Bonitas vistas, las tuyas. Tú.

Bonitas vistas, te digo,
mientras te adjunto además
un corazón atravesado.

Que es el mío,
aunque tú no lo sepas,
por cada vez que con una frase
lo envuelves todo.

Llega hasta mi pecho
una especie de burbujeo extraño
que hace evidente que de éste
incluso salga purpurina,
no sólo sangre de la que lleva
las letras de tu nombre agarradas de la mano.

Bonitas vistas, te digo,
porque con una fotografía me dejas sin habla,
pero no para que deje de hablarte
sino para que invente un nuevo idioma;

el tuyo y el mío,
para que con una mirada
nos digamos lo importante;

nuevas palabras para decirte lo nunca dicho
porque las aprendidas desde niña
no me salen por la voz.

No eres un paisaje,
eres un cuerpo lleno de órganos, tejidos,
arterias, venas, células...;
también sangre.

No eres un paisaje
pero podría ver montañas sobre tu piel,
árboles en tu pecho
y sentir el viento soplándome las pestañas
desde tus labios.

No eres un paisaje
pero podría ver el mar en tus manos y en tus pies,
sentir la tierra caliente,
las olas romper,
el sol poniéndose al atardecer.

Podría incluso verte llover
y estrellarme en tu risa después
como un iceberg,
para calentarnos
en una hoguera de besos.

No eres un paisaje, lo sé,
pero no puedo evitar
admirarte desde mis ventanas
que son mis ojos;
y lo más valiente de todo
es que lo hago sin que te des cuenta.

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