Rock y Roll.

"Hay acordes de canciones que te desarman la coraza. 
Y eso no es lo peor.
Lo peor es que hay personas que te la arrancan
de cuajo con unas manos, una garganta 
desgarrada y una simple
guitarra."

Me enamoré de lo más rock and roll. Pitillos ajustados, chupa de cuero, pelo despeinado y sonrisa de actor de culebrón. En la cama solía llamarme Rock. Él era Roll. Juntos hacíamos el más puro rock and roll que jamás nadie saboreará con los oídos.
Roll era el típico guitarrista que ama incondicionalmente a sus guitarras y en cuyo corazón no cabe ningún nombre de mujer humana. Pero aprendió a quererme y a adorar mis curvas. Aprendió a preferirme a mí antes que a ellas. Prefería tener sus manos siempre pegadas a mí a pesar de su amor incondicional que sentía por sus guitarras eléctricas.
Era de los típicos que tienen más de cinco tipos distintos de guitarras alrededor de sí mismos y a ti en el centro, pegada a él. 
Me acurrucaba en su pecho y le escuchaba cantar de madrugada con su voz desgarrada aquello que iba componiendo o había compuesto horas atrás. Me encantaba todo lo que salía de su cabeza y de sus labios, por eso cuando me preguntaba si me gustaba, yo no le era de gran ayuda. Cómo no me iba a gustar, si me gustaba todo de él.
No sé qué era más suave, si su voz al cantarme sus nuevas composiciones o los callos de sus manos de tocar las cuerdas de su guitarra. Fuera lo que fuera más suave, me encantaba.
A veces, me cansaba de su olor a tabaco en la ropa y me daban ganas de dejarle tirado, dar un portazo y no volver más. Aunque estaba tan guapo fumando... Me volvía loca. Él siempre me prometía que por mí dejaría de fumar. Y un día lo hizo, cuando yo ya no pude más. Dejó de fumar por mí y aquel día el amor me atravesó los huesos del tórax hasta la columna vertebral.
Decía que yo siempre le inspiraba a componer canciones de amor pero que el rock and roll no se trataba sólo de eso. Le veía hacer tachones negros a lo que no le convencía en su libreta y aquello parecía un gran agujero negro que te absorbía mientras de fondo sonaban aquellas frases compuestas que nadie jamás escucharía y que quedarían en un vago recuerdo.
Una noche, llegó de un concierto borracho y me dijo "Que el mundo esté muerto y nosotros nos intoxiquemos juntos". Minutos más tarde, se durmió a mi lado. Yo pensaba que tan sólo estaba borracho. 
Pero al día siguiente me dijo que lo que anoche dijo, no era por el alcohol ni era broma. Me dijo que nos intoxicáramos juntos de rock and roll. 
Yo siempre he pensado que el rock and roll nos volvería inmunes a todo. Con el tiempo me di cuenta de que estaba equivocada.
Ni el rock and roll ni la música misma nos pudo salvar a los dos de lo que acabaría ocurriendo. Él se cansó de sentir, me dijo que cada vez le costaba más. Así que volvió a su amor incondicional por sus guitarras y dejó su corazón patas arriba y a mí fuera de él, desubicada.
Nos quisimos en el tiempo y el espacio inadecuados. O tal vez su corazón nunca estuvo preparado. 

Un día, después de unos cuantos meses de habernos dejado, le encontré de sorpresa encima de un escenario haciendo lo que mejor sabía hacer de cara al público con sus manos. Creo firmemente en que a veces sólo necesitas escuchar la voz de una persona para que el mundo vuelva a ponerse en movimiento. Pues, al verle ahí, noté cómo el mundo empezaba a girar a mi alrededor y él seguía intocable, inmóvil, por un momento volvió a ser mi punto de referencia. La melodía que creaban sus manos me envolvía lentamente como una boa constrictor y me apretaba enrollándose alrededor mío como si yo fuera su presa y él mi cazador.
Tuve que salir de allí, me estaba atacando a la cordura y volvería a estar loca por él. Aquello me estaba estrujando los pulmones y no podía respirar. Estaba ahogándome.
Me dio punzadas en el corazón el hecho de que ya no me volvería a dedicar ninguna canción ni yo sería su inspiración. Ahora le dedicaba alguna que otra canción a groupies de camerino que ni siquiera eran conscientes de lo que significaba que te dedicase una canción y unos acordes y fuesen todos para ti.
Aquellas groupies se conformaban con tenerle una noche un par de horas y no se imaginaban lo que les esperaría por la mañana al otro lado de la cama. Me alegré de que no lo supieran.
Si lo hubieran sabido, se habrían agarrado a las cuerdas de su guitarra, o peor, a sus cuerdas vocales.
Yo no supe darme cuenta hasta meses más tarde.

A veces tengo la manía de susurrarme de madrugada, como él me susurraba al oído, dos frases que acabaron en el agujero negro de su libreta porque no le convencían... Vagamente recuerdo el ritmo...

"Tú y yo ya nos hemos mirado de esta forma antes...
Tú y yo ya nos hemos cantado, tocado, besado, ... , y olvidado de esta forma antes..."



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