Con las estrellas en las mejillas.

De mi corazón a su boca se encontraba
el puente más largo del mundo.
Y ojalá hubiese podido teletransportarme
para aparecer en ella en cuestión de segundos.

Yo quería poner el universo en sus ojos
y ver a través de ellos la hermosura
del firmamento.

Quería construir constelaciones uniendo
mis lunares y acabó convirtiéndome en
escombros que más tarde murallas pasaron
a llamarse.

Me guardó una luna en la sonrisa
y en el corazón un agujero negro
azabache.

Y cómo quería que no temblasen mis ojos
si se me saldrían de las órbitas cada vez
que él se marchase.
Pretendíamos traerle de vuelta,
yo y mis manos,
a mi lado.

Como ser inmortal, no le importaba que el Universo
estallase, si las estrellas ya no estaban en él.
Las estrellas brillaban desde un nuevo lugar.
Mis mejillas.
Me dejó con las estrellas en las mejillas,
y sin un beso en los labios.

Por las noches aún sigo brillando,
pero me falta su beso.
Aún duermo desnuda,
por si me toca sonreír y
mostrarle todos los cráteres de
la otra cara de mi luna.





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