Aquel profundo sueño suizo.

Me habría gustado quedarme a vivir en su boca.
Sus dientes no eran perfectos, no seguían una línea recta
pero con ortodoncia habría perdido su esencia.

Me pidió perdón por no poder poner tildes
y me enviaba guiños que hacían
que me derritiera.

No me dio tiempo a fijarme en sus manos
porque me caló como cala la lluvia en primavera
con tan sólo hablarme en castellano;
también lo habría hecho en alemán.

Y es que hablaba en su español aprendido, despacio,
poniendo orden en su cabeza para no cometer errores
cuando yo todos se los habría perdonado.

Le brillaban los ojos como si alguien estuviese
lanzando fuegos artificiales dentro de su cuerpo
y me cegó por completo con su eclipse total.

Había un silencio entre palabra y palabra
y podía ver cómo cada letra
pasaba por su lengua en fila india de una en una
agarradas por la espalda
sin perder al compañero.

Cada vez que me escribía a lo extenso
el corazón se me hacía agua
pero caí de aquel profundo sueño suizo,
de aquel embobamiento por un desconocido idealizado,
cuando me dijo en su castellano "no te entiendo".

Y no lo hizo
y a mí tampoco es que me molestara.

Demasiado lejos,
demasiado fugaz,
demasiado efímero.

Y a veces sobran motivos
para parar a un corazón que vuela,
salta y baila por y con cualquiera que se cruza
en el camino.

Pero mejor que sobren motivos,
porque al final siempre me faltan.

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