No te pido que me entiendas.

Deja que el diluvio nos empape por dentro
y sigue apuntando al norte de mi
corazón.

Déjame contarte al oído todos los cuentos
que aún no han sido escritos,
que me beses y siga girando el vinilo...

Que quieras borrar todos mis miedos con
tu lengua y con un par de pestañeos tiemble
el mundo, como si cien mariposas aletearan
sus alas a la vez desde distintas partes del
mundo.

Así quiero que me quieras,
sin nudos en el estómago,
sólo palomas volando por encima
del sol, acariciando las nubes con sus plumas
mientras dibujan círculos en el ocaso.

No te pido que me entiendas,
tampoco lo hago yo.

Sólo pido que reconozcas mis pasos
en el silencio de la habitación,
reconozcas mis caricias con los ojos cerrados,
el tacto de mis labios entre los de un millón,
el lugar de mis lunares y los puntos en los que
tocándome o la manera de tocarme, me den ganas
de besarte o gritarte y enfadarme. Ganas de hacerte
el amor y seducirte sacando a mi niña interior.

Ganas de romper a reír o romper a llorarte en el pecho,
ganas de ver arder el mundo contigo o de dejarlo
todo si me dices vámonos. Ganas de viajar contigo a
descubrir planetas o de apagar el mundo para
querernos.

Que me conozcas mejor que yo misma
sólo observándome a través de tus pupilas.
Que sepas que voy a llorar después de decirte adiós
desde el cristal del tren que se marcha sin rumbo fijo.

Que sepas que ahora no lloro, no como muestra de
valentía, sino para que te preguntes después cómo has
podido perder para siempre mi sonrisa. Y que me odies
por hacerte esto, y a la vez no puedas odiarme.

Y retengas esa última imagen en tu mente,
la recuerdes cada día,
y aparezca siempre cuando a otra le digas
te quiero.

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