Te miro y te miro.

Te miro a los ojos
en tu fotografía;
ni siquiera es frente a frente.

Pero te miro,
y también miro las gotas
que acarician tu cara
y hacen carreras entre ellas
por ver cuál llega antes a tu barbilla.

Por ver cuál se funde antes con el naranja
y encuentra en ti el sol;
y por ver cuál es la primera
en rozarlo con sus dedos de chispa
de gota de agua.

No quiero imaginar nada,
sino soy capaz de escribirte
cómo te ves nadando como un pececito
de un extremo al otro de la piscina.

De describirte,
la paz que siento cuando me abrazas
y estás húmedo y frío,
y me besas por la espalda
y un escalofrío de serotonina me recorre.

Y cuando sales del agua,
imagino que se te pone la piel de gallina
porque el aire también quiere rozarte,
y mi corazón te abraza y te calienta
para que no tengas frío,
porque es la hoguera que tú prendes
con tan sólo pestañearme.

Sería capaz de decirte
que me recuerdas a un lobo salvaje,
al que no quiero domesticar,
sino dejar vivir libre
pero besarle la cara.

Te miro y pienso
que mi corazón seguiría latiendo por ti
aunque me tapiase los ojos;
aunque no pudiese verte
pero sí oírte y sentirte aquí
dentro de mi pecho de cuna.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.