan tus labios al enmudecértelos como si el sol se estuviera reflejando sobre el agua cristalina. Disfrutar del vaivén de tus pestañas que suben y bajan como se van y vuelven las olas. E incluso salpican con pequeños haces de luces y sombras. Encallarme en tu mirada fija como si se tratase del horizonte infinito, en la línea recta que desdibujan tus ojos. Admirar tu sonrisa marcada en los extremos a modo de paréntesis mostrando tus hoyuelos como si fuesen pozos de agua y la vida fuera un desierto. Desear mirarte durante horas porque a escondidas por el rabillo del ojo me sabe a poco, si por miedo a que me descubras ya de pensarlo me sonrojo. Y es que desconozco la coherencia cuando te miro y me embobo por el magnetismo que me envuelve por tu piel. Desconozco lo que es lógico si te tengo a centímetros y c

Que me quitaras todo lo de esta vida con los dientes.

Te he dejado velas entre las costillas, si acaso es que oscureces y tú encallado un barco en mi cintura con un pulpo que se enreda como una serpiente. Me habría gustado alargar más la noche, hasta convertirla en días o en meses. Que bailáramos un tango entre las sábanas y me quitaras todo lo de esta vida con los dientes. Me habría gustado que tus colmillos se marcasen en tus puños de tanto morderte por no poder morderme, que me recorrieras a besos las piernas desde la punta de los pies y acabaras durmiendo en mi vientre. Así que te he dejado flechas que conducen de tu puerta hasta mi ombligo, para que sepas que el amor me lo he dejado en tus mordiscos y que aprenderte de memoria al mirarte sin morirme, me basta simplemente para hacer de esta vida un libro.