Hogueras.

Como todas las noches del año,
aquella comenzó atardeciendo;

por un lado el sol se puso,
se tiñó el cielo de naranja
y de nubes que acompañaron
como si fuesen su tropa
en el camino.

Empezaron las sombras
a moverse,
a deslizarse por la arena,
y a confundirse
las unas con las otras.

Los cuerpos,
ya entonces difuminados
en el ambiente,
empezaron a bailar alrededor
de sus hogueras.

Y éstas, una a una,
comenzaron a prender
haciendo que con el paso del tiempo
el fuego amansara.

Los cuerpos
prendieron las hogueras
con sus manos
con el fin de quemar lo antiguo,
lo pasado y el pasado,

para darle la bienvenida
y un abrazo
a lo nuevo que puede saborearse
en los labios.

Yo imaginé que no te vería,
estaba bastante segura;
pero de pronto sobre las maderas
aparecieron tus amigos.

En mi pecho una gran hoguera
empezó a prender como si mi sangre
estuviese compuesta por gasolina,
y mis ganas de tener tu silueta
en mis pupilas hacían que mi corazón
bombease cada vez más fuerte.

No les perdí de vista pero tú no estabas,
aquello me puso triste por no poder
dejar de imaginarte;

cómo se verían las luces de los fuegos artificiales
reflejadas en tus ojos,
la sombra de tu cuerpo,
la luz de las hogueras en tu piel.

Me temblaban en la garganta
las ganas de abrazarte
y sentir tu cuerpo alrededor del mío.

Y mi hoguera interna
se mantuvo en llamas
todo el tiempo en que la posibilidad
me cabía entre los dientes.

Y dejó de arder cuando dejé de pisar la playa,
cuando me alejé del ruido de fondo,
y me llené de la calma y tu ausencia.

Dejaron de arder mis ganas,
mi sangre, mi pecho,
y una vez más le ofrecí la mano
al presente que no protagonizas,
ni del cual eres actor secundario.

Y asumí
que hay hogueras que prenden,
pero no en la arena,
sino en el pecho,

y se apagan
porque la persona causante del fuego
no aparece;
y también asumes que la vida
no suele ser ni como una o uno quiere
ni como una o uno espera.

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