El mar da vida.

"Podrás dormir en muchas camas, 
estar con muchas personas,... 
Pero siempre habrá una cama o
 una persona a la que querrás regresar. 


Recorrer kilómetros para ver el mar, mata y a la vez te devuelve a la vida.

Recuerdo aquella primera vez que te besé tanto los labios que al llegar a casa pensé que había cambiado de saliva. Ya no estaría la mía, sino la tuya. Tu saliva en mi saliva.
Entre nosotros no había despedidas porque cada despedida se disfrazaba de reencuentro y vivíamos entre reencuentros inesperados e improvisados. Siempre reducíamos la distancia entre nuestros besos.

Nosotros ahora estamos muy lejos y siento que es lo correcto. Así no me dueles tanto en este vacío que me has dejado en el pecho.
Supongo que un día todos seremos el vacío en el pecho de alguien.
Y tú, muy pronto te has convertido en el mío, sin dejarle tiempo a los desconocidos.

Ayer fui a ver el mar para despedirme de la que era nuestra ciudad. Ahora ya no es nuestra, tan sólo somos inquilinos que vienen y van y que pasan más tiempo en la carretera que en un edificio.
Fui como despedida para no olvidar el azul del mar.

La sal estuvo pegada a mi piel durante todo el trayecto. Y fue un trayecto tan largo que llegué a pensar que la sal se me había colado por los poros.

La Luna estaba tremendamente preciosa. Me dejó fotografiarla. Presidía el cielo y bailaba muy quieta, sin que se notara, sobre las nubes de color rosa. Era la gran protagonista. Y al caer la noche, se encendió su foco e iluminaba cualquier lugar sobre el que estuviera. Iluminaba el mar, las calles residenciales y las carreteras.



Había ancianos que no caminaban cogidos de la mano. Me preguntaba cuál sería el motivo.
Ojalá pudiera yo envejecer a tu lado y sonreír con cada arruga nueva que te saliera. Sonreír porque seguirías ahí, tan vivo, tan mío, tan hasta la muerte.

Yo creo que el mundo se mantiene en equilibrio cuando dos ancianos caminan cogidos de la mano.
Y eso lo creo desde que veo a ancianos de más de 60 años caminar agarrados tan fuerte como si al soltarse una fuerza sobrehumana fuese capaz de abrir un precipicio entre ellos que los separase. Como si conservar su amor vivo se tratara de algo tan simple como cogerse de la mano.

Una noche aposté el Universo entero a que me querías. Menos mal que el Universo no era mío porque perdí. Tú ya no sentías lo mismo, en cambio yo, sentía por los dos. 

Creo que el amor debe ser como una superación de sentimiento más fuerte e intensa que cuando te encuentras con tu cama, ¿no?
Es decir, encontrarte con tu cama de noche y que te sepa a poco. Que prefieras encontrarte con alguien porque te hace sentir más fuerte. Y no me refiero a que seas tú quien sea más fuerte con esa persona, sino a que te haga sentir fuerte. Reír fuerte. Respirar fuerte. Pisar fuerte. Gritar fuerte. Amar fuerte. Lo que se resume en un vivir con unas jodidas ganas de comerte el Universo entero.
Tengo la teoría de que todo lo que vale la pena en esta vida hay que hacerlo fuerte pero siempre moderando la fuerza para no romperlo.

Contigo tal vez me pasé de fuerza. Tal vez me hiciste tan fuerte que me extasié por completo hasta explotar por dentro. Y acabaste explotando tú en vez de mi cuerpo.

Y volviendo a ayer, había una niña saltando en su propio reflejo. Qué felices los niños y sus charcos, saltando hasta salpicarse por completo. 
Creo que de pequeños no hemos saltado en los charcos el número de veces necesario como para no echarlo tanto de menos cuando somos mayores. Y es que cuando eres mayor y saltas en charcos, el mundo entero te mira raro. Pero que le jodan. ¡Salta en los charcos y salta fuerte hasta que te entren gotas dentro de los zapatos y te mojes los pies! Y después ríete. Ríete de todos los que te han visto y se han quedado con las ganas de hacerlo mientras tú recobras nuevamente la respiración.

Los pescadores, como siempre, se encontraban en la orilla esperando a sus sirenas con sus cañas de pescar. Tal vez ese sea el problema. A una sirena no la conquistas con una caña de pescar sino con un buen libro de poemas y una guitarra. Al menos eso es lo que pienso yo. Los pescadores no tienen ni idea de conquistar a una sirena (¿tal vez sí a una mujer?) y por eso sólo pescan peces. Sus sirenas no saldrán si ellos quieren que piquen anzuelo. Ellas no quieren anzuelos, sólo quieren un hueco en un corazón. 

También había un perro nadando en la playa más feliz que sus dueños. Movía la cola de derecha a izquierda y se salpicaba. Eso parecía encantarle porque nadaba de aquí para allá con una sonrisa de lado a lado.
En cambio, había un perro que quería lanzarse al agua pero tenía miedo y se ponía a ladrar.

Qué terribles son los miedos... No le dejan hacer a uno lo que le gusta...

Había personas solas. Entre ellas me encontraba yo. Y por otro lado, personas enamoradas.
También personas que han perdido, algunas más y otras menos, y buscaban respuestas de pie mirando al mar mientras el mundo seguía girando.

Desde ayer llevo incrustada en el cerebro la melodía producida por el vaivén de las olas. Me la he grabado para cuando necesite calma.

Llevo el azul tan por dentro que esta noche he empezado a soñar de este color.

Me siento viva. El mar cura los males que provoca la vida.

Llevo los pulmones llenos de salitre, arena y caracolas tristes porque están rotas.

Se me sale la sonrisa y estoy viva. Qué bueno es que no seas tú el motivo.
Ya te lo he dicho...
Es el mar...
El mar cura.

El mar da vida.



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