Cómo lo haces tú.
Me pregunto cómo es posible
que tu nombre,
que comienza con la primera letra del abecedario
y lo acabas sonriendo,
con tu sonrisa ancha que tanto me calma
y tanto me conmueve;
que tu nombre, de seis letras,
sea capaz de bombardearme el corazón
con tan sólo escucharlo
desde el balcón de cualquier boca.
Y si es desde la tuya
el pecho se me abre
como si fuese una ventana
y deseasen salir volando a tu encuentro
cien gaviotas.
Yo me lo pregunto,
cómo es posible
que se me ilumine la cara
al creer que puedo verte.
Cómo es posible
si después de verte
seguramente el corazón
se me parta,
me atravieses,
me condenes a olvidarte
mientras me relamo los labios,
que están llenos de tu mirada,
por la miel de tus ojos
y ese sabor a naranja
por el color que se queda
cobijado en tu barba
cuando el sol te toca
y te acaricia.
Me pregunto cómo es posible
y también de dónde me nacen,
de qué se nutren
y por qué existen
estas ganas de verte de pronto,
y de abrazarte despacio
y muy fuerte,
para que no te vayas.
Ahora la música suena,
aparentemente nada
que pudiese traerte a mi cara,
pero entonces
tu mirada se me clava
como si estuviese llena de cuchillos.
Y tu boca me enloquece
y me retuerzo
y no comprendo cómo eres capaz de incendiarme,
encenderme,
sin hacer nada en absoluto.
Quizá seas como un mago
que sin mover las manos
me provoca por dentro
algo parecido a trucos de magia
que conduce al amor
desorbitado y cruel.
Y yo me pongo un poco triste,
por no poder olvidarte
e intentarlo,
e intentarlo de veras
el no querer verte,
pero las ganas son chiquillas
que se mueren por agarrarse a tus piernas
y dejarse llevar allá donde tú quieras llevarlas.
Y yo no puedo con todo,
porque no es fácil encontrarte.
Porque tú ya me estarás olvidando
y yo no conozco el truco,
la táctica,
la valentía,
la fortaleza,
para que el olvido sea un camino sin espinas
ni lleno de piedras que te abren las rodillas.
Por eso yo me pregunto
cómo demonios tú lo haces,
lo de olvidarme de una manera tan fácil
como si ni siquiera me hubieses conocido.
que tu nombre,
que comienza con la primera letra del abecedario
y lo acabas sonriendo,
con tu sonrisa ancha que tanto me calma
y tanto me conmueve;
que tu nombre, de seis letras,
sea capaz de bombardearme el corazón
con tan sólo escucharlo
desde el balcón de cualquier boca.
Y si es desde la tuya
el pecho se me abre
como si fuese una ventana
y deseasen salir volando a tu encuentro
cien gaviotas.
Yo me lo pregunto,
cómo es posible
que se me ilumine la cara
al creer que puedo verte.
Cómo es posible
si después de verte
seguramente el corazón
se me parta,
me atravieses,
me condenes a olvidarte
mientras me relamo los labios,
que están llenos de tu mirada,
por la miel de tus ojos
y ese sabor a naranja
por el color que se queda
cobijado en tu barba
cuando el sol te toca
y te acaricia.
Me pregunto cómo es posible
y también de dónde me nacen,
de qué se nutren
y por qué existen
estas ganas de verte de pronto,
y de abrazarte despacio
y muy fuerte,
para que no te vayas.
Ahora la música suena,
aparentemente nada
que pudiese traerte a mi cara,
pero entonces
tu mirada se me clava
como si estuviese llena de cuchillos.
Y tu boca me enloquece
y me retuerzo
y no comprendo cómo eres capaz de incendiarme,
encenderme,
sin hacer nada en absoluto.
Quizá seas como un mago
que sin mover las manos
me provoca por dentro
algo parecido a trucos de magia
que conduce al amor
desorbitado y cruel.
Y yo me pongo un poco triste,
por no poder olvidarte
e intentarlo,
e intentarlo de veras
el no querer verte,
pero las ganas son chiquillas
que se mueren por agarrarse a tus piernas
y dejarse llevar allá donde tú quieras llevarlas.
Y yo no puedo con todo,
porque no es fácil encontrarte.
Porque tú ya me estarás olvidando
y yo no conozco el truco,
la táctica,
la valentía,
la fortaleza,
para que el olvido sea un camino sin espinas
ni lleno de piedras que te abren las rodillas.
Por eso yo me pregunto
cómo demonios tú lo haces,
lo de olvidarme de una manera tan fácil
como si ni siquiera me hubieses conocido.
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