Eres un pez y yo no tengo caña.

Cuando era pequeña
en mi casa teníamos un acuario muy grande.
Por las noches lo encendíamos y en la oscuridad
podía ver cómo se movían todos los peces.

Tú eres acuario, porque tus ojos echaron raíces en febrero.
Pero no un acuario, tu cuerpo no es de cristal.
No puedo chocarme contigo y dejarte marcadas mis huellas.

Tus ojos echaron raíces y esas raíces, al crecer
se convirtieron en pestañas. O más bien, bolsillos de deseos
o asientos de rascacielos sobre los que poder ver tu mundo.

Así que eres acuario, pero no un acuario.
Más bien eres un pez, porque no puedo iluminarte
ni observar cómo dentro de ti se mueven peces
- como si fueran mariposas - de mil colores y formas diferentes.

No puedo porque no eres un acuario, eres un pez.
Y en el acuario que tenía de pequeña,
al final el pez más grande se comió a todos los pequeños.

Así que eres un pez. No sé si el más grande del río,
del mar o del océano... No sé si eres de agua salada o dulce,
quizá lo sabría si me acercara a tus labios.

No te veo las escamas ni las branquias
ni sé si eres naranja, azul, o de cualquier otro color.
No sé si eres tropical o un pez payaso...

Sólo sé que eres un pez.

Y eso que dicen de que hay más peces en el mar...
Es cierto, claro que hay más de un millón de peces diferentes.
Pero una vez adoras la forma de moverse de uno, el brillo de sus escamas,
la manera de expandirse y reducirse de sus branquias al respirar,
el aleteo de sus aletas, la magia de formar burbujas perfectas...

Una vez admiras la belleza de un pez, los demás te parecen simples peces de pecera.
Mientras deseas ver nadar a tu pez feliz en el océano,
no te importa que los demás se mareen dando vueltas dentro de una pecera esférica.

Me gustaría poder acariciarte las aletas,
ver cómo la luz se refleja sobre tus escamas...
Que te deslizaras sobre mis dedos y poder cambiarte siempre el agua,
pero no muerdes mi anzuelo. No sé ni siquiera lanzarlo.
No sé ni si quiero. Tampoco tengo caña.

Supongo que eres un pez tan grande,
porque estás creciendo al no dejarte pescar por mí,
de otras maneras.

Te pongo las manos y ni siquiera te acercas...
Y en el fondo, a mí nunca se me ha dado bien la pesca.
Ni tampoco me ha importado.

Siempre he sido más de admirar y dejar ir,
por eso vivo parada en una estación sin trenes
y no dejo de escribir.

Así que eres un pez y yo no tengo caña.
Ni siquiera tengo anzuelo.
Pero tengo fuego.

Y no sé más maneras de decirte que te quedes
que no sean esa o quédate.

Comentarios

Entradas populares de este blog

En el centro.

Por escuchar tu voz.

Las batallitas.