Coches, casas y algunas personas.

No sé escribir como si la vida
no se me fuera a escapar
en cada bocanada de aire.

Quizá es por eso que parece
que escribo siempre triste
con la melancolía entre los incisivos.

Anoche, cuando por fin llegué a casa,
con el sol tras la espalda, el naranja de fondo y
la resaca de una taquicardia
en el corazón,
mi abuelo volvió a preguntarme una cosa.

De esas cosas que me llevan hasta ti,
que me reconducen,
que te traen a mí como si el viento
volviera a soplar dibujando espirales.

Y me preguntó "¿qué has visto?".

Yo, tras una pausa larga rebuscando
en el saco de las palabras
cuando a una no le sale qué decir,
dije que coches, casas
y algunas personas caminando por la calle.

Y no mentí porque era cierto,
pero también callaba,
y callé y me guardé tu nombre
dobladito como si fuese un pañuelo,
y no en el bolsillo,
ni en la boca,
ni sé tampoco si en el corazón.

Pero me guardé tu nombre
y me callé la boca,
y respondí tan sólo eso,
que coches, casas
y algunas personas,

pero mi silencio pronunciaba
otra cosa, que por ser silencio
y por estar dentro de mí
mi abuelo no pudo escuchar.

Mi silencio corregía:
porque he visto su casa,
pero no le he visto a él.

Y por eso mismo la taquicardia no tuvo sentido
pero la llevé de la mano unas calles antes
de llegar a su esquina,
porque aquellas calles me reconducían a ti
y la ligera posibilidad aunque fuera ridícula
me abrazaba con cariño.

Hoy he pensado que son las cosas
que más nos duelen
las que algún día nos dejarán de doler.

Quiero pensarlo, de veras.
Anoche tan sólo quería hablarte;
me habría encantado tocar tu timbre,
preguntarle a quien abriese si estabas dentro,
sorprenderte de frente,
ser la culpable de la sonrisa en tu cara,
de tu explosión de pupilas
pero quizá no.

Tan sólo me quedé callada
como con mi abuelo,
me contuve,
eché varias miradas hacia tus ventanas
por si estabas dentro y en una casualidad
me veías,

y esperé tu mensaje
pero no llegaba.
Y por la noche me reconcomían
unas ganas locas que ni siquiera tenían claro
cómo abrirte conversación.

Pero no dejaban de morderme
entre las costillas
y por eso mismo me lancé al abismo
pero entonces volví a darme en la frente
con tu piedra en mi camino,
que ya no sé si es un golpe o un abrazo,
ya no sé si lo busco...
-porque sí, en el fondo reconozco que te busco;
también en la superficie, y por todas las partes
de este mar que es la vida-.

Entonces se me volvió a encoger el corazón,
volví a repetirme que a veces lo mejor es ser cobarde,
que ser valiente a veces sale demasiado caro
y contigo he aprendido que no vale la pena.

He aprendido, digo,
otra cosa es que lo consiga llevar a cabo.
Sé muy bien que entre nosotros debo
poner arena
y es que tú no te darás ni cuenta
de lo difícil que me resultará negarte un abrazo,

porque no me abrirás los brazos
ni vendrás a mí
a buscarme como si acabase de caerte
la suerte del mundo en las manos
y fueras a tenerla unos minutos
entre las pestañas.

Por todo esto de veras espero
que las cosas que ahora mismo me duelen
algún día ya no me rajen las tripas.

Porque no sé qué le habría contestado a mi abuelo
si te hubiera visto;
quizá la historia hubiese sido distinta
o quizá nunca se cumpla todo lo que sueño.

O quizá mi silencio hubiese gritado:
"le he visto a él pero él no me ha visto
y en el fondo es lo más parecido
a no verle, aunque me haya rajado las tripas,
porque también lo hace cuando no me escribe".

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.