Podría dejar de escribirte pero tengo un pueblo en las manos.

Podría dejar de escribirte
pero no sé hacerlo,
porque las palabras siempre están en mis manos
jugando como chiquillos y chiquillas
como si fuesen la calle
y como si fuese verano todo el año.

Las palabras siempre están corriendo descalzas
de un lado al otro
como si mis manos fuesen la playa
y la brisa les calmase.

Algunas letras,
que se usan poco como la uve doble, la ka o la equis,
se esconden en mis uñas.

Se esconden porque se sienten solas,
se sienten sucias,
y yo cuando las enjabono
les repito, que ese no es su sitio,
que vayan a jugar con las demás en los nudillos
o entre el espacio que separa dedo y dedo.

Y sé que podría dejar de escribirte
pero tampoco sé si quiero.

Las palabras siempre han sido
habitantes de mis manos, de mis uñas.
Ahora, que estas últimas las he pintado,
las recorren como estrellas
que pisan la alfombra roja
con todo el glamour del mundo.

Y salen las palabras más brillantes,
como fascinación, cariño, o belleza.
Amor siempre va vestida de manera rimbombante,
de rojo Almodóvar;
y mar, como siempre, hipnotiza con su azul turquesa.

Por los dedos mis palabras
corretean, danzan libres y descalzas;
algunas veces desnudas de tildes.

Las esdrújulas se huelen de lejos,
se perfuman a sí mismas como si
las fuese a buscar un diccionario;
las llanas no son tan extravagantes
pero también conquistan el corazón.

Las agudas suelen dar pasitos cortos
abrazadas a un acento,
como si estuviesen enamoradas;
y todas la piden permiso a corazón.

Así que no puedo dejar de escribirte,
no porque no pueda,
sino porque no quiero.

Porque yo podría decirles
a todas mis palabras que las pongo en venta,
que no quiero que juguemos más
para embelesarte los ojos
y llenar de purpurina y estrellas
la sangre que conduce a tu pecho.

Pero yo no quiero poner este pueblo en venta,
tan pequeño, sí,
pero tan sentido en estas manos que bombean.
Yo no quiero.

Porque estas palabras también tejen,
como arañas, en mi corazón
redes en las que mis sentimientos
se quedan atrapados.

Después ellas, llenándose de risa sus bocas,
forman un corro y liberan a los sentimientos
formando una fiesta
que siempre acaba en un texto dedicado.

Podría dejar de escribirte,
pero también puedo dejar que el tiempo me sacuda,
que entre como el agua y me deforme;
eduque a los sentimientos a ser de otra manera
y que la ilusión la centren en agarrar
a las letras de las manos.

Podría dejar de escribirte,
pero no voy a abandonar
aquello que me da vida
y que me hace soñar y ser libre
sin necesitar cerrar ni siquiera los ojos.

Podría dejar de escribirte pero
tengo un pueblo en las manos
que se dedica a dejar por escrito
todo lo que mi boca cobarde
no se atreve a contarte al oído,
ni mis ojos a enseñarte
cuando en ellos te reflejas.

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