La luz en mi cara.

El otro día mientras me escribías
mi padre me miraba,
y yo necesitaba disimular
la sonrisa.

Hacerme la tonta, la dura,
como si no pasase nada,
como si en ese momento en el corazón
no me estuviese pasando de todo.

Porque, imagina,
que hubiese visto toda mi luz, mi padre,
y hubiese dicho
"oye, chico, ¿qué haces,
que iluminas a mi hija?".

Tú imagina,
seguro no sabrías qué contestarle.

Y yo tampoco sabría muy bien qué decirle
pero un cosquilleo me recorre
cuando recibo tu buena ortografía.

Cuando tardas en escribirme
y de pronto, parece que quizá
por timidez, pero también por picardía
me dices que prefieres mis manos.

Y entonces, mi sangre entra en revolución,
me sube la marea y llega el verano;
y me desespera tener tantas ganas
y tener tanto miedo.

Porque me dices que te gustaría
sentir mis manos en tu cuerpo
y yo quiero cubrirte la cara,
las espaldas; el cuerpo entero de besos.

Porque tú llevas a Cristo, serio,
y yo no creo tanto en eso;
pero podría creer en nosotros
si te acercases un poco más a mi pecho
mientras me pones colorada.

Porque no engaña
la luz en mi cara cuando hablo contigo;
porque no sé cómo lo has hecho,
sólo sé que esto va a durarme.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.