Anoche pude verlo.

Anoche pude verlo, pude ser partícipe
entre todos, que no vieron,
que no sabían qué pasaba
y tú actuabas lento casi imperceptible
tanteando mi terreno.

Anoche pude verlo, todo,
el viaje de tu mano hacia mi cuerpo.
El viaje de tu mano hacia mi espalda.

El baile de tu mano por mi lana,
el ligero roce de tu brazo por la barra
para posarse sobre mí para que no me fuera,
para que me quedase allí a tu lado
o para ser plenamente consciente de que allí estaba
y no era un sueño.

Y allí estaba, a tu lado, mientras tu boca
ardía en mi pecho, mientras tus dientes
me mordían las entrañas.

Allí estaba, como en una playa en calma,
mirándote la boca muy de cerca,
mientras me estabas sonriendo.

Anoche tu cuerpo me buscaba
y yo dejaba que me leyeras como un ciego,
que buscaras mi cadera
como si estuvieras aprendiendo a leer en braille,
como si necesitaras leer un mensaje en mi cuerpo.

Entonces encontraste mi cadera y ahí te quedaste
mientras todo alrededor se movía y mis ojos
se centraban en tu mano.

Y ahí te quedaste, y preferiste no prender fuego,
manteniéndote en la periferia que se encuentra
más abajo de mi espalda como si acabases
de llegar a un planeta y te diese miedo dar un paso nuevo.

Anoche pude ver el viaje de tu mano hacia mi cuerpo,
las idas y venidas cuando nadie nos miraba
y yo mientras, quieta, no dando crédito
de todo lo que me estabas haciendo sentir
con tan sólo una caricia.

Por el tacto y el calor que yo sentía
por tu mano acomodada, como si hubiese sido diseñada
para agarrarme y no dejar que me fuera.

Y tampoco yo quería irme;
porque tú no sabes lo que yo quería
en ese momento.

Y lo que yo no entendía era por qué lo estabas haciendo;
porque deseaba saberlo, conocer qué sentías,
porque pensar que estarías borracho y necesitabas
un cuerpo y te servía cualquiera, lo más cerca el mío,
me dejaba en la garganta un sabor amargo.

Una ligera tristeza atravesada por pensar que tú tampoco,
que tan sólo lo hacías por inercia,
por las copas que llevabas en el cuerpo.

Yo no sabía bien qué decirte, no sabía cómo mirarte,
no sabía si hacerlo. Porque yo no sabía qué se hace
en ese momento cuando te gusta la mano que está sobre
tu cuerpo pero bien sabes que esa mano no está
porque el dueño quiera sentirte, quiera besarte
y te mire distinto al resto.

Y mientras tú y yo callados, sin mirarnos.
Yo sin mirarte y tú rodeándome con un brazo;
yo estaba siendo latidos, siendo calor interno,
porque anoche pude verlo,
aunque tú no me sintieras.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.