Y qué es la vida, sino arte.

El mundo necesita a más personas
que miren a otras como si fueran obras de arte.

Como yo te miro, para admirarte,
como si tú fueras el mar.

Ver cómo brillan tus labios al enmudecértelos
como si el sol se estuviera reflejando
sobre el agua cristalina.

Disfrutar del vaivén de tus pestañas que suben y bajan
como se van y vuelven las olas. E incluso salpican
con pequeños haces de luces y sombras.

Encallarme en tu mirada fija como si se tratase
del horizonte infinito, en la línea recta
que desdibujan tus ojos.

Admirar tu sonrisa marcada en los extremos
a modo de paréntesis mostrando tus hoyuelos
como si fuesen pozos de agua
y la vida fuera un desierto.

Desear mirarte durante horas porque a escondidas
por el rabillo del ojo me sabe a poco,
si por miedo a que me descubras ya de pensarlo me sonrojo.

Y es que desconozco la coherencia cuando te miro
y me embobo por el magnetismo que me envuelve
por tu piel.

Desconozco lo que es lógico si te tengo a centímetros
y con lo que gano al verte, la vida me sale a devolver.

Me fascina tanto ver tu cara, ver lo que sucede en tu cuerpo,
por dentro de los botones de tu camisa abotonada hasta el cuello,
que te fotografío con las retinas y guardo en frascos pequeños
tu aliento.

Tengo pegados con súper glue los segundos de roces de manos
de casualidad, como si en esos instantes nos hubiesen hecho
fotos en Polaroid.

Y es que inventaría mil maneras distintas para hacerte sonreír,
para verte lleno de vida y luz como una flor al crecer,
que me tumbaría sobre tu cara si pudiese
para ver crecer tu barba y para que así me envolviese.

Porque ojalá supieras que hasta la forma de tus dientes
es arte y hasta la manera tan simple de llevar el pelo,
esa manera que empuja a quebrantar la ley de la distancia
con las manos para dejar perder mis dedos
y que nunca me encontrasen de nuevo.

Porque si tuviese ojos en las manos,
éstas no volverían a mí. Estarían rodeándote el cuerpo,
admirando tus formas sin rozarte por si eres frágil
y te puedes romper.

Porque pasaría horas mirándote para aprenderte de memoria
y aún así siempre encontraría algún detalle nuevo
de tu cuerpo que estudiar como una arruga,
una herida o un nuevo lunar.

Porque adoro la belleza que desprendes sin saberlo,
y te mueves por la vida sonriendo y susurrando,
probando labios que no se aprenden tu tacto,
ni la suavidad de tus manos, ni el color de tus ojos
según distintos tonos de luz ni tu voz en eco.

Porque eres como el mar, eres vida.

Y qué es la vida, sino arte.

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