Se acabó.

Te he escrito cuadernos enteros vacíos de imágenes. En ellos describo un tacto que no es el tuyo y hablo del tú que creo que eres. No del tú completo, pues nunca tuve la suerte de conocerte. Describo lo que he podido observar de ti desde mi cárcel que es cuerpo y casa, y mi agonía. Desde mis ruinas y heridas desde que con tus manos no te dignas a curarme. Describo todo lo que me has hecho sentir sin suspirar y rozarme con tu aire, ni caminar por tu espalda ni esconderme en tu pelo para después comerte la cara a besos. Besos. Esos que nunca he dado, esos miles que tienes que no darme. Esos que tanto te debo, gritan mis ganas.

Te he descrito hasta creer que en mi corazón ya no quedaba más tinta para escribirte. Que ya estabas definido, que una última pincelada te estropearía la sonrisa o las pestañas o te emborronaría el lunar. El lunar. Ese que está anclado a tu cara y que marca el norte en mi brújula. Mi futuro norte a donde van todos mis sueños a parar. Te he descrito hasta creer que se había acabado. Que sin vivirte no podía seguir haciéndolo y sin conocerte no podría perfilarte hasta la perfección. Que sólo mis ojos y mis manos podrían hacerlo. Que sólo mis labios podrían perfilarte por completo el corazón.

Creía que se había acabado pero entonces te he vuelto a encontrar en otras letras, te he visto reflejado en historias de momentos no vividos y en los que durante un segundo en mi imaginación hemos vivido sin haberlas vivido nunca los dos. Te he encontrado en letras de desconocidos y en canciones de grupos que existieron ya hace más de un siglo y te he querido por ello. Sin conocerte te he querido más que al resto porque no me ha hecho falta sentir tu mano en mi pecho para que me diera vuelcos el corazón. Porque no me ha hecho falta oírte susurrar en mi oído ni inspirar tu respiración. Siempre has sido más de lo que has sido y por ello te has colado dentro de mí y has llegado más profundo, a lugares que creía inexistentes. Y te quiero ahí, dentro de mí, más duradero que un embarazo. Te quiero dentro de mí dando patadas en mi pecho hasta alcanzar la jubilación. Y no importa que no estés, no me importa ni lo más mínimo en absoluto, porque en mí permanecerás hasta que mis espinas marchiten y mis ganas envejezcan y enfermen de Alzhéimer y olviden todo lo que he sentido contigo sin sentirte.

Quizá jamás marchiten. Jamás envejezcan. Jamás te olviden.

Creía que lo nuestro se había acabado, que nuestra historia finalmente había encontrado aquel gris que parecía no ser nunca el final. Creía encontrar el "se acabó" y nuestros nombres en los créditos como dos idiotas.

Que quizá pudo acabarse nuestra historia pero que nosotros no.
Nosotros nunca lo haríamos. De eso estaba totalmente segura.

Creía que se acabó. Pero no.
Jamás se ha acabado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.