Ayer te vi.

Ayer te vi; sabría reconocer tu silueta
de espaldas, de perfil e incluso desde cualquier ángulo agudo,
y sólo tú sabes revolucionarme el corazón.

El aire me acaricia la cara mientras te recuerdo,
cierro los ojos y siento la calma,
y pienso que ojalá pudiese tener tu sencillez muy cerca
para preguntarme cómo puedes estar tan ciego
para no verte como eres, tal y como yo lo hago.

Porque no son mis ojos, eres tú mismo.
Y ayer pudiste haberme acariciado la cara,
o no haberlo hecho, y preferiste mis piernas
y eso es algo que no olvido.

No comprendo qué sientes, qué quieres, qué esperas.
No entiendo qué te apetece conmigo,
sólo verme y abrazarme y sólo a veces cuando ocurre,
o cada día y te aguantas las ganas y las silencias,
las mismas que yo grito.

No sé si quieres pasar tiempo conmigo,
verme más de cerca y hablarme hasta en silencio,
no sé si deseas seguir buscándome
o nunca lo has pretendido y era el alcohol quien escribía.

Cada vez que te veo sueño contigo,
y si no, también despierto con el corazón encogido
y tu mirada atravesada entre mis párpados.

Te has adueñado de mi corazón y de mi cabeza,
por tanto, también de mis sueños.

Y ayer que te vi, me besabas la mejilla, como la otra vez que nos vimos.
Y mis mejillas se están acostumbrando a tus besos
y a sentir la calidez de tu boca muy cerca del oído.

Y cada vez que me besas la mejilla, estás un paso más cerca
de llegar a mis labios. Si quieres te marco el camino con flechas
para que tu boca siga caminando...

Ojalá quieras venir.

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