Las dos y media.

A veces, en noches como ésta,
a estas horas cuando tan sólo escucho
el pitido fino del silencio,
miro hacia adentro,

miro hacia mí misma
para descubrir lo que hay dentro,
descubrirme sensaciones;

toco mis paredes,
descubro en el tacto irregularidades
que provienen de otro cuerpo
que me dejó huellas.

Una mano en la espalda, hace semanas,
que aún sigue fresca
sobre mi cemento,

una mano que sostenía mi costado,
que lo acariciaba con calma,
que me traducía lo que no salía de los labios,
ni siquiera de los ojos;

una mano a la que yo le di un guión,
a la que yo le asumí un valor deseado
por provenir de su dueño.

Una ilusión, al fin y al cabo,
que debería consumirse
pero que no lo hace,
porque no es una estrella fugaz.

También descubro la sombra de una boca
sobre la que guardo un arsenal de pacifistas
que sólo quieren proclamar el amor con palabras.

Yo callo, suspiro, cierro los ojos.

Dejo de rebuscarme porque también encuentro el dolor.

Cierro los ojos porque ya es demasiado tarde,
son las dos y media de la mañana
y todo lo que pueda escribirte a estas horas
importa poco ya.

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