Malentendido.

He visto cómo me miras y no me miras.
Tus ojos son cuencas vacías, una pecera esférica
que contiene en su interior a un pez ciego y aturdido.

He visto cómo me hablas y no me hablas;
pensaba que tu voz se dispersaba en el espacio
que separa nuestros cuerpos y tocaba fondo,
pero no llega ni siquiera al portal de tus labios.

Porque no me hablas, no abres la boca,
ni me acercas los brazos.

He visto cómo me buscas y no me buscas,
si no soy yo quien lo hace primero,
quien mira a ambos lados.

He visto cómo me abrazas y te he sentido en mi pecho;
he sentido que abrías todas las puertas secretas
de un inmenso museo para que entrase el aire
y lo inundase todo.

Pero que yo lo haya sentido en este corazón sensible al tacto,
en este cuerpo que cuenta y memoriza el número de besos
que caben en el tuyo, no significa que tú quieras provocarlo.

No significa que tú sientas lo mismo.
Tan sólo significa que te he malentendido todo el tiempo.

Deberías saber cómo mirarme sin hacerme enloquecer,
cómo sonreír sin impregnarte en mi cráneo.

Deberías saber cómo hablar sin provocar una maratón de escalofríos
desde el cuero cabelludo que finaliza dando zancadas
vértebra a vértebra.

Deberías saber cómo abrazarme sin dejar selladas tus huellas,
cómo buscarme sin crearme falsas ilusiones.

Y aunque supieras cómo, y aunque te dieran un título,
te seguiría malentendiendo porque mi corazón no entiende
la parte racional que hay tras tus palabras; las mismas que producen
tus labios, que producen tus ojos, que florecen de tus manos
y van arraigándose entre mis dedos, por mi cara, y se enredan a todo
lo que yo formo, a todo lo que yo soy.

Y me abrazan como imagino que tú lo haces,
como un gigante que engulle el mundo para sentir dentro de sí mismo
toda su felicidad. La misma que dura tres segundos.

La misma felicidad que concentra todo el globo terráqueo.
Esa misma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.