Nefelibata y Daiquiri.

"El Amor concebido como Arte, para algunas personas, 
es tan inalcanzable como algunas 
montañas."

Nefelibata no creía en el amor de todo el mundo. Creía en un único tipo de Amor y para diferenciarlo del resto, se refería a él con mayúscula. Aquel que se ve en los cuadros, en las películas y en las manos cogidas de ancianos de 80 años. Aquel que se escucha en las canciones de amor y que se siente con todas las células, todos los órganos, nervios y sentidos del cuerpo humano. Por eso le costaba fijarse en alguien, por eso no podía enamorarse de cualquiera. Ella creía en que tenía que existir alguien para ella, pero que posiblemente todavía no se había cruzado en su camino o que desgraciadamente no existía. 
Nefelibata se pasaba el día por las nubes soñando. Decía que era su lugar preferido del mundo. No tardaron mucho sus sueños en ser los protagonistas de su nombre.

Daiquiri tampoco creía en el amor de todo el mundo pero buscaba en unos labios un salvavidas. A todo el mundo eso le quedaba grande, le partía el corazón y le abría las heridas que curaba con su cóctel preferido, Daiquiri, de ahí que acabara llamándose así.

Me costó una noche, un corazón y unos labios para darme cuenta de que Nefelibata y Daiquiri eran la misma persona. La misma mujer con el arma más potente en la sonrisa. Me besó como quien está en alta mar ahogándose y se agarra por fin a la persona que le está salvando. Buscaba su salvavidas en mis labios pero yo no podía salvarla. Ni siquiera sabía cómo salvarme a mí mismo.
Aquella noche llegó a creer que yo existía para ella y comenzó a soñar con un futuro en el que nos fundíamos con el Sol y las estrellas. 
Tuve que armarme de valor y decirle que no éramos dos seres que podían llegar a formar una pareja de amaneceres o atardeceres en un futuro lejano. Que ojalá lo fuéramos, pero ese no era el caso. Tuve que romperle el corazón en mil pedazos para que sus sueños no le hiciesen más daño.


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