Margarita decían que
se llamaba. Y yo,
con ese nombre,
ya pensaba que 
sería una mujer
preciosa.

Pero cuando 
la conocí,
lo era más.

La mujer
más hermosa
que mis pupilas
azules habían 
visto antes.

Tez clara,
sonrisa blanca
marfil
y mirada 
amarilla,
tan cálida
como el sol 
de verano.

Si tuviera que 
deshojar todas
las flores que
llevan su nombre
para encontrar una
que me diga que
me quiere,
se extinguirían.

Quiéreme,
y acabamos antes,
Margarita.


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