Y sin embargo no debo.

Yo había conseguido silenciar mis ganas,
dejarlas quietas y amansarlas en sus jaulas.

Yo lo había conseguido,
ya no me mordían en el vientre,
en el pecho, en los labios.

Había conseguido calmar mis ganas
de hablarte, escribirte, morderte, besarte,
susurrarte al oído y mirarte de frente.

Y ya casi no tenía ganas de besar tu cara,
y ya casi no pensaba en tu niño dormido,
y ya casi no soñaba contigo.

Y algunas noches me invadías,
me asaltabas las costillas,
y volvía a caer en tu boca
como si hubiese rozado con el pie el borde de la rayuela
y los niños siguiesen jugando descalzos, riendo a lo lejos,
viviendo su infancia como si estuviesen relamiendo un caramelo.

Y ya no continuar los números hasta perder la consciencia,
me parecía imposible.

Pero ya casi no quería abordarte con los brazos,
ya casi no pensaba en lo mucho
que me gustaría verte y en que eres inaccesible,
ya casi no quería llorar
al verte en una nueva fotografía.

Pero entonces, de pronto
la vida, la chispa, el incendio.

Te he encontrado de frente en mi corazón
con un bidón de gasolina y un mechero,
camisa blanca, tu olor intenso
y una sonrisa en la boca
de la que no me podría desprender
ni arrancándome la piel del cuerpo.

Porque ahora siento el corazón
latiéndome en eco
en la garganta.

Porque ahora me laten las manos
y se me van, se me van,
se me van a escribirte,
a buscarte, a nombrarte.

Porque ahora leo entre las líneas tu nombre,
y busco tus mejillas,
y me sube fuego hacia la garganta.

Me sube ardiendo, calcinándome, desde el pecho,
y los bomberos no hacen nada;
se ríen, miran la televisión,
beben café tranquilos
y fuman cigarrillos a escondidas.

Me subes como una llama,
como si fueses espuma dentro de mí
y acabases de agitarme;
porque en el fondo me agitas y me sacudes
y rompes en mí, como el mar,
como las olas lo hacen en la orilla
o contra las rocas cada día,
y cada tarde y cada noche.

Como si fueras hipo,
como si hubieras sido reducido
a tamaño microscópico
y estuvieras dando saltos en mi tubo digestivo.

Ahora siento el corazón latiéndome
y las manos se me escapan
y yo las agarro, las acaricio
y les digo que no,
que no pueden correr tras de ti
como si fueras a escaparte,
porque en el fondo te escapas,
porque aún más en el fondo
nunca estuviste aquí.

Ahora siento un fuego que me arde,
y es tu nombre atravesado,
y es tu boca en mi garganta
son tus colmillos marcándome la tráquea,
son las palabras que quiero decirte
asomándose en mi paladar.

Porque quiero hablarte,
porque quiero escribirte,
porque quiero verte
y llenarte de besos la cara.

Y sin embargo no debo,
ni lo primero ni lo segundo;
lo demás según tú quieras.

Y es que yo lo había conseguido,
pero has vuelto a alterar
mi orden y revolucionar
mi corazón.

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