Todo se acaba borrando.

Todo, y se lo digo,
porque lo creo firmemente,
todo se acaba borrando.

Las huellas en la arena,
los mordiscos en la piel,
los recuerdos de la mente,
las respiraciones en los lugares
en los que uno ha vivido.

Y si no es el tiempo quien lo borra,
la lluvia hará el trabajo,
o el viento, o incluso
sus lágrimas.

Pero todo se acaba borrando,
se lo juro.

No busque lo eterno,
no siga a pies juntillas
con los ojos cerrados buscando
su encuentro. No existe.

Todo se acaba borrando
sin dejar rastro para que no se pueda
salir corriendo detrás.

Porque quién no saldría corriendo
tras aquello que siente en el alma
reluciendo a lo lejos entre las tinieblas,
como un faro fundido,
pero que inexplicablemente sigue emitiendo
parpadeos con la fe de un niño que espera
un deseo con las estrellas en los ojos.

Sólo porque el triste corazón se mantiene
bombeando en ausencia de bombillas.

Aunque entrecortadamente,
como si se fuese quedando sin oxígeno.

Pero parpadea. A la vida.
Para que los marineros vuelvan con sus familias;
para que el destino pueda dar sus frutos.

Por eso todo es efímero.
Porque quién en su sano juicio no correría.

Yo se lo digo.
Nadie.
Ni usted.

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