Las luces rojas.

Las luces rojas de los coches
esta noche me recuerdan a ti.

Sigo el trayecto oscuro de la carretera
guiada por ellas como si fueras tú
y me llevaras a ciegas por tu pasillo
con el sentido del tacto a mil.

Tus manos aportaban la tranquilidad
del mundo en mis hombros;
la quietud y el silencio de la naturaleza,
la calma de las aves sobre el agua,
el fabuloso momento lejos del tiempo
de una araña tejiendo sus redes
de una rama a la otra.

Así sigo la carretera a oscuras
guiada por esas luces,
y pienso que la ceguera
si fuese unida a tus manos
sería un poco menos cruda.

Si tus susurros en mi oreja
pudiesen describirme el mundo,
si tu aire pudiera hacerme imaginar
cómo el viento mece el mar,
la ropa en los tendales,
las hojas de los árboles e incluso el pelo suelto.

Si en tu tacto pudiese
reencontrarme con el tacto de la seda,
de la madera, del terciopelo.

La ceguera quizá sería menos cruda
y la necesidad de volver a verte
la echaría de menos.

Ahora te conozco un poco más a oscuras;
dónde empiezan tus ojos y acaba tu cuerpo.
El punto exacto en el que tus labios
se ensanchan en forma de sonrisa
y hasta dónde se dibujan las yemas
(líneas-carreteras-viajes en el tiempo)
de tus dedos.

Ahora te conozco un poco más que antes,
aunque antes ya sabía que no aparecerías
en ningún libro. Y que para estudiarte
debería hacerlo con las manos,
palpándote despacio y subrayando
cómo suenas con una tinta invisible
que sólo sé leer dentro de mí.

Sigo el trayecto oscuro de la carretera
guiada por las luces rojas que me recuerdan a ti,
y también al primer semáforo
que cumplió la función de espera,
de marcar un descanso,
para que nuestros labios se uniesen
y no sintiésemos las pupilas deshaciéndose
en la luz por vivir atados a una vida con prisas
como el resto.

Sigo la carretera y me evado al escribirte,
siento que floto entre las experiencias vírgenes,
que me haces cosquillas como si tuvieses
el poder de revolotear por dentro de mi piel.

Y nos recuerdo,
ansiosos por que nos crezca el número de manos
para descubrirnos hasta los rincones.

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