Gris ciudad.

"Pensaba que al verme, correrías hacia mí,
me cogerías por la cintura y me acercarías a
tus labios para que te diera un beso de esos 
que lo arreglan todo en el cine y que curan las
heridas más profundas que los mejores doctores
no saben curar. Pensaba que tan sólo bastaría
 con lamernos para salvarnos.
 Pero fue rozarnos con las yemas de los dedos
y seguir escociendo como si nos acabásemos 
de verter alcohol por dentro. 
Nada había cambiado.
Seguíamos envejeciendo."



¿Sabes esos días en los que todo es tan oscuro que sólo quieres llorar y deseas que llueva de forma torrencial para que el mundo no piense que todas esas lágrimas son tuyas?
Así me siento hoy. Hoy, ayer y siempre desde que no estás.
Recuerdo cuando te dije: «Necesito que me inspires que yo sola no puedo.»
Y entonces tú, anonadado, comprendiste que no era igual a las demás. No sabías qué responder.
A lo que yo contesté salvándote del silencio: «Necesito que me inspires y al segundo me exhales bien fuerte para que se rompa el aire y se te rompan los pulmones del esfuerzo.»
Ahí creo que tuviste miedo. Pero un miedo atractivo y por eso me inspiraste. Y me exhalaste al instante.
Mis ventanas estallaron y rompieron tus cristales. Estallamos a la vez y nos abrazamos como el aire.
Nos respiramos mutuamente e impregnamos nuestros pulmones rotos y expandidos de nuestro olor. Con el diafragma y los músculos intercostales contraídos, buscamos nuestro propio lugar y nos escondimos. Yo en tu cuerpo, tú en el mío.

No sé cómo pudiste sacarme de ti. No sé cómo pudiste dejar de ser gris.
A veces uno mira al cielo y se lo encuentra del mismo color que sus adentros. Y entonces cree que si volase y alguien se fijase en cómo es por dentro, no le vería volar sino que pasaría desapercibido por el cielo.
Yo sin ti me siento gris. Gris como las nubes del cielo que tienen ganas de llorar sobre esta gran ciudad.

Tengo los pulmones arrugados y encogidos de no respirarte. Los oídos sordos de no oírte cantar.
Una grieta se me está abriendo en el alma cuando no oigo el tic-tac y el silencio comienza a gritar tu nombre hasta reventar los cristales de mi cuerpo. Y mi agua se derrama como si hubiese sido un vaso lleno, que se va vaciando poco a poco con el paso del tiempo. Lluevo.

No hay quien me cure el vacío ni el dolor que siento por dentro.
Hay partes del cuerpo que nunca podrán ser abrazadas por mucho que alguien me estruje y me acabe perforando los pulmones de nuevo y el corazón.
Nunca podrán ser abrazadas porque sólo tú sabías cómo hacerlo.
Sólo tú sabías alcanzar todos mis recovecos internos.

Sólo tú, gris ciudad. Sólo tú sabías lloverme por dentro
y hacer que nunca una gota de mi agua
tocase el suelo.

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