San Juan.

De él no sé hablar sin mencionar la conexión de poder andar por los cables que nos separan con los ojos cerrados sin caerme. Esa conexión que puede que sólo exista la noche de San Juan frente a las 364 siguientes.

Porque hay personas a las que ves una única vez al año y con las que existe esa conexión extraña y especial de la que sólo tú eres consciente, y que sin conocer a esa persona realmente, sabes que cumple los años un día antes que tú, que las sirenas desde algún lugar de este mundo piden auxilio para que les salve y que es un rascacielos humano con pestañas kilométricas que podrían ser perfectamente toboganes. Porque la noche del 24 de junio es la única noche en la que puedo observarle en su balcón siendo más él que nunca durante algo más de cinco minutos.

El caso es que mientras todo ardía, yo le miraba a él. Mientras los fuegos artificiales gobernaban con sus destellos el cielo y asustaban a los perros, yo le seguía mirando a él. Y si acabara de venir de la guerra y yo fuera enfermera y tuviera que buscar al soldado que más herido de gravedad se hubiera encontrado, en mis ojos ése sería él aunque estuviera en perfecto estado. Porque aquella era la única noche del año en la que podía verle siendo más él que nunca y porque le seguiría mirando. Se encontraba tirando cubitos a los bomberos y escondiéndose después, riendo, para que no le mojaran con sus mangueras. Supuse que aquello era una metáfora de lo que podría ser capaz de hacer con mi corazón.

Y es que mientras todo ardía, mientras la muchedumbre hacía fotos al pequeño incendio, mientras los niños insultaban a los bomberos para que les echaran agua, mientras él salía a su balcón y más tarde volvía a meterse dentro de su casa... Mientras él actuaba tan normal sin ser consciente de que alguien le estuviese mirando, yo seguía con mis ojos anclados en él.

Y cuando todo acabó, incluso antes de ésto, cuando los bomberos apagaron el fuego y quedó todo calcinado y finalmente los bomberos se marcharon; yo le seguía mirando a él. Él ya no se dejaba ver pero yo aún le seguía mirando. Le observaba apoyado en la barandilla y pensando que ojalá pudiera ser todo lo que toca e incluso el aire que respira. Que ojalá pudiera bailar en sus pulmones y bañarme en su saliva. Caminar por el desierto de su piel y buscar agua en el pozo de su ombligo.

Observé que para mí aquella noche, él era un Universo absorbido por un agujero negro. Un cielo nocturno pero sin tormenta a la vista, que no me dejaba ver sus estrellas porque su ropa escondía todos sus lunares. Que podría estudiarle con las manos y llegar a conocerle de memoria.

Y cuando desapareció, yo aún le seguía mirando; buscándole tras la fachada de su edificio o por su habitación.

Yo no dejé de mirarle ni un segundo y él en ningún momento miró en mi dirección.
Y creo que no sabría describir de mejor manera mi vida.





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