Hombre pájaro.

Una noche, mientras yo trataba
de bailar música arrítmica,
Jimmy D se encontraba en la otra
punta de la ciudad bebiendo cerveza
con el atractivo que le es tan peculiar
y que deja mudas a las sirenas.

Se encontraba en el último lugar
que nos vimos y en el lugar
en el que me recordó al eterno
James Dean, con su pelo revuelto
y algo rizado, su cazadora negra y
poses de seductor varonil.

Y aunque busqué a Jimmy D,
él no estaba allí. Al girarme
entre la gente no era él,
no apareció. A veces
las canciones se equivocan; sí,
ya lo ves.

Se encontraba tan lejos de mi pecho,
de mis ojos, de mi boca
que si yo hubiera sido la cabeza de la ciudad,
Jimmy habría sido los pies.

Habría sido mis pies y me habría sacado
a bailar... Porque todo habría sido distinto
si me hubiera sacado a bailar la última
noche en la que nos vimos.

Pero no lo hizo y no lo hará jamás
porque los pájaros vuelan
y yo ni tengo alas ni tampoco sé volar.

Aunque podría enseñarme a hacerlo
y enseñarme a colarme en sus
adentros para hallar allí la libertad.

Jimmy D. se ha colado dentro de mí
como si fuera el pájaro que entra todos los sábados
por mi ventana buscando cobijo.

Pero él no busca nada, ni siquiera sabe
que se ha colado como un pájaro
inocente y solitario.

No sé cuándo volveré a verle
agitando sus alas alrededor de mi corazón
como un hombre pájaro.

La música arrítmica habría encontrado
el ritmo en el movimiento de sus labios
y su voz y su sonrisa habrían vibrado aquella
noche en las ondas del espacio.

Ya no me hablarás sobre Barcelona,
ni sobre Gaudí ni sobre la música que hace
aletear tu corazón.

Pero te espero en el faro, con una cerveza,
buscándote entre las sombras del atardecer
porque lo estás llenando todo con tu pelo
rizado y obras arquitectónicas. Te estás
colando dentro de la jaula de mis vértebras
como un hombre pájaro.

"Hasta que volvamos a vernos", pequeño pájaro.
Eso mismo dije la última vez.




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