Entradas

Mostrando entradas de 2017

Las luces rojas.

Las luces rojas de los coches esta noche me recuerdan a ti. Sigo el trayecto oscuro de la carretera guiada por ellas como si fueras tú y me llevaras a ciegas por tu pasillo con el sentido del tacto a mil. Tus manos aportaban la tranquilidad del mundo en mis hombros; la quietud y el silencio de la naturaleza, la calma de las aves sobre el agua, el fabuloso momento lejos del tiempo de una araña tejiendo sus redes de una rama a la otra. Así sigo la carretera a oscuras guiada por esas luces, y pienso que la ceguera si fuese unida a tus manos sería un poco menos cruda. Si tus susurros en mi oreja pudiesen describirme el mundo, si tu aire pudiera hacerme imaginar cómo el viento mece el mar, la ropa en los tendales, las hojas de los árboles e incluso el pelo suelto. Si en tu tacto pudiese reencontrarme con el tacto de la seda, de la madera, del terciopelo. La ceguera quizá sería menos cruda y la necesidad de volver a verte la echaría de menos. Ahora te con

Existes.

Existes, y por eso no tengo que imaginarte y por eso agradezco que existas. Porque eres palpable y en tu tacto encuentro colinas y bosques de encinas y muchos peleteros vestidos de otoño con las hojas tan rojas como el fuego que reside en ti. A lo lejos cuando me tocas veo el mar y cuando me pintas besos lentos en la cara y en el cuello siento que las olas acarician mis pies en la orilla. No necesito imaginar tu olor porque lo recojo en mis manos haciendo con ellas un cuenco, como si tu olor fuese agua y se lo llevase a cien canarios sedientos que me miran con tus ojos. Porque así me encuentro a mí cuando me duermo con tu aroma en mis muñecas y cierro los ojos y siento que te siento, que tu cuello está a milímetros de mi boca, que tus manos están a un suspiro de encontrarse con mis manos. Así me encuentro entre las sábanas a mí, como una niña feliz en su cama-nido por tu culpa; aunque la única culpa que tienes es cubrirme el pecho de flores en pleno o

La casa 121.

Puedes verme y pensar que tan sólo soy una chica abrazando una silla, acariciando unas paredes, hablando sola entre el silencio. Yo puedo sentirme. Me reconozco por dentro y sé por qué motivo hago lo que hago; palpo, abrazo, acaricio, beso, suspiro y susurro. Porque echo de menos. Y porque cada vez que entro, el olor, el silencio, el vacío, el cambio... Me barren emociones buenas. Las arrastra, las despeina, las cambia. Pero todo vuelve al sitio. El calor, el recuerdo, las manos. Porque cada vez que entro a este casa, siento que esta casa es mi abuela.

Las palabras suficientes.

No pretendo contarte cuántas películas de amor he visto, ni cuánto me gusta el sonido de la palabra "corazón" en los labios, ni cuánto me gustan tus manos cuando sostienen cosas como juegos o libros con cuidado. No quiero escribirte algo que te aburra, pero sí quizá que después te duerma y te envuelva con susurros delicados, y que un abrazo fuerte te proteja el pecho y te acaricie las pestañas una a una. No voy a escribirte porque posiblemente ya lo sepas, que soy una romántica a la que se le van las manos, que me gusta el amor con todas sus letras y me hace sonreír lo más fugaz y mínimo que me recorre la columna. Y es por eso que imagino que en algún lado alguien desde la librería con tan sólo canciones está intentando contar algo. A alguien que escucha y sonríe, pero no se da ni cuenta, de que todas las canciones que le gustan una tras una, cogiditas de la mano, forman una frase que quizá lo resume todo. A veces, tan sólo -y no es poco-, un

No me explico.

No quiero que esto se me vaya de las manos, no porque vayamos a soltarnos o no quiera tenerte entre caricias, sino que no quiero no poder controlarlo. No me explico, y tampoco quiero que esto se me vaya del pecho. No porque lata bonito y no quiera perderlo, sino porque si se sale de mi pecho es posible que después se vaya mi cabeza. No me explico, no sé si podrías llegar a entenderlo, pero te prometo que algo me recorre cuando pienso en que quiero que me cuides. En que quiero que me abraces, que me beses y me mimes. Que quiero tu cariño para guardarlo en papel de oro y cubrirme de él por las noches. No me explico, y tampoco puedo controlarme, aunque lo intento y me llamo valiente por tener un corazón de chiquilla a la que le brillan fuegos artificiales en las manos para tocarte la cara y besarte las mejillas muchas veces.

Llueve fino y no vuelves.

Llueve fino y nos podríamos estar besando, pero tú has desaparecido y no vuelves. Hace un rato estaba nerviosa por verte, he estado toda la tarde pensando en ti, queriendo verte, pero has desaparecido y no vuelves. Y una parte de mí se llama "tonta" a sí misma, y la otra parte se preocupa por ti, se calma y compadece. He puesto el teléfono con sonido, yo que siempre lo tengo ausente, silencioso, ante llamadas o mensajes por si me salvas. Acto seguido he pensado que sólo yo me salvo a mí misma de todas las cosas del mundo y que tú no deberías poder. Pero podrías hacerlo en tan sólo cinco minutos y por eso una parte de mí se susurra "tonta" y se lleva una mano a la cara porque se recuerda que no debe caer y cae... Y quién no va a caerse por tus besos si son resbaladizos, por tu piel fina como esta lluvia, y quién no va a querer latir fuerte junto a tu pecho. Quién, y si de verdad me dices alguien, no lo entendería. Y sigo sin ente

Siempre estás conmigo, pero este día te sentí muy fuerte.

Hoy volví a la infancia, a tus manos, a corretear por las escaleras de la casa, a saltar sobre las camas, a cruzar el jardín, a sentarme en la puerta, a mirar por la ventana, a pasear por las calles hasta llegar a la plaza, al bar de la esquina, al paseo por la ría, al camino al cementerio donde te lloré, a tu cuerpo y tus huesos, la última vez. Sobre todo en aquel febrero y los años que siguieron, y que siguen a mi lado mientras tú también estás conmigo, que yo lo siento. Hoy volví a la infancia y te sentí muy fuerte en mi pecho. Cuando pronuncio o alguien pronuncia la palabra. Hoy te he sentido tan fuerte, aquellos días, tu acento, tus gestos, el cariño que en nosotras depositabas, que regabas con miradas, aunque ausentes, y besos, los primeros, cuando aún pisábamos aquel portal y tú me hacías la pregunta y yo no llegaba a la altura de la cerradura. Que hoy te he sentido conmigo de nuevo, como si estuvieras de veras, y lo necesitaba. A mi abuelo En

La pizca de luz en tu memoria.

Recuerdo esa manera tuya de mover las manos. Te sentabas en -ese- sofá, ausente, con los ojos puestos en lo que proyectaba el televisor, pero sin prestarle atención alguna. Porque ahí estabas, aunque un poco ausente, ocupado en mover las manos. Concentrado en mover los dedos, como si estuvieras entretejiendo los finos hilos de tu memoria, para que no se escapasen los recuerdos que aún te quedaban. Los más antiguos; tu juventud, tu infancia, tu boda, el nacimiento de tus hijos y tus hijas. Lo guapa que estuvo siempre güelita y lo feliz que era cuando salía y reía. Y lo escribo porque lo imagino, aunque yo nunca tenga esos hilos por haber nacido tarde. Te recuerdo concentrado como si entretejieras esos recuerdos, quizá el hilo que conservaba mi nombre ya se te hubiese perdido, ido de las manos... Pero recuerdo cómo me mirabas, cómo nos mirabas, y había una pizca de luz en esos ojos. Quizá era eso lo que estaba en esos hilos, y por eso lo intentaste trenza

Algo debió salir.

Me pregunto qué tenía antes de ti en mi cuerpo, y qué se desprendió, evaporó, consumió o explotó al verte. Que ya no era lo mismo... Que yo ya me sentía distinta al resto que te veían como yo. Porque el mundo te miraba, todos tan tranquilos, y no se deshacían como yo en tus ojos. Porque algo mío se había ido contigo, por ti, o de mí para quedarse fuera. Para que yo no pudiese ver tu boca y continuar pisando el suelo. Algo se desprendió, evaporó, consumió o explotó al verte. Qué yo no sé qué nombre tiene, pero su ausencia ha hecho que cada vez el corazón me temblase al igual que las manos. Y el pulso cerca de la boca. Me pregunto yo ahora si ese algo volverá a mí. Si podrá volver a formárseme dentro, situarse entre mis órganos, introducirse en mi sangre y fluir con mis flores e insectos. Si... Si dejaré de verte como si el mundo acabase de formarse en cuanto tú has abierto la boca. Me pregunto si esto no será la descomposición de una ilusión, si no

En el fondo.

En el fondo  buscas excusas para salir de casa, por ejemplo ir a tirar la basura, para llorar en la calle. Y en el camino todas esas gotas las mantienes en los ojos hasta que, hasta que, hasta que. Hasta que una ligera gota y minúscula empuja a la otra y las demás se precipitan solidariamente. Porque las palabras no siempre consiguen ser semillas, ni luz, ni un sendero que te lleve a ser mejor de lo que eras antes. Las palabras no lo consiguen si tú no quieres verlo. Y tienes que fingir que estás bien, que no tienes esquinas rotas ni roces ni dolores que no pueden curarse. Que no pueden curarse si todo lo demás no deja de pudrirse por esta lluvia que te cala y eres tú misma. Tener que fingir que estás bien cuando quieres huir a llorar me parece terrible. Y un tanto complicado.

Huellas de mis pies pequeños.

Pienso, que si me quiere en su vida, usted me pondrá en la suya, y me lo grabo a fuego para arrancar su sombra de mí. *** "Cuando te veo se me olvida", no sabe usted cuánto se pierde por no saber leer ni siquiera  entre los espacios de las palabras que le escribo.   *** Ojalá que todo esto pronto se tapice. Que se me cubra de un nuevo terciopelo el corazón. *** Me arrastra los ojos, los brazos, el corazón. Yo me sentiría más tranquila si no me sacudiese como un mar bravo en tempestad que provoca  el choque de mástiles y que la fila de postes de madera que se encuentran unidos por una fina cuerda en el puerto vayan y vengan siguiéndole según los rugidos de las olas; sobre todo cuando aparecen. *** Esa boquita por la que escribiría tanto, pero no quiero. Y en el fondo te escribo libros enteros... Aunque no lo merezcas. *** Usted no era realmente bueno, yo pude verlo con mis propios ojos.  No era realmente

Poco me basta.

Poco me basta para escribirte, como anoche, una fotografía. Poco antes de caer dormido, echado sobre la cama con el pecho abierto de par en par como si fuera un nido. Como si fueras nido y yo golondrina y necesitase atravesar tus ventanas, e invadir tu ombligo. Poco te basta para hacerme sentir que tropiezo y caigo, y caigo y caigo, con mis sentimientos por las escaleras. Poco nos basta para no juntar nuestras lenguas de letras enlazadas en palabras, y aún menos para no vernos. Si supieras que eres como aire, que eres alimento, quizá habrías desaparecido mucho antes por no saber bien qué decir. Descubrí tarde tu cobardía pero también mi memoria sucia y juguetona que olvidaba haberte escrito para volver a caer en ti. Yo era consciente, lo confieso, y también buscaba excusas pero nunca era el momento porque tú ya no estabas allí. Empecé tarde a comprenderlo, y ahora ya sé que un buen día dejaré de querer hablarte y no significará haberte ol

Te miro y te miro.

Te miro a los ojos en tu fotografía; ni siquiera es frente a frente. Pero te miro, y también miro las gotas que acarician tu cara y hacen carreras entre ellas por ver cuál llega antes a tu barbilla. Por ver cuál se funde antes con el naranja y encuentra en ti el sol; y por ver cuál es la primera en rozarlo con sus dedos de chispa de gota de agua. No quiero imaginar nada, sino soy capaz de escribirte cómo te ves nadando como un pececito de un extremo al otro de la piscina. De describirte, la paz que siento cuando me abrazas y estás húmedo y frío, y me besas por la espalda y un escalofrío de serotonina me recorre. Y cuando sales del agua, imagino que se te pone la piel de gallina porque el aire también quiere rozarte, y mi corazón te abraza y te calienta para que no tengas frío, porque es la hoguera que tú prendes con tan sólo pestañearme. Sería capaz de decirte que me recuerdas a un lobo salvaje, al que no quiero domesticar, sino dejar vivir libre

Tres poemas en la espalda.

Ahora mismo podría escribirte tres poemas en la espalda, con mi dedo índice derecho acariciando tu columna y cada vértebra desde atlas y axis hasta llegar a tu cintura. Dibujarte un corazón desnudo, no me preguntes de qué color es porque tiene el color y el sabor de tus besos. Podría escribirte mientras tú estás dormido y observo cómo el aire entra por la ventana y te acaricia, te sopla en las pestañas, que se mantienen cerradas, unidas en un ligero abrazo. A lo lejos hay tormenta, escucho truenos, y no quiero imaginarme en tu cama porque se me clavan tres cuchillos en el pecho. Porque si lo hago imagino que la luz de un rayo se cuela por debajo de la puerta y se pinta sobre las paredes, y de pronto en cuestión de segundos un trueno nos susurra y tú te conviertes en un tigre que me ruge en la oreja, y después ríes, y vuelves a pedirme que te amanse con besos. Podría escribirte ahora mismo lo inimaginable. Porque si tú quisieras... Si tan sólo tú q

Cómo lo haces tú.

Me pregunto cómo es posible que tu nombre, que comienza con la primera letra del abecedario y lo acabas sonriendo, con tu sonrisa ancha que tanto me calma y tanto me conmueve; que tu nombre, de seis letras, sea capaz de bombardearme el corazón con tan sólo escucharlo desde el balcón de cualquier boca. Y si es desde la tuya el pecho se me abre como si fuese una ventana y deseasen salir volando a tu encuentro cien gaviotas. Yo me lo pregunto, cómo es posible que se me ilumine la cara al creer que puedo verte. Cómo es posible si después de verte seguramente el corazón se me parta, me atravieses, me condenes a olvidarte mientras me relamo los labios, que están llenos de tu mirada, por la miel de tus ojos y ese sabor a naranja por el color que se queda cobijado en tu barba cuando el sol te toca y te acaricia. Me pregunto cómo es posible y también de dónde me nacen, de qué se nutren y por qué existen estas ganas de verte de pronto, y de abrazarte d

Primera luna llena.

Yo podría aceptar que ayer estuvieras con ella, que pasaras la noche a su lado. Que la miraras y no pudieras dejar de sonreír, con esa sonrisa tan tuya que eriza la piel, que enloquece la bomba que reina en mi pecho. Que deseases que la noche durase horas o días enteros. Que sintieras la miel en los labios cada vez que hablase o le dieses un beso, y que tus manos la acariciasen como si fuese de cera y quisieras hacerte quemaduras de tercer grado. Yo podría aceptarlo porque deseo que recibas amor, todo el que yo no puedo darte, y que te llenen la cara de besos hasta que esté a punto de reventar tu sonrisa. Lo podría aceptar aunque mentiría si dijese que no desearía ser yo la que te hiciese todo eso y la que estuviese a tu lado. Podría aceptarlo, pero sin embargo, no podría que anoche estuvieses solo mirando la primera luna llena del verano. Que te faltase alguien de copiloto, que nadie se agarrase fuerte en tu cintura, que no vieses el reflejo d

Cosas de la edad.

A veces siento necesidades que ni yo misma puedo cubrir, que no sé mantener, ni conseguir hacer posibles. A veces siento la necesidad de hablar, de conversar, de poder decir que me rompo, que me rompo aunque no se me note, y que detesto desear algunos de los imposibles del mundo. Otras veces siento la necesidad de que la vida sea de otra forma, cocinar unidas, salir, planear viajes, tener más complicidad, descubrir el verdadero significado de familia, pero sólo me siento ahogada y sola, entre dos puertas y su pasillo. Algunas otras veces necesito cariño, amor, besos, abrazos, respirar y sentirme plena junto a unas manos y que en un silencio se diga lo demás. Pero entonces mi necesidad también es que estés y que de todo lo anterior seas tú el culpable o el artista, porque te he elegido a ti y no sé bien por qué. Aunque sí lo sé, de algún modo, porque cuando te miro a la cara encuentro todas las razones. A veces siento la tristeza y en lo más

Las batallitas.

La cicatrización, el olvido, la aceptación, la despedida..., todo es lento. El duelo y el paso de la herida, el cambio de su color, las lágrimas que ya no brotan más de una misma. El dolor en el pecho, los suspiros por no caber más vacíos, por no querer sentir más peso, no poder sentir más peso, porque en tu vida soy un espacio de más del que no te das cuenta y dejas pasar, perenne. Unas manos perdidas en los cajones, una intensidad tan fuerte que no te haces idea. Unas ganas de no querer verte pero de buscarte en los bares, las calles, las esquinas... ¿Cuánto tiempo se tarda en olvidar a alguien? A veces, toda la vida. Otras años, quién lo sabe. ¿Qué puedo hacer mientras tanto? Mientras veo tus fotos y me entra la pena, que se desliza por las paredes de mi pecho, y las mancha del color de mi sangre. Mientras quiero hablarte y no me lanzo, mientras respiro tras haber borrado tu número para no buscarte, para que mis manos no te busquen de noche an

Si te escribo.

Hoy lo tengo claro: Si te escribo es para ordenar el caos que me provocas. Para observar mis sentimientos, palparlos, manosearlos y organizarlos en cajitas de colores. Todo lo que me gustas y te escribo con estas tripas que vibran por tu mirada lo guardo en una caja roja, por el rojo de mi sangre. Las veces que te sueño, e imagino que vienes, o que me hablas, o tan sólo me miras lo guardo en una caja azul; quizá no haga falta decir por qué, así como el mar y el cielo. Todo lo que me duele porque nunca seremos nosotros, nunca habrá un cuándo, un dónde, una costumbre, un valor incalculable, un primer beso, un primer tacto que hace que nos crezcan flores en el pecho, lo guardo en cajas grises, aunque sé que no será el color definitivo. Lo será mientras rocen y escuezan y arañen y agarren y puncen y estrujen. Mientras sigan haciendo que me tiemble la voz, el pulso, me falte la respiración y todo me dé vueltas porque tú estás en el centro del e

Las dos y media.

A veces, en noches como ésta, a estas horas cuando tan sólo escucho el pitido fino del silencio, miro hacia adentro, miro hacia mí misma para descubrir lo que hay dentro, descubrirme sensaciones; toco mis paredes, descubro en el tacto irregularidades que provienen de otro cuerpo que me dejó huellas. Una mano en la espalda, hace semanas, que aún sigue fresca sobre mi cemento, una mano que sostenía mi costado, que lo acariciaba con calma, que me traducía lo que no salía de los labios, ni siquiera de los ojos; una mano a la que yo le di un guión, a la que yo le asumí un valor deseado por provenir de su dueño. Una ilusión, al fin y al cabo, que debería consumirse pero que no lo hace, porque no es una estrella fugaz. También descubro la sombra de una boca sobre la que guardo un arsenal de pacifistas que sólo quieren proclamar el amor con palabras. Yo callo, suspiro, cierro los ojos. Dejo de rebuscarme porque también encuentro el dolor. Cierro los ojos

Coches, casas y algunas personas.

No sé escribir como si la vida no se me fuera a escapar en cada bocanada de aire. Quizá es por eso que parece que escribo siempre triste con la melancolía entre los incisivos. Anoche, cuando por fin llegué a casa, con el sol tras la espalda, el naranja de fondo y la resaca de una taquicardia en el corazón, mi abuelo volvió a preguntarme una cosa. De esas cosas que me llevan hasta ti, que me reconducen, que te traen a mí como si el viento volviera a soplar dibujando espirales. Y me preguntó "¿qué has visto?". Yo, tras una pausa larga rebuscando en el saco de las palabras cuando a una no le sale qué decir, dije que coches, casas y algunas personas caminando por la calle. Y no mentí porque era cierto, pero también callaba, y callé y me guardé tu nombre dobladito como si fuese un pañuelo, y no en el bolsillo, ni en la boca, ni sé tampoco si en el corazón. Pero me guardé tu nombre y me callé la boca, y respondí tan sólo eso, que coches, casas

Todas aquellas cosas que no van a pasarnos y nos están pasando ya.

Esta mañana el aire me acariciaba la cara y yo sentía paz y quería dormir al sol aunque me abrasase por sentir la necesidad de que el viento me silbara en el oído y se deslizara por mi piel devolviéndome a la infancia, de cuando era niña y mamá me llevaba en moto a la piscina, y yo me agarraba a ella con fuerza rodeando su cuerpo con mis bracitos mientras estaba sentada detrás de su espalda, la que ahora admiro con cariño con los mismos ojos con los que yo supongo ella me miraría la primera vez que un señor o una señora desconocida en el hospital me llevó a sus brazos. Y es que ayer hablando de recuerdos con el resto de la familia, desenvolví los míos de aquellas tardes de las que sólo recuerdo eso, la sensación de felicidad cuando el aire me acariciaba la cara. Yo podría haber recorrido así el mundo, mamá, y mis veintidós años también, toda mi vida si hiciese falta, tras tu espalda y agarrada por tu cintura y, por supuesto, con los ojos cerrados. Despué

Quizá lo necesitaba.

Algún día echaré la vista atrás y ojalá no me invada la pena y no observe el paso del tiempo deshaciéndose, ni las horas derretidas como si estuviesen dentro de uno de los relojes famosos de Dalí de la persistencia de la memoria , ni el tiempo perdido como un zumo que se derrama al alcanzar el borde de la mesa y llega hacia el suelo para acariciarlo gracias -o por culpa- de la gravedad. Ojalá nadie se atreva a llenarme los oídos de espirales de sonidos formados por palabras que dan a entender que he perdido los años escribiendo sobre hombres que se estiraban, se retorcían, punzaban, bailaban y me estrechaban el pecho, concretamente el corazón. Porque ahora lo pienso, de manera remota, como si predijera el futuro, como si alguien me lo fuese a preguntar, como si me lo fuese a preguntar yo misma y no quiero saber mi respuesta ni mucho menos mi reacción. Porque escribo, de eso no cabe duda, y porque escribo todo lo que se me pasa por el corazón, los ojos y

Hogueras.

Como todas las noches del año, aquella comenzó atardeciendo; por un lado el sol se puso, se tiñó el cielo de naranja y de nubes que acompañaron como si fuesen su tropa en el camino. Empezaron las sombras a moverse, a deslizarse por la arena, y a confundirse las unas con las otras. Los cuerpos, ya entonces difuminados en el ambiente, empezaron a bailar alrededor de sus hogueras. Y éstas, una a una, comenzaron a prender haciendo que con el paso del tiempo el fuego amansara. Los cuerpos prendieron las hogueras con sus manos con el fin de quemar lo antiguo, lo pasado y el pasado, para darle la bienvenida y un abrazo a lo nuevo que puede saborearse en los labios. Yo imaginé que no te vería, estaba bastante segura; pero de pronto sobre las maderas aparecieron tus amigos. En mi pecho una gran hoguera empezó a prender como si mi sangre estuviese compuesta por gasolina, y mis ganas de tener tu silueta en mis pupilas hacían que mi corazón bombease c

Deberías saberlo.

Deberías saber que alguna vez en sueños me llamaste "cariño", me besaste en la calle en la profunda oscuridad de la noche; que aún el pecho me vibraba, y aún las manos me latían, y aún se me encendía toda esa luz que tus fósforos de aire y de miradas frotaban sobre las palabras que querían escapar por mi garganta para precipitarse sobre tus labios. Deberías saberlo, que alguna vez en sueños nos miramos cientos de veces y no hizo falta decir nada. Sólo recuerdo eso.

Bonitas vistas, las tuyas. Tú.

Bonitas vistas, te digo, mientras te adjunto además un corazón atravesado. Que es el mío, aunque tú no lo sepas, por cada vez que con una frase lo envuelves todo. Llega hasta mi pecho una especie de burbujeo extraño que hace evidente que de éste incluso salga purpurina, no sólo sangre de la que lleva las letras de tu nombre agarradas de la mano. Bonitas vistas, te digo, porque con una fotografía me dejas sin habla, pero no para que deje de hablarte sino para que invente un nuevo idioma; el tuyo y el mío, para que con una mirada nos digamos lo importante; nuevas palabras para decirte lo nunca dicho porque las aprendidas desde niña no me salen por la voz. No eres un paisaje, eres un cuerpo lleno de órganos, tejidos, arterias, venas, células...; también sangre. No eres un paisaje pero podría ver montañas sobre tu piel, árboles en tu pecho y sentir el viento soplándome las pestañas desde tus labios. No eres un paisaje pero podría ver el mar en tus m

Agradezco que no lo hagas.

La playa está gris, parece que hay una ligera niebla a lo lejos y en mi cabeza suena Turnedo porque Ferreiro siempre vuelve, igual que las olas a la orilla y a los pies de los turistas. Y en el fondo agradezco que no me llames desde las alturas intentando que escuche el sonido del viento. Ni que me envíes vídeos del mar rompiendo, los árboles bailando en el medio del bosque ni fotos de calles mojadas o el cielo azul. Y tu sonrisa de fondo. Y tus ojos dulces. En el fondo me alegro, que tampoco vayas a dibujar mi nombre en la arena de todas las playas que pises, y mucho menos mañana -que cumplo años-. Porque entonces, ya nada podría despegarme de ti. No sé si sería capaz de desengancharme la flecha clavada en mi corazón atravesado. No sé si podría, por eso agradezco que no te acuerdes de mí, aunque yo me encuentre pensando en ti todo el día.

Me estás llenando de recuerdos.

Me estás llenando de recuerdos y no lo sabes, y no me imaginas, y eso es lo que más me hace llorar. Me estás llenando de recuerdos mientras bordeas mi infancia, mis veranos en familia, en la piscina del jardín, saltando encima de las camas, bajando y subiendo los escalones de madera mientras con cada paso los oíamos crujir. Y no me estás imaginando de pequeña, con flequillo y sin flequillo, en bañador, manga corta o chubasquero. Las tardes paseando por el pueblo agarrada a mi prima como si ambas fuésemos una. Las cenas en familia cuando aún estaba mi abuelo, aunque su memoria ya se hubiese marchado. Las tardes tomando algo en el bar de la esquina, comiendo pipas en la tienda de Julita, rodeando la plaza del pueblo...; ahora estará todo cambiado. El silencio que nos sacudía cada vez que papá nos llevaba al cementerio, y me ponía triste por ver tumbas muy pequeñas de niños que en la tierra ya no estaban jugando. Y quizá lo que más me duele no sea

Quizá me muera de ganas.

Quizá me muera de ganas de encontrarte de pronto y de preguntarte sobre el paraíso, el norte y sus vacas; y que por tu lengua pueda ver las olas, las montañas, los bosques y sentir la frescura de mi infancia en tus ojos encendidos. Imaginar mientras me miras y me hablas, y tu boca se abre y se cierra como si estuviese bailando para mí; el acento acariciando tus oídos. Imaginar mientras me cubres con tus brazos y me besas en la cara como si acercase los pies a la orilla y la ola me saltase hasta las piernas de golpe -porque ojalá siempre me asustes de ese modo-. Imaginar entonces el Cantábrico mojándote los pies, su agua congelada y tu porte; imaginar cómo eres, qué cara pones cuando tu niño pequeño se muere de frío y tu hombre adulto se hace el valiente. Imaginar que has vaciado el aire de tus pulmones y le has dado de comer a los bosques que mantienen verde el paraíso. Porque ahora sí es un paraíso; te está besando mi infancia, te están comiendo a

Así me siento yo cuando eres arte.

Escribir por ejemplo, que los acantilados te cubren las espaldas, el viento es cuidadoso para no arrastrarte, el mar azul allá a lo lejos te susurra, los árboles verdes te arropan la mirada y el sol... El sol hace que brilles mientras sonríes mirando a la cámara, y a mí me duele el corazón de sur a norte como si cientos de hormigas, de arañas, de escarabajos, de cucarachas me lo mordisqueasen con rabia. Porque así me siento cuando no te fotografío y eres arte. Cuando no te hago reír y tu risa en una fotografía hace eterno el instante... Porque seguro que si acerco el oído aún se puede escuchar el eco flojo y lejano de tu risa, y ver las arruguitas que se te forman a los lados de los ojos cuando eres feliz; porque así me siento yo cuando tú eres arte y yo no puedo admirarte ni de cerca, ni de lejos. Y tengo que sentir cómo cientos de bichos invisibles me mordisquean el corazón haciéndome sangre, la misma por la que corre tu nombre sin descanso.

Quizá es porque no quieres.

Veo que estás en línea, en la línea que nos separa y me siento una funambulista a punto de saltar que no sabe si hacerlo. Pienso dónde estamos, qué sucede, y me pregunto por qué cuando más comunicados estamos, no hablamos nada. Podríamos sentirnos al instante; escuchar el sonido del estallido de la risa en tu boca, tus comisuras estirándose; imaginar tus pupilas dilatándose lentamente como flores que se abren buscando el sol del nuevo día. Podríamos estar sintiéndonos ahora, acercándonos a través de mensajes, palpándonos las ganas, mordiéndonos los labios, sintiendo el corazón palpitante contra las costillas; pero a ti las palabras no te muerden en las manos. Pero a ti las palabras no te muerden en los dedos para hablarme, y eso es duro aceptarlo, pero te retratas y te muestras  y yo lo veo sin vendas ni esparadrapos, del tirón, de cuajo,  y suena en mí un eco similar al sonido que hace una tela vieja cuando se resqueb

Podría dejar de escribirte pero tengo un pueblo en las manos.

Podría dejar de escribirte pero no sé hacerlo, porque las palabras siempre están en mis manos jugando como chiquillos y chiquillas como si fuesen la calle y como si fuese verano todo el año. Las palabras siempre están corriendo descalzas de un lado al otro como si mis manos fuesen la playa y la brisa les calmase. Algunas letras, que se usan poco como la uve doble, la ka o la equis, se esconden en mis uñas. Se esconden porque se sienten solas, se sienten sucias, y yo cuando las enjabono les repito, que ese no es su sitio, que vayan a jugar con las demás en los nudillos o entre el espacio que separa dedo y dedo. Y sé que podría dejar de escribirte pero tampoco sé si quiero. Las palabras siempre han sido habitantes de mis manos, de mis uñas. Ahora, que estas últimas las he pintado, las recorren como estrellas que pisan la alfombra roja con todo el glamour del mundo. Y salen las palabras más brillantes, como fascinación, cariño, o belleza. Amor siempre va

Despacito.

" Despacito ", dice todo el mundo, y a mí se me viene a la boca tu cuerpo, se me vienen a la boca tus ojos y me arde la boca, y yo finjo, que no me duele y que el olvido está cerca. Y que el olvido es un favor que le hacen a una y a uno; un favor que atraviesa y escuece que se desencaja y pincha y agujerea como un valiente punzón. " Despacito " dice todo el mundo, lo cantan los niños, lo dicen los altavoces de las tiendas, de los autobuses, de los coches. Y tú sonríes en las fotografías y tu boca me dice otra cosa; y yo te pienso sin querer pensarte y mi cuerpo me dice otra cosa. Otra cosa que no es " despacito ", sino " calma, que tú puedes ". Porque no eres ningún laberinto, pero yo sí quiero bordearte, acariciarte por dentro las esquinas y perderme para buscarte y buscarme entre tu olor a tientas todo el camino. Despacito me quitas la venda, cada vez que me arrastro a escribirte y no reflejas amor, ni ganas,

A veces ocurre.

A veces ocurre, que se te escapan las manos hacia alguien que no lo merece, y lo compensas escribiendo sobre recuerdos e ilusiones que nunca verán la luz. Y te agarras las manos como puedes para que éstas no se escapen, como animales en celo que llevan el descontrol en sus carnes. Y por mucho que lo intentas, que pretendes manejar la situación, crear planes, trazar la claridad y comprenderla, ignorar que eres humana, un saco de ganas y el corazón te late, a pesar de ello, porque además reconoces porque sabes que mereces distanciarte de todo aquello que te duele, que te parte, que te asfixia y te encoge; y porque sabes que mereces aproximarte a lo que te hace burbujitas en el pecho, a pesar de ello, a veces ocurre, que por más que te niegues llega un momento exacto del día, un segundo en la noche, en que todo lo anterior que había sido organizado, todos los esquemas trazados aunque parecían claros, por un momento, un segundo, ya no lo parecen. Por un

Y sin embargo no debo.

Yo había conseguido silenciar mis ganas, dejarlas quietas y amansarlas en sus jaulas. Yo lo había conseguido, ya no me mordían en el vientre, en el pecho, en los labios. Había conseguido calmar mis ganas de hablarte, escribirte, morderte, besarte, susurrarte al oído y mirarte de frente. Y ya casi no tenía ganas de besar tu cara, y ya casi no pensaba en tu niño dormido, y ya casi no soñaba contigo. Y algunas noches me invadías, me asaltabas las costillas, y volvía a caer en tu boca como si hubiese rozado con el pie el borde de la rayuela y los niños siguiesen jugando descalzos, riendo a lo lejos, viviendo su infancia como si estuviesen relamiendo un caramelo. Y ya no continuar los números hasta perder la consciencia, me parecía imposible. Pero ya casi no quería abordarte con los brazos, ya casi no pensaba en lo mucho que me gustaría verte y en que eres inaccesible, ya casi no quería llorar al verte en una nueva fotografía. Pero entonces, de pronto la vida

No te esperaba.

Yo no te esperaba, y nada me recorría el cuerpo con los pies descalzos, ni un leve escalofrío, ni un nerviosismo insoportable ni insectos revoloteándome hasta la garganta. Yo no te esperaba porque muchas veces te he esperado; he imaginado tu sombra, tu cuerpo sentado, tu espalda, tus ojos entre las luces del fondo, porque mi mirada siempre te busca aunque sepa que no vas a estar. Y deseé arrancarme el minutero y las agujas y tu presencia de mi pecho, y esto último no pude, y lo otro tampoco; pero esa noche yo no te esperaba porque habría jurado que la vida no nos iba a juntar tan pronto. Pero de pronto, bajaste los peldaños y te cruzaste de frente y nuestras miradas chocaron y no recuerdo nada más, si nuestras sonrisas también; y nuestras almas. Mi cuerpo se movía por mí automatizado hacia tus brazos, yo entonces no era del todo consciente. Recuerdo que te abracé como si fuese una niña y tú fueras mi héroe, como si me hubieses salvado y encontra